LA PLAZA DE LA LEÑA

La antigua plaza de la leña, con el Banco de España al fondo, antes de la remodelación (Archivo Histórico Provincial)

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Aunque en el callejero aparece como plaza de Ramón y Cajal no falta quien la sigue llamando –cada vez menos- de “la leña”, porque antaño era a ella a la que acudían los vendedores, muy de mañana, a colocarla en el mercado. Se trata, por si existe alguna duda, de ese recoleto y céntrico rincón ubicado entre la plaza del Olivo y la de los Jurados de Cuadrilla, Mariano Granados y Herradores, que durante muchos años tuvo como referencia el emblemático hotel Las Heras. La plaza de Ramón y Cajal, por ceñirnos a la terminología oficial, ha sufrido una transformación profunda tanto en su fisonomía como en la actividad comercial que se desarrollaba en ella.

La remodelación de la plaza, que entonces se encontraba diáfana, se llevó a cabo mediada la década de los cincuenta cuando el ayuntamiento de la ciudad abordó su “embellecimiento”, se dijo entonces. El proyecto consistió básicamente en la instalación del armatoste que popularmente se conoció como la “caseta” de Turismo, es decir, esa especie de garita, desaparecida no hace mucho.

En cualquier caso, la construcción de la Oficina de Turismo fue el inicio de la transformación que iba a sufrir la zona, sobre todo cuando unos años más tarde, al final de los cincuenta, el ayuntamiento decidió abordar uno de los proyectos urbanísticos de mayor envergadura de una larga etapa de la vida de la ciudad como fue el de la alineación desde la calle Fuentes a la actual plaza de Mariano Granados. La actuación supuso, por ejemplo, el derribo de los inmuebles existentes en la confluencia de la calle de Caballeros con las de la Alberca y Claustrilla con fachada a la propia plaza de Ramón y Cajal y a la del Olivo, que dio origen a ese breve tramo de soportales junto a la salida del parking.

La actividad de la plaza ya de Ramón y Cajal era muy diferente a la de hoy. En la acera de la izquierda, según se viene desde la plaza del Olivo, estaba el emblemático bar Soria, el primero que daba los resultados de fútbol las tardes de los domingos. Más adelante el no menos tradicional bar Regio. En el edificio contiguo, las dependencias del dispensario de puericultura de Auxilio Social en los bajos y en la planta primera el consultorio médico de la Obra Sindical 18 de Julio. En el que le seguía, la fragua de la Viuda de Claudio Alcalde, y en el último portal, en la fachada norte del edificio del hotel Comercio, la Delegación de Información y Turismo en la primera planta, mientras que en los bajos, con vuelta a la plaza de los Jurados de Cuadrilla, el bar Marfil, quizá el último ejemplo de los cafés clásicos con que contó la ciudad.

Y si se pasa a la acera de enfrente, entrando siempre desde la plaza del Olivo, el taller de bicicletas que existía en una de las casas que demolió el ayuntamiento, antes de que se encontrara uno con el ya citado hotel Las Heras, una de las contadas referencias de la oferta hotelera de la ciudad. Ya en la misma plaza se encontraba el comercio de hojalatería y saneamientos de Alejandro del Amo, con entrada también por la calle Marqués del Vadillo; un pequeño despacho de material eléctrico y similares; la tienda de tejidos del Pepe Redondo, que respondía a la denominación comercial de Sobrino de Samuel Redondo, con fachada a la calle de atrás, la del Marqués del Vadillo; la peluquería de caballeros del Adrián, igualmente con entrada desde las dos calles, para concluir en el que había sido bar Talibesay, más tarde oficina del Banco Español de Crédito y en la actualidad de la Caja Rural. A todo esto, hubo que añadir con posterioridad, y durante algunos años, el kiosco de prensa del Celestino, otro pegote que no dejaba de ser un estorbo.

