MISA DE PASTORELA O DE LOS PAJARITOS

Altar mayor de la iglesia de La Merced (Archivo Histórico Provincial)

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Antaño, las celebraciones navideñas no tenían la continuidad que conocemos. Es decir, que la celebración de la Nochebuena y la Navidad eran lo más parecido a un islote, lo mismo que sucedía, por otra parte, con la Nochevieja y el Año Nuevo y por supuesto con el día de Reyes, que más o menos, como ahora, cerraba el ciclo. Las fiestas de Navidad transcurrían, en fin, de manera muy diferente. En todo caso, y en el ámbito de lo estrictamente religioso, en la capital, una de las tradiciones más curiosas y simpáticas tenía por marco la iglesia de Nuestra Señora de La Merced.  Aneja al que había sido convento era donde se celebraba la popular y no menos tradicional Misa Pastorela o de “los pajaritos”, por la que comúnmente era conocida en la ciudad y ha pervivido con el paso del tiempo.

La mañana del día de Navidad, sobre todo, era casi una obligación –puedo dar fe de ello- acudir a esta celebración tan sencilla como singular de la que disfrutaban por supuesto los mayores y fascinaba a los más pequeños pues ciertamente se trataba de una de las costumbres más entrañables y festivas de las navidades sorianas que venía celebrándose desde tiempo inmemorial.

La música que sonaba era la propia del tiempo de Navidad con los villancicos como ingrediente principal que cantaban el coro de las alumnas del Colegio del Sagrado Corazón con el acompañamiento de los más variados y originales instrumentos musicales, la mayoría de percusión, sin que faltaran, naturalmente, las tradicionales e insustituibles panderetas y zambombas.

No obstante, la singularidad de aquella fiesta, que sin duda lo era, la representaban unos pequeñísimos botijos de barro blanco, llenos de agua, hechos artesanalmente por alfareros, que a primera vista daban la impresión de ser de juguete a no ser que efectivamente lo fueran, de tal manera que al soplarlos su sonido simulaba el del canto de los ruiseñores. De hacerlos sonar se encargaban los chicos del hospicio tarea que compatibilizaban con la de apoyar al coro.

Con idéntico ritual se celebraba la misa Pastorela también el día de Año Nuevo y el de Reyes, aunque en ambos casos puede que con menor seguimiento, hasta que en los primeros años cincuenta del pasado siglo XX se encargó de suprimirla no solo estos dos días sino también el de Navidad el abad de la entonces colegiata de San Pedro, Segundo Jimeno Recacha. Fue al comienzo de los cincuenta. La verdadera razón no trascendió, y después de tantos años es muy posible que nunca se conozca, aunque en los mentideros de la ciudad la versión que circuló fue que el desarrollo del culto transcendía los límites de la religiosidad de la época. Al menos esa es la impresión que dejó la decisión a las integrantes del coro de alumnas del Colegio de Sagrado Corazón, una de las cuales fue la que hace ya bastantes años nos lo contó a nosotros tal cual lo hemos trasladado.

EL VOTO DE LA CIUDAD A LA INMACULADA

Altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora del Espino donde se celebraba la ceremonia de renovación del Voto a la patrona de la Ciudad (Archivo Histórico Provincial)

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En Soria, el mes de diciembre, ha sido tradicionalmente de celebraciones gremiales y locales de las que ya hemos hablado en alguna ocasión.

Pero de todas estas celebraciones eminentemente sorianas de este mes de puentes y navideño quizá la más arraigada fuera la de la Inmaculada, el día 8, fecha en que en la ciudad se producían dos celebraciones, ambas por separado y en templos diferentes si bien hubo un momento –mediados los años cincuenta- en que alguien decidió que se llevaran a cabo de manera conjunta. El caso es que por una parte tenía lugar la del arma de Infantería y Cuerpos Auxiliares con una función religiosa de los militares –por lo general en la iglesia de los Padres Franciscanos- con el Gobernador civil de la provincia a la cabeza, al que acompañaban el Gobernador militar, el Presidente de la. Diputación Provincial y otras autoridades además de representantes de los centros y organismos de la ciudad y numerosos fieles.