Hoy la plaza de Ramón y Cajal presenta otro tipo de oferta. El hotel histórico Las Heras hace tiempo que cerró y en su lugar se ha construido el hotel Leonor Centro; donde estuvo la tienda de Alejando del Amo hay abierto ahora un bar y el comercio de tejidos del Sobrino de Samuel Redondo se ha reconvertido en otro establecimiento del ramo de hostelería, por referirnos a los más representativos de la parte de acá.

En la acera de enfrente, ha ocurrido algo parecido. Los bajos del Marfil lo ocupan las oficinas de la antigua Caja Duero; el local de la herrería de la Viuda de Claudio Alcalde fue durante algunos años un comercio del ramo de la alimentación, desde hace tiempo cerrado; donde estuvo el servicio de Puericultura de Auxilio Social funciona un bar, y en el espacio que ocupó el bar Soria una tienda de ropa. Los demás han sido presa de reconversión, pero tan céntrico espacio sigue siendo lugar de paso obligado para quien se mueve por el corazón de la ciudad.

 

RUTA DE LOS ESTABLECIMIENTOS EMBLEMÁTICOS

La farmacia Carrascosa es una de las firmas más antiguas y acreditadas de la ciudad (Archivo Histórico Provincial)

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Con tal de vender, y más en tiempos de crisis, se hace lo que sea. Una buena prueba de ello es que hay ciudades españolas que han creado la que han dado en llamar Ruta de los Establecimientos Emblemáticos. Suele estar en la zona más poblada, donde lógicamente el consumo potencialmente mayor y los negocios cuentan con una solera avalada por la trayectoria de un montón de años que los hace únicos al margen de cualquier celebridad del momento. Una manera, en todo caso, de conocer mejor la ciudad. Es una especie de Centro Comercial Abierto si lo extrapolamos a Soria capital.

Aquí, en la ciudad, podría hacerse algo parecido ampliando desde luego el concepto y la filosofía de la asociación de comerciantes, que parece tener un ámbito más restringido, relacionado únicamente con el comercio tradicional y de proximidad y no con otras áreas que podrían ser de aplicación. De tal manera que a esa hipotética Ruta de los Establecimientos Emblemáticos muy bien podrían incorporarse locales de perfil distinto en los que se ejerce otro tipo de actividad: hostelera, farmacéutica, informativa, docente… por ejemplo, sin obviar que aun tratándose de firmas veteranas -algunas muy antiguas- el espacio que las acoge ha cambiado.

De modo que en la eventual Ruta de los Establecimientos Emblemáticos de Soria figurarían los bares Torcuato, Apolonia, Silencio y Queru, la taberna Vinos Lázaro, restaurantes como El Ventorro y El Mesón Castellano –todos ellos verdaderos templos cada uno en su especialidad- y hoteles como el Alfonso VIII, que hace ya tiempo pasó a formar parte de la historia de la ciudad.

O farmacias como la de Carrascosa y Martínez Borque, instituciones únicas en lo suyo, como en otro ámbito la Peletería Carrascosa, si es que no medios de comunicación como el actual Heraldo-Diario de Soria, heredero del mítico Hogar y Pueblo, y Radio Nacional, la versión actual de la emblemática Radio Soria, de la Cadena Azul del Frente de Juventudes, Y por supuesto, el Instituto Antonio Machado, el Instituto a secas de toda la vida, porque no había otro.

A todos ellos habría que añadir en un recorrido que lejos de ser exhaustivo no pretende más que recordar una serie de establecimientos con los que crecieron varias generaciones de sorianos. En este sentido cabría señalar la librería Las Heras, Monreal, el comercio de Adolfo Sainz, la peletería Carrascosa, la Ferretería 2000 (continuadora de la desaparecida La llave), el autoservicio Muñoz, la Mantequería York, los reconvertidos comercios Alcubilla y Barrón como también el de Zapata, sin olvidarnos del que responde en la actualidad a la denominación comercial de Nietos de Casto Hernández, el inventor del asperón, un producto para la limpieza, especialmente de suelos, único en la época.