Sin embargo la celebración más soriana del día corría a cargo del ayuntamiento de la capital que durante muchos años mantuvo la costumbre secular de acudir a la iglesia de Nuestra Señora del Espino, patrona de la ciudad, a fin de conmemorar “el voto solemne hecho a la Inmaculada Concepción”. La celebración consistía en una misa solemne con la participación del coro dirigido por el maestro de Capilla de la Colegiata y Director de la Casa de Observación, Demetrio Gómez Aguilar. Al término de la celebración religiosa era costumbre que la corporación municipal obsequiara al Cabildo y a la “prensa soriana con una copa de vino español en uno de los salones de las Casas Consistoriales”. Particular relevancia tuvo la celebración del año 1953 cuando se bendijo la nueva imagen de Nuestra Señora del Espino, regalo del ayuntamiento tras el incendio del templo el año anterior.

La costumbre la estuvo manteniendo el ayuntamiento hasta comienzos de la década de los noventa en que la Corporación comenzó a plantear las dificultades que tenía para asistir como tal a la ceremonia, a la vista de lo cual se tomó el acuerdo de dejar de celebrarla, como ocurrió con alguna otra, de la que habrá oportunidad de ocuparse.

EL CERRO DE LOS MOROS

El Cerro de los Moros desde el Campus Universitario con la Central Lechera en primer término (Joaquín Alcalde)

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Llevábamos años sin hablar del Cerro de los Moros desde que en el ya lejano 2004 se conociera la posibilidad de desarrollar un ambicioso plan urbanístico en un paraje hasta entonces ignorado por los sorianos. El asunto parecía estar dormido, aunque por supuesto no olvidado, cuando de buenas a primeras ha vuelto a adquirir protagonismo.

El arranque de la revitalización de la polémica hay que situarlo en el pasado 20 de julio de 2020, es decir, en pleno verano, cuando el ayuntamiento de la ciudad, respondiendo a una petición promovida por la sociedad privada propietaria de los terrenos, presentó una solicitud ante las autoridades de la Junta de Castilla León, para que se autorizase una modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana de Soria en el sector. En su respuesta, la Administración Regional ha dicho que la modificación planteada afecta en mayor o menor medida tanto al yacimiento arqueológico del Castillo como al del Casco Urbano y por otro lado, dada su proximidad al Castillo y a la “Margen izquierda del Duero”, ambos declarados Bienes de Interés Cultural, puede existir una afección visual a los mismos. La decisión, pues, está en manos de la Comisión de Patrimonio Cultural de Castilla y León. Pero, sin entrar en más detalles, lo cierto es que estamos ante lo que supone un nuevo atropello urbanístico y de modelo de ciudad que añadir a los muchos que han (hemos) padecido los sorianos en los últimos ochenta años.

El Cerro de los Moros es uno de los parajes que aun no estando lejos de la ciudad, y por supuesto de las edificaciones más recientes construidas hasta prácticamente el mismo cementerio, no se ha distinguido precisamente por haber sido frecuentado por los sorianos, sobre todo hasta que la antigua senda que partía de las proximidades de la antigua puerta de Valobos y tras cruzar la vía del tren le dejaba a uno a una nada de la ermita de San Saturio se convirtió en el nuevo vial, que seamos sinceros tampoco es que se utilice demasiado por la dificultad que entraña especialmente si subir desde el río se trata.

En todo caso, el Cerro de los Moros estuvo relacionado tradicionalmente con el entonces despoblado barrio de Santa Clara y más tarde, y a medida que fue ocupándose, con el sinsentido que resultó ser el del Calaverón pues fue durante años el paraje preferido de los jóvenes, y no tan jóvenes, de la Soria de antaño para cultivar su afición a la caza de pajarillas, turis, verderones y otras especies, lo que cayera, que habitaban en la zona utilizando varetas –una especie de juncos delgados- embardunadas de liga, una materia pegajosa obtenida generalmente del muérdago y del acebo utilizada para cazar pájaros que se despachaba en las contadas droguerías establecidas en la ciudad.

Pero el Cerro de los Moros es especialmente recordado por tratarse de un entorno seguro al encontrarse en un lugar alejado del centro de la ciudad y despoblado en el que en los primeros años cincuenta del pasado siglo XX fue utilizado como foso de tiro y campo de maniobras de los soldados del recordado Batallón de Minadores que permaneció unos cuantos años de guarnición en la ciudad alojado en el cercano cuartel de Santa Clara, que hubo que acondicionar a toda prisa para poder acuartelar a la tropa. Aún queda y puede verse algún resto en la zona.

EL DEPÓSITO CIRCULAR DEL CASTILLO

El depósito circular del Castillo en obras (Archivo Histórico Provincial)

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El abastecimiento de aguas a la ciudad ha estado de manera casi permanente en el candelero de la actualidad local; de él se ha venido hablando toda la vida en Soria. Pero el más traído y llevado quizá sea el “grandioso proyecto de aguas rodadas del río Razón” por el que se llevaba décadas suspirando hasta que el Consejo de Ministros del 10 de agosto de 1950, presidido por el Generalísimo Franco, daba luz verde al proyecto y el júbilo (sic) se desataba entre los sorianos. Cómo sería la cosa que al día siguiente salió a la calle la Banda de Música amenizando la manifestación popular con la que mostrar el “agradecimiento de Soria al Caudillo y al Ministro de Obras Públicas”. Por la noche hubo verbena en la Alameda de Cervantes.

No obstante, y salvo el paréntesis concreto que supuso este proyecto no resulta tarea precisamente fácil establecer una cronología rigurosa en cuanto a las sucesivas iniciativas para abastecer de agua a la ciudad porque, en la práctica, se han venido solapando y, a bote pronto, no puede señalarse con precisión el abandono o dejación de una y el inicio de la siguiente, pues para ello sería necesario llevar a cabo un estudio en profundidad y minucioso que se escapa a las pretensiones de este sito de temas sorianos y se estaría hablando de otra cosa muy distinta. De modo que vamos a limitarnos a lo que se puede visualizar en la actualidad, que no son sino los depósitos -o estaciones depuradoras, que de las dos formas se les llamaron y se les sigue denominando- en el cerro del Castillo, comenzando por el ubicado en las proximidades del monumento al Sagrado Corazón que se construyó a comienzos del siglo pasado, y lleva décadas inutilizado, y lo que es más grave sin saber qué hacer con él sin duda por el lamentable estado de conservación en que se encuentra pese al lavado de cara de hace unos años.

No es el caso del situado junto al Parador de Turismo cuya construcción la abordó la primera corporación municipal de la posguerra, , y fue inaugurado dos años después –el 29 de mayo de 1941-, al tiempo que el embalse de la Cuerda del Pozo, por los ministros de Obras Públicas (Alfonso Peña Boeuf) y Secretario General del Movimiento (José Luis Arrese), siendo alcalde de la ciudad Gregorio Ramos Matute, que entregó a este último el título de alcalde de la ciudad y la medalla de oro de la misma, concedida por el Consistorio al Generalísimo Franco.

El más moderno es el de planta circular que junto con la depuradora comenzó a funcionar al comienzo de los años sesenta no sin tener que solventar previamente una serie de episodios relacionados con aspectos técnicos de la obra, pero sobre todo de índole económica, que retrasaron la finalización de la ejecución del proyecto. La concesión de un crédito de poco más de treinta millones de pesetas al ayuntamiento de la ciudad por el Banco de Crédito Local, del que Epifanio Ridruejo Botija era consejero delegado, allanó el camino. “Como agradecimiento a la constante y eficaz labor en defensa de los intereses de Soria y su provincia y en pro de su progreso y enaltecimiento por él desarrollada”, el ayuntamiento nombró a Ridruejo Hijo Predilecto de Soria y le concedió la Medalla de Oro de la Ciudad.