El listado podría alargarse y escribir una completísima guía que posibilitara conocer lo que fueron todos ellos y representaron para la ciudad. Y no solo eso sino lo que siguen siendo y aportando,

 

EL ÁRBOL DE LA MÚSICA

La Banda Municipal durante un concierto en el mítico Árbol de la Música (Archivo Histórico Provincial)

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Un día de finales de enero de 1992 los sorianos vieron como una brigada de operarios municipales comenzaba a cortar las ramas del Árbol de la Música, aquel enorme olmo gravemente afectado desde hacía tiempo por una grafiosis que le había llevado a la “uvi” por más de los reiterados intentos de salvarlo. En la ardua tarea de mantener con vida el árbol, los propios técnicos Encarnación Redondo y José Luis Cerbigón encargados directos (sic) del tratamiento llegaron a calcular su recuperación para la primavera de 1986. Lo dijeron en un programa-homenaje de Radio Cadena Española (la actual Radio Nacional de España) emitido precisamente desde el Árbol de la Música a finales del mes de agosto de 1985, cuando la situación era irreversible y el legendario olmo, sometido durante algunos años a tratamientos de emergencia tenía los días contados. Habían transcurrido 380 años, bien cumplidos, desde que fuera plantado en 1611 junto a unos 150 olmos más. Casi 400 años cargados de historia, de leyenda y de infinidad de recuerdos plasmados en bellas páginas literarias y simbolismos de toda índole cuando no en la memoria ocupada por multitud de imágenes de las sucesivas generaciones que posibilitan que el Árbol de la Música tenga la consideración de mito, al extremo de que pueda asegurarse sin temor a incurrir en equivocación que no ha habido ni hay soriano que no tenga una personal evocación de él al margen de lo colectivo. Conciertos de la Banda “bajo su amplia copa”, se ha escrito, consejos para chicos y grandes, larguísimos paseos por las inmediaciones las interminables tardes de verano, declaraciones de amor, actos castrenses y, por supuesto, un variado y amplísimo repertorio de celebraciones sanjuaneras de la más diversa índole entre las que es especialmente recordada el estreno de la “Nueva” el domingo anterior a la Compra que con tanta ilusión se esperaba, resumen su dilatada trayectoria. Sobre este símbolo soriano ha llegado incluso a especularse acerca de interpretaciones esotéricas según las cuales al Árbol le llegaba un fuerza cósmica desde el centro de la tierra que sus raíces se encargaban de extender a las ramas.

Si al comienzo de los años noventa del pasado siglo XX se consumaba su desaparición, casi un siglo antes, en el arranque de la centuria, en junio de 1902, quedaba inutilizado como consecuencia del desprendimiento de una de sus principales ramas, así como el templete instalado para la música. A mediados de mayo de 1920 el, ayuntamiento sacaba a concurso la construcción de “un kiosco para las bandas de música que han de amenizar las tardes de estío”. Es, sin embargo, el 16 de septiembre de 1924, cuando se instala el kiosco de la música alrededor del llamado “árbol gordo”, que posteriormente sufriría algunas modificaciones que afectaron tanto al aspecto general de la estructura -la escalera de acceso estaba en otro lugar- como a los siempre cuidados jardines inferiores. La más reciente que se recuerda del antiguo Árbol de la Música tuvo lugar en 1978 cuando se amplió la superficie sin necesidad de tener que modificar la base claustral con lo que la Banda dispuso de más espacio para sus actuaciones. El Árbol de la Música adquirió entonces la imagen que tuvo hasta su desaparición.

En el mes de marzo de 1997 se plantó el nuevo Árbol de la Música tras ser retirado el que sustituyó –un roble traído de Valonsadero- al mítico olmo y se desmontó la plataforma de los músicos, recuperada en 2010.