El depósito circular es el que de la noche a la mañana -hace unos días- el ayuntamiento ha decidido llamar Sala al aire libre H2O ¡! coincidiendo con la instalación en ese espacio de una exposición conmemorativa del 150º aniversario del fallecimiento de los hermanos Bécquer y la idea de convertirla en un nuevo rincón permanente.

CONCIERTOS EN EL CINE IDEAL

El cine Ideal durante un concierto de la Asociación Musical Olmeda-Yepes (Archivo Histórico Provincial)

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La Asociación Musical Olmeda-Yepes fue una entidad que dejó huella en la vida cultural de la ciudad en la segunda mitad de los cincuenta. Porque, en efecto, el nacimiento de una entidad de estas características no sometida, al menos directamente, a las directrices del oficialismo suponía un soplo de aire fresco, como en realidad lo fue. El 8 de noviembre de 1955 en el entonces Instituto de Enseñanza Media –el único que había en la capital-, que no era sino el actual Antonio Machado, nacía la Asociación Musical Olmeda-Yepes impulsada por un grupo de sorianos con un perfil definido nada sospechosos de ser afectos al Régimen, a no ser alguno en particular, que lo había y con cargo orgánico en el Movimiento incluido que mantuvo durante años. José Antonio Pérez-Rioja fue el primer presidente, por aquel entonces director de la Biblioteca Pública y de la naciente Casa de Cultura cuando las instalaciones se encontraban ubicadas todavía en la plaza Mayor, en el edificio que ocupa en la actualidad el Archivo Municipal. Con José Antonio Pérez-Rioja, Francisco Roncal Gonzalo (Vicesecretario de Educación Popular y más tarde Delegado Provincial de Información y Turismo) como vicepresidente, Francisco García Muñoz (director de la Banda Municipal de Música) en el puesto de Secretario, y los vocales Alejandro Navarro (director del Instituto de Enseñanza Media), Heliodoro Carpintero (Inspector de Escuelas), Ricardo Apráiz (director del Museo Numantino) y el músico Oreste Camarca, asumieron la responsabilidad de poner en marcha y dar los primeros pasos para que la naciente entidad cultural pudiera abrirse paso en la cerrada sociedad soriana. Su actividad se centró en la programación de conciertos de música clásica que durante años estuvo desarrollándose de manera regular con más que notable éxito de público. De tal manera, que a los dos meses mal contados de haber quedado formalmente constituida la asociación tenía lugar el primero. Fue el guitarrista Narciso Yepes –un enamorado de Soria, en la que actuó en repetidas ocasiones, incluido el Otoño Musical Soriano- el encargado de ofrecer en el coqueto cine Ideal el 1 de febrero de 1956 el primer concierto que se quiso hacer coincidir con la inauguración de la Casa de Cultura –ya se ha dicho que todavía en la plaza Mayor- como complemento de la efeméride. Cedido por la empresa de los Hermanos Carnicero, que era la que explotaba las salas de cine de la ciudad, el Ideal, al final de los soportales del Collado, en la acera del Casino bajando a la plaza Mayor, aunque con entrada por la calle de San Juan, acabó siendo el improvisado auditorio en el que cada mes tenía lugar el anunciado concierto de la Asociación Musical Olmeda-Yepes. El aforo de quinientas localidades resultaba insuficiente en tanto que la convocatoria terminó siendo un acto social con los habituales corrillos en el vestíbulo en el intermedio y el inevitable chismorreo. Sea como fuere, por el escenario del cine Ideal pasaron una nómina interminable de quienes con el transcurso del tiempo serían destacadas figuras de la música clásica; desde un joven violinista de 18 años llamado Enrique García Asensio, luego reputado director de orquesta, hasta el que medio siglo después sería creador y alma mater del Otoño Musical Soriano, Odón Alonso, al frente de la Agrupación de Solistas de Madrid.

ZAPATERÍAS

La calle Marqués del Vadillo con el Collado al fondo, centro comercial de la ciudad (Archivo Histórico Provincial)

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Antaño, uno de los sectores que gozaba de cierta consideración social en la ciudad era el de las zapaterías respecto del cual  quizá no esté de más hacer una precisión previa y es que al hablar de ellas se pretende hacer referencia a las tiendas de calzados, y no tanto a aquellos inolvidables y únicos talleres artesanales conocidos popularmente sus titulares como zapateros remendones

Zapaterías, o sea las tiendas dedicadas a la venta de calzado de vestir existían unas cuantas en la ciudad. Con solo acudir al recuerdo de aquellos tiempos, cuanto ni más si uno siente la curiosidad de ojear cualquiera de las publicaciones comerciales que se editaban, con muy probable seguridad se encontrará con el reclamo de Calzados “La Moda”, en El Collado estrecho (General Mola, 11), muy cerca de la plaza Mayor, “La [tienda] preferida del público soriano porque va siempre en vanguardia de las últimas creaciones”, que anunciaba la venta de “Zapatos preciosos de mujer-Espléndidos de hombre-Maravillosos de niño [y la] Especialidad en botas de montar y de  motorista a medida”. Otros establecimientos del ramo de boga en la época eran, sin abandonar la misma calle, el de Manuel Caballero, en el número 36, frente al Casino –el último en desaparecer de los tradicionales-, y el de Ricardo Lapuente, casi al final, en el 86 y 88, a punto de llegar a Marqués del Vadillo; “en esta casa –se destacaba en el promocional- encontrará siempre los últimos modelos en zapatos de señora, caballero y niño”. Porque luego funcionaban comercios pudiera decirse más populares, sin el sello de elegancia de los otros, en los que junto a los zapatos de vestir, para entendernos, la oferta se refería fundamentalmente a un tipo de calzado diferente, más corriente y de uso diario común como pudieran ser las alpargatas y zapatillas, conocidos coloquialmente como alpargaterías. Uno de estos era la tienda de Simón Sainz, también en El Collado (General Mola, 71) con un segundo despacho en la calle Ferial, del mismo modo que el comercio de Fermín Gallardo, en la acera de enfrente, en el número 2, especializado en artículos de espartería y calzados, donde se vendían “las mejores alpargatas”, según un reclamo publicitario de la época. Y algo más arriba, subiendo hacia la calle Campo, el del abarquero –junto a la taberna del Rangil-, otro de los clásicos. Había asimismo talleres de reparación de calzado- zapateros para no liarnos- que ampliaban el negocio a la venta de zapatos y alpargatas, como podía ser el caso del regentado por el señor Eugenio Amo, en la plaza de Herradores, cuando cada local abierto era un comercio. En otros, como la zapatería de José Alonso, en la calle Aguirre, contigua al Palacio de los Condes de Gómara, se hacían “toda clase de composturas” [y] calzados a la medida de crepé y goma”. Con el paso de los años fueron desapareciendo las zapaterías de toda la vida, abrieron nuevos locales en zonas no tan céntricas y comerciales y no faltaron tampoco negocios que se reconvirtieron como, que se recuerde, la botería de Claudio Alcubilla, en sus orígenes una tienda de botas de vino -que se hacían de manera artesanal- y de calzado de trabajo (abarcas y alpargatas).

FRANCO EN SORIA (II)

El Generalísimo recibe la Medalla de Oro de la Provincia en la visita que realizó a la ciudad el 23 de agosto de 1948 (archivo Diputación Provincial de Soria)

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Cuando se habla de las visitas que hizo el General Franco a Soria se cita preferentemente la que realizó el lunes 23 de agosto de 1948 a la capital, en la que estuvo aquí todo el día. Once años más tarde, el 4 de julio de 1959, viajó a Torralba [del Moral] para inaugurar la nueva estación y el túnel del ferrocarril de Horna (Guadalajara). En varias ocasiones más pasó por la capital y en alguna se detuvo para saludar las autoridades que le esperaban en la puerta de la Dehesa.

Sin embargo, siempre ha pasado desapercibida y en la práctica resulta desconocida la que efectuó el lunes 15 de marzo de 1937, en plena Guerra Civil, para entrevistarse con los Generales Mola y Moscardó y con el entonces Coronel Juan Yagüe. El encuentro se desarrolló por espacio de media hora en el Palacio de la Diputación Provincial, en el despacho del Presidente, habilitado para oficina del General Jefe de la División de Soria.