CUANDO EL 18 DE JULIO ERA LA FIESTA NACONAL

El obispo de la diócesis Saturnino Rubio Montiel, el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento Jesús Posada Cacho y el Delegado Provincial de Sindicatos Eusebio Fernández de Velasco en el acto de colocación y bendición de la primera piedra de la Barriada de Yagüe el 18 de julio de 1949

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Hoy se inaugura todo, incluso lo que ya se ha inaugurado anteriormente, que suele ocurrir.

Antaño, al contrario de lo que sucede ahora, las inauguraciones se concentraban en las fechas más significativas del Régimen. Pero la del 18 de Julio (Día de la Fiesta Nacional y aniversario del Alzamiento) destacaba sobre las demás. Este día la actividad era frenética pues se inauguraban las realizaciones más importantes del Movimiento y se colocaban primeras piedras, había parada militar mientras hubo guarnición, o en su defecto desfile de las centurias del Frente de Juventudes; tampoco faltaban pruebas deportivas organizadas por la Obra Sindical Educación y Descanso.

Por citar solo un par de ejemplos: un 18 de Julio, al comienzo de los cincuenta, se puso la primera piedra de la que inicialmente fue Casa Sindical -hoy sede de los sindicatos y la patronal- y se entregaron viviendas en la Barriada de Yagüe, protocolo este que volvió a repetirse en sucesivos dieciochos de julio con rigurosa precisión.

Y no solo este día sino también los inmediatos anteriores o posteriores. De tal manera que un 16 de julio, todavía en el Régimen anterior, se anunció la construcción de la Residencia de la Seguridad Social después de bastantes años de estar pidiéndola los agentes sociales. Un 17 de julio, bastante antes, fueron inauguradas a bombo y platillo las instalaciones del Soto Playa. Y por no cansar, un 19 de julio, a comienzos de los setenta, la Delegada Nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera, vino a inaugurar el campamento de Las Cabañas.

Una excepción en toda esta parafernalia la supuso el desaparecido monumento al General Yagüe en la entrañable plaza del Chupete, que hubo que demoler previamente para levantar el monolito. La historia es muy simple y acaso desconocida por muchos. En el mes de enero de 1953 se anunció el comienzo de una colecta popular para construir la obra. Y por lo que fuera el hecho cierto es que en los últimos meses se estuvo trabajando día y noche –sí, con luz eléctrica- para tenerla a punto, cabe suponer que para una fecha concreta y poder inaugurar la obra. Nada más lejos de la realidad. La inauguración no sólo no se llevó a cabo sino que casi cincuenta años después, cuando fue retirado el monumento, el estreno oficial seguía sin celebrarse.

LA BÁSCULA MUNICIPAL

Un camión en la plataforma de la báscula municipal cuando estuvo en la plaza de toros

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Antaño, en Soria, a la calle denominada hoy Arco del Cuerno, se la conoció como del Peso al encontrarse instalada en ella la llamada Casa del Peso, en la actualidad sede del Archivo Municipal, que no era sino el lugar de verificación de las romanas y pesas utilizadas en las transacciones comerciales del mercado del Trigo que, por aquel entonces, tenía lugar en la Plaza Mayor.

Por lo que contaban los más mayores tuvo que ser un local amplio pues a comienzos del siglo pasado fue utilizada como improvisada sala de cine ya que la ciudad no disponía de un local público adecuado. Aún más, en los años treinta el viejo caserón llegó a albergar al mismo tiempo varias dependencias municipales, de tal manera que la Casa del Peso compartió espacio en la planta baja con la policía local y el parque de bomberos, mientras que en los pisos superiores se ubicaba la Biblioteca Pública. Y si bien hacía años que la Casa del Peso había perdido las competencias que tenía y, en definitiva, quedado vacía de contenido, no falta quien recuerda que todavía al comienzo de los ochenta era el lugar en que el ayuntamiento llevaba a cabo las labores del alistamiento de los mozos sorianos que entraban en quintas como paso previo a la incorporación al servicio militar.

Fue mediada la década de los cuarenta cuando se supo por la prensa local que “se están ultimando los trabajos para instalar la báscula municipal que hasta ahora funciona en el llamado Rastro (en las Concepciones) en el fielato de la avenida de Valladolid, hasta que una vez resueltos los trámites pertinentes quede definitivamente instalada en el fielato de Madrid”, ubicado poco antes de llegar a la Estación Vieja, saliendo de la ciudad.

La báscula municipal tenía naturaleza de precio público por tratarse de la prestación de un servicio o la realización de actividades de la competencia del ayuntamiento. Atendida por funcionarios “consumeros”, cuya figura está asociada indisolublemente a la época, se utilizaba para el pesaje de los camiones de transporte que llegaban diariamente a la ciudad para traer o llevar las más diversas mercancías: madera, piensos, frutas, hortalizas, ganado (incluso los toros que se traían tanto da que fueran destinados a los festejos mayores como para la Saca, antes de desembarcarlos en Valonsadero, y la lidia del Viernes de Toros), etc., de manera que se pesaba el camión con la carga y, una vez liberado de ésta, vacío, se obtenían los kilos del porte.

De modo, que durante algún tiempo –no mucho, ciertamente- la báscula municipal estuvo en servicio en el citado enclave de las Concepciones, o lo que es lo mismo, en las traseras del actual Centro Comercial del Espolón, por más que sin tardar hubiera necesidad de trasladarla habida cuenta de que se iba a construir allí el parque de bomberos y comenzara a urbanizarse la zona.

Así es que con las mismas la báscula municipal fue trasladada a la nueva ubicación en la confluencia del Espolón y las calles San Benito, Mosquera de Barnuevo y la avenida de Valladolid, delante de la conocida en la Soria de la época como la casa del “blusas”, donde su instalación tampoco es que se prolongara demasiado en el tiempo porque el ensanche de la capital por esa zona no tardó en aconsejar de nuevo la mudanza junto a la plaza de toros, en la calle Venerable Palafox, donde permaneció hasta que fue retirada rozando ya el final de los años noventa. La caseta del fiel se habilitó más tarde como taquilla –ahí sigue- para despachar las localidades de las corridas de toros.

 

 

TOROS Y TREN

El torero Enrique Ponce brinda un toro a Gonzalo Santonja, director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua en la corrida del Sábado Agés de 2011

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Del tren, muy rara vez para bien, vienen hablando las sucesivas generaciones de sorianos desde hace ya décadas. La última noticia del ferrocarril, por ahora, se ha producido no hace muchos días con la publicación en los medios del anuncio de expropiación de fincas colindantes con la línea Torralba-Soria para proceder a no se sabe bien qué modernización de las muchas que más que anunciarse se han pregonado, especialmente en los últimos años, sin que ninguna –o muy pocas- se haya llegado a materializar. De promesas estamos aquí más que hartos porque son contadas las que llegan a materializarse.

Se dice bien que lo del tren en Soria lejos de ser de una cuestión de ahora viene cuando menos de hace más de cien años, sí, un siglo.

Un buen amigo que suele hurgar en las hemerotecas y no acostumbra a quedarse en lo anecdótico ha tenido la atención de enviarnos el texto –que agradecemos- de una crónica de toros fechada en Soria nada menos que el 5 de octubre de 1919 publicada en un medio nacional. En efecto, ese día el periódico Heraldo de Madrid incluía con la firma de Ángel Caamaño una reseña del festejo celebrado en el coso de San Benito o del Ferial, como se prefiera, pero, por favor, nunca “la chata”, el día 3 de ese mismo mes con motivo de las fiestas de San Saturio en el que intervinieron los hermanos Belmonte: Juan y Manolo.