A pesar de lo inesperado de la visita, la noticia se conoció en seguida en la ciudad. Fue el periódico Labor el que la anunció en la cartelera del rotativo colocada en el centro de la ciudad, al tiempo que se invitaba al pueblo soriano a acudir ante el edificio de la Diputación y “aclamar al glorioso Jefe del Estado”, informó el medio.

No hizo falta ningún estímulo más porque enseguida hubo de necesidad de cortar la circulación por el Collado, a la hora del paseo. “Sonaron los primeros vivas al Generalísimo y la multitud, corriendo, fue concentrándose frente al Palacio de la División”, a la espera de que llegara Franco, señaló Labor.

Terminada la visita, “al asomar a la calle el Generalísimo, el entusiasmo del público se mezclaba con la rivalidad de la gente que pugnaba por conocerlo. Breves momentos estuvo el Generalísimo sobre la escalinata de la Diputación desde la que saludó a la muchedumbre, despidiéndose seguidamente” de las autoridades para continuar viaje a Salamanca en torno a las ocho y media de la tarde, siempre según la referencia del citado medio informativo.

RELOJES EN LA VÍA PÚBLICA

El reloj de Monreal, un símbolo de la ciudad (Irene Arribas)

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Los tiempos modernos trajeron relojes a las calles de la ciudad con la tecnología más vanguardista. Es el caso de los digitales.

Ubicados en zonas estratégicas del centro urbano prestan la doble función de facilitar la hora y de ofrecer otro tipo de informaciones. Es la verdadera razón de ser de estos artilugios, por otra parte de dudosa fiabilidad. Porque, en efecto, no suele resultar extraño estar paseando por el Espolón a la una de la tarde un día cualquiera de enero y marcar el reloj las nueve de la noche. No suele ser el caso de los relojes, también digitales, colocados en la fachada de las farmacias, de los que no se recuerdan especiales desconciertos.

Pero además de estos relojes públicos, pudiera decirse modernos, existen otros a la vista de todos que hoy están resignados a ser objeto de adorno y de conservación de una cultura de la que no queda poco más que el recuerdo de su utilidad práctica. La mayoría pasan desapercibidos si es que no se desconoce su situación. Estamos hablando de los relojes de sol que aún quedan en la ciudad. Es el caso del que había –no sé si continuará- en el patio interior del hoy Instituto Antonio Machado y el de la calle A (la central, la que une la Barriada con la Variante) del Polígono de Las Casas, instalado en la glorieta. Relojes de sol también existen –algunos pueden verse sin mayor dificultad- en algunas de las iglesias de la ciudad como puedan ser la Concatedral, El Salvador y San Juan de Rabanera, y en monumentos como los claustros de San Juan de Duero.

Sin embargo, los relojes con mayúsculas de la capital siempre han sido los instalados en el centro urbano, porque los de las estaciones del ferrocarril  y autobuses están reservados preferentemente a los usuarios de las instalaciones.

Uno de los más modernos de cuantos están a la vista de todos es el de la que fue oficina central de la antigua Caja de Ahorros (Caja Duero), en la plaza de Mariano Granados, reloj que cuando ha (mal)funcionado no ha sido de fiar por los desajustes advertidos.

Pero por encima de todos tres han sido los más queridos. A pocos se les escapará que son el de Correos, el de la antigua Audiencia y, naturalmente, el de Monreal.

Fue a finales del mes de julio del año 1931 cuando se instaló el de la llamada Casa de Correos y Telégrafos que siempre planteó problemas de fiabilidad. Más fiable, por el contrario, ha sido el reloj de la Audiencia, en lo que quizá haya tenido que ver la especial atención en su mantenimiento derivada de la leyenda que lo rodea y lo que representa para los sorianos en concretas celebraciones festivas. En cualquier caso, el reloj de la vieja Audiencia está tan impregnado de lirismo y de belleza poética que constituye una de las señas de identidad de la ciudad.

No obstante, el verdadero reloj de Soria,  el que desde finales de los años veinte del pasado siglo XX está marcando el ritmo de vida de los sorianos, qué duda cabe que es el de Monreal, en pleno Collado. El reloj, por cierto, no ha tenido siempre la factura del que conocemos ni tampoco ha estado colgado en el lugar que ocupa ahora. Porque si bien su primera ubicación fue bajo los portales que dan acceso a la tienda de óptica más tarde fue sacado al exterior, justo enfrente de donde está en la actualidad, lugar éste en el que, como se recordará, ya permaneció durante una buena etapa en los años setenta. Y por qué no decirlo, en más de ocasión el reloj de Monreal tampoco  ha dejado de ocasionar algún que otro despiste a causa de alguna inclemencia meteorológica.

EL ÚLTIMO INTENTO DE TRASLADAR LAS FIESTAS DE SAN SATURIO

Octavilla distribuida entre los vecinos (la calidad de la copia es defectuosa pero se muestra por el valor documental; pedimos disculpas)

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La pandemia del coronavirus nos ha privado a los sorianos de las fiestas de San Saturio que en circunstancias normales hubieran terminado hoy día 5. Tan solo se han salvado, y parcialmente, las celebraciones religiosas.

Las fiestas de San Saturio han cambiado, y no se dice por el accidente de este 2020, que nos ha descolocado a todos. Porque ya al final de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del pasado siglo XX uno de los ayuntamientos sondeó a los sorianos sobre la conveniencia de trasladarlas a los últimos días de agosto, de modo que en octubre se celebrara solo el día dos, pero con la mayor de las solemnidades. La idea no era ni mucho menos nueva pues ciertamente había venido siendo una constante a lo largo del tiempo.

En todo caso, el último intento serio data el año 1964 cuando el jueves 10 de septiembre el Pleno del Ayuntamiento que presidía Amador Almajano debatió la propuesta de la Comisión Festejos para el traslado de las fiestas de San Saturio a la tercera decena de agosto de cada año,” excepción hecha de los festejos religiosos, que no tendrían variación alguna”. El Pleno “acordó por unanimidad aceptar en principio dicha propuesta así como que sea sometida a la consideración del vecindario para, una vez obtenida opinión del mismo, resolver en consecuencia».

El argumento de fondo era que las fiestas de San Saturio quedaban muy cerca de las de San Juan y no tenían la relevancia que se pretendía, pero sobre todo se pretendía hacerlas coincidir con los Festivales de Verano (luego de España). Así es que el ayuntamiento decidió consultar a los vecinos y distribuyó una octavilla preguntándoles, después de un breve preámbulo, si “¿Deben trasladarse la celebración de los festejos profanos al 30 de agosto y días sucesivos de cada año?” Debían responder SÍ o NO y firmar “El Cabeza de familia” haciendo constar el nombre y domicilio. “El plazo para contestar –se dijo- es el de DIEZ DÍAS, y transcurridos los mismos será recogido este Boletín por funcionarios municipales”.

Tres meses después, a finales de diciembre, seguía sin conocerse el resultado de la encuesta. Y no volvió a saberse más acaso porque la fuerte polémica desatada entre partidarios y contrarios al cambio aconsejó al ayuntamiento con buen criterio desentenderse de un problema que él mismo había creado con al socorrido argumento de que habían sido “algunos vecinos” los que habían manifestado el deseo de trasladar las fiestas al mes de agosto para que “tengan el debido esplendor, sin que el tiempo contribuya a deslucirlos”, se filtró desde algún sector que estaba por el cambio.

De esto hace ahora cincuenta y seis años.

FIESTAS GREMIALES

Carrera de camareros en la Dehesa el día de su patrona, Santa Marta (Archivo Histórico Provincial)

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En aquella Soria provinciana que tantas cosas ha ido dejando por el camino destacaban especialmente las fiestas de los gremios o profesiones, muchas de ellas desaparecidas, casi todas. No obstante, algunas todavía se siguen celebrando.