De la crónica no interesa tanto el desarrollo de la corrida, que por lo que se cuenta fue una más, como de la reflexión y la crítica del revistero que tras dejar constancia de lo grata que resultó la actuación en Soria de los Belmonte, “pues volverán a Soria cómo y cuando quieran”, dejó claro que “nosotros –por él- quizá no y bien sabe Dios que lo sentiremos, porque es triste renunciar a las distinciones y agasajos de los simpáticos sorianos; pero la época de su corrida, tan fría, tan molesta, tan comprometedora para los intereses tauromáquicos… Y esa brutal, pesadísima, inaguantable parada en Torralba…” De manera, que tras abogar asimismo por el traslado de la corrida a septiembre “puesto que en ese mes es la feria” [de ganados] se preguntaba ¿por qué no solicitar también a la empresa ferroviaria la necesaria modificación de los horarios de los trenes?, para rematar así la crónica: “Joselito, el gran torero, que por primera vez fue a Soria el año pasado [1918], quedó encantado de la bondad de su gentes y quedó harto de las molestias pesadísimas del viaje. Al hacerle proposiciones este año [por 1919], contesto sin vacilar:

– ¿Yo a Soria? ¡Ni “amarrao”!

Y no le falta razón –apostillaba Antonio Caamaño-, porque es mucho Torralba, y mucha pesadez y mucha molestia”.

Cien años después –total nada-, viajar a Madrid en tren sigue siendo una aventura por mucho que los políticos de turno –tanto da el color, todos tienen su buena cuota de responsabilidad- se esfuercen en pregonar a los cuatro vientos lo mucho que trabajan y hacen ¡! por mejorar la comunicación ferroviaria, lo que no deja de ser una broma de bastante mal gusto si es que no un insulto, que sin duda lo es.

 

 

SONIDOS DE LA CIUDAD

Un tren circulando en dirección a la estación de San Francisco por la trinchera que había junto a la actual calle Almazán (Richard Chambers, de la página de Facebook Historia Ferroviaria Española)

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Antaño, cuando la capital no era tan ruidosa y por supuesto más pequeña,  el tañido de las campanas de las iglesias, el reloj de la Audiencia, las sirenas de los talleres de la Renfe y el pito del tren se oían desde los puntos más alejados de la ciudad y fueron señales de referencia en el acontecer  diario de los sorianos.

Hoy resulta difícil no solo advertir su tañido sino reconocerlas. Por eso, cuando de tarde en tarde, en realidad de año en año, se las vuelve a oír con el inicio del buen tiempo y durante el verano, su sonido se recibe cual brisa refrescante en época de calor sofocante capaz de insuflar el ánimo de los sorianos y empujarles irremediablemente a la rutinaria espera de otros trescientos sesenta y cinco días para disfrutar de placer semejante, que sin dunda ninguna lo es.

El pito del tren, mientras estuvo funcionando la Estación Vieja, la Soria-San Francisco en la jerga ferroviaria, estuvo bien presente en la vida de la ciudad y de hecho suponía una referencia en su acontecer por la cadencia repetitiva con que se producía. Sobre todo muy de mañana, y en el invierno todavía de noche, el inconfundible sonido del pito de la máquina del tren, el que iba a Madrid (el torralbilla), era el reclamo más seguro para quienes tenían que comenzar la jornada laboral. Por la tarde -al anochecer, en los días más largos- ocurría lo mismo pero a la inversa. El sonido familiar, también por habitual, de alguna de las sirenas de los talleres de  la Renfe cuando no de alguna fábrica de los alrededores, era un complemento añadido.

El pito del tren, en fin, vino a representar durante décadas un aviso de la más absoluta fiabilidad en el marco de la ciencia casera relacionada con la predicción meteorológica. Y lo fue de tal manera que cuando el sonido que se percibía no era el conocido, dando la impresión de afonía y proximidad, como si tratara de hacerse notar y de abrirse hueco entre las gentes de la ciudad, es que soplaba el viento Sur, o lo que es lo mismo, la lluvia estaba asegurada; pronóstico, por cierto, que rara vez, si es que así sucedió en alguna ocasión, era equivocado. Algo parecido ocurría con el reloj de Monreal y, sobre todo, con el de la Audiencia.