Es el caso de los profesionales de la abogacía, de la medicina, veterinarios y colectivos de funcionarios y trabajadores de la Administración encuadrados en estos u otros cuerpos como los de Obras Públicas o Montes siguen celebrando la fiesta de su patrón que, en realidad, no tiene más contenido que el oficio religioso y la posterior recepción o comida de hermandad.

En el ámbito de los profesionales que ejercen su trabajo en la faceta privada o por cuenta propia, el listado se ve mermado de manera notable. Los antaño conocidos como agentes comerciales, celebraban su fiesta el día de la Virgen de Nuestra Señora de la Esperanza, en el pórtico de la Navidad; los zapateros remendones por los santos Crispín y Crispiniano, en octubre; los empleados de banca en San Carlos Borromeo, en los primeros días de noviembre, si es que el santoral no ha sufrido modificación, y más recientemente, los peluqueros son algunos de los colectivos gremiales que tienen por costumbre reunirse siquiera una vez al año coincidiendo con la festividad de la advocación que les congrega. Fiesta como la de los Gestores Administrativos que tenía lugar el 7 de agosto, San Cayetano, dejó de celebrarse hará cuarenta años cuando menos.

La de los carpinteros, que tenía lugar el 19 de marzo no corrió mejor suerte cuando a uno de los gobiernos de Franco no se le ocurrió mejor cosa que conmemorar por todo lo alto el Primero de Mayo en Madrid, programando la célebre demostración sindical como acto central del día.

Idéntica suerte había corrido bastante antes la que tenía lugar el 16 de agosto, festividad de San Roque. A media mañana de este día el Ayuntamiento de la ciudad en corporación y bajo mazas cruzaba el Collado andando para dirigirse a la iglesia de El Salvador y proceder a la renovación anual del voto de la ciudad ante la imagen del santo a la que se rendía culto en este templo. Por la tarde había suelta de vaquillas en la plaza de toros.

El gremio de la hostelería también celebraba la festividad de Santa Marta. Lo hacía el 30 de julio, en alguna ocasión incluso con carrera pedestre de los camareros que se desarrollaba en uno de los paseos de la Alameda.

De todas ellas, que se recuerde, sólo han logrado sobrevivir al paso del tiempo la que celebran los labradores en la ermita del Mirón cada San Isidro el 15 de mayo precedida de la novena a la Virgen. Porque hubo otra, la de la Unión Automovilista, comúnmente conocida por la de los chóferes, el 10 de julio, San Cristóbal, que al desaparecer el montepío de conductores por imperativo legal se encarga de ella una organización distinta programando la tradicional celebración religiosa y la posterior bendición de coches.

Pues bien, al margen de lo meramente gremial tanto la de los labradores como la de los conductores formaron parte, durante muchos años, del calendario festivo de la ciudad.

El desfile de la Soldadesca desde la sede social de la Cámara, aquellos años junto a la plaza de toros, hasta la ermita del Mirón; la posterior procesión con la imagen del Santo labrador hasta la antigua carretera de Logroño y vuelta al punto de partida; la celebración litúrgica que tiene lugar una vez concluida ésta y la tradicional subasta en el atrio una vez finalizado el oficio religioso configuran una jornada de marcada sorianidad y tipismo.

La fiesta de San Cristóbal, en plena resaca del serial sanjuanero, cumplía la importante función de intentar hacer comprender a la ciudadanía que San Juan había quedado atrás y que no quedaba otro remedio que recuperar la normalidad. La diana, bien temprano, casi siempre a cargo de la Banda Municipal de Música; el desfile de vehículos hasta la iglesia del Hospital (San Francisco) con la imagen del santo titular en un coche de época descubierto; la bendición de vehículos a la conclusión de la celebración litúrgica; la tradicional novillada que tenía lugar por la tarde en el coso del Ferial; la presencia de las vistosas manolas en los actos, y la esperada verbena, con sorteo de un coche incluido, que ponía fin a la jornada, teñían de un marcado matiz festivo a la ciudad.