En aquella pequeña Soria, recoleta y sin ruidos se percibía perfectamente el sonido de los aviones que sobrevolaban el cielo soriano. Había uno procedente de Madrid, al menos esa es la dirección que traía, que todas las tardes en torno a las seis cruzaba la ciudad. Algún veraneante que se las daba de entendido quizá por estar emparentado con alguien que tripulaba naves comerciales hacía vana ostentación de sus conocimientos haciendo saber a los chicos del barrio que era el que iba a Barcelona. Con los que pasaban en sentido contrario ocurría lo mismo, por más que no fueran sino fantasías propias de la niñez que venían a resumir, no obstante, el modo de discurrir del acontecer diario de la monótona y plácida vida ciudadana cuando en aquellos momentos eran contados los coches que rompían el silencio de las calles de la ciudad.

Hoy, setenta y bastantes años después, apenas se escucha el tañido de las campanas de las iglesias, y cuando así ocurre no resulta tarea fácil identificarlas; los solares en que estaba la estación de San Francisco, la Estación Vieja, hace ya décadas que dieron paso a modernas edificaciones; el tren, en Soria, no deja de ser una broma de mal gusto; las sirenas de los talleres de la Renfe y de las fábricas del entorno pasaron a mejor vida; el sonido de los relojes de Monreal y de la antigua Audiencia, que durante tantos años marcaron la vida de los sorianos, han sufrido idéntica reconversión que los edificios donde siempre han estado ubicados. Las estelas que dejan los aviones al surcar el cielo soriano en la misma dirección y hora de siempre es el eslabón perdido que queda de todo aquello.

 

 

LA PRUEBA DE LA AUTORIDAD

El Gobernador López Pando, en el centro, con traje blanco, acompañado del alcalde de la ciudad, Eusebio Fernández de Velasco, a su derecha, probando la caldera del jurado Miguel Romero, en la parte de acá de la imagen, un Domingo de Calderas de los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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El Domingo de Calderas es un día singularmente especial para los sorianos.

Esa mañana, tras el vistoso desfile de las calderas por el centro de la ciudad, tiene lugar la conocida en lenguaje sanjuanero como “prueba de la autoridad”, una de las reminiscencias del pasado que acaso habría que plantearse revisar. Y sigue formándose, como antaño, una nutrida comitiva que a los más mayores les conduce inevitablemente a aquellos séquitos interminable encabezado por los prebostes que mandaban en los años de plenitud del régimen del General Franco, con el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento de turno como figura angular de la celebración, a la que se unían los tiralevitas y pelotilleros de turno, amén de algún que otro caradura, que configuraban la comitiva oficial que se organizaba al efecto.

Con la excusa de unas Ordenanzas Municipales caducas, el poncio de turno vestido con aquel uniforme propio del cargo rancio por ostentoso y repujado de condecoraciones que malamente le cabían en la ancha solapa no se perdía ni de coña la ocasión. Y tras él, una colección interminable de sujetos que casi siempre con la menor o nula excusa se incorporaban a la comitiva. No se les conocía más mérito que el de no perder comba para salir en la foto que se dice ahora. Porque maldito lo que representaban y la falta que allí hacían.

La escena, a fuerza de repetirse cada año, terminó por hacerse de lo más normal. Vamos que pasó a formar parte del decorado festivo. De tal manera que cuando desaparecida la figura del gerifalte alrededor del cual giraba el acontecer diario de la vida cotidiana y como consecuencia dejó de encabezar la comitiva oficial cada Domingo de Calderas, se advirtió que aquello ya no era lo mismo. Aunque todo hay que decirlo, no fue necesario que tuviera que pasar mucho tiempo para que la circunstancia pudiera ser superada sin mayor trauma. No obstante, no dejó de ser un espejismo. Porque al socaire de las tan traídas y llevadas Ordenanzas Municipales, actualizadas hace unos años, surgió sin solución de continuidad la actual comitiva oficial que, con la misma puntualidad y rigor si se quiere, se forma cada Domingo de Calderas para asistir a la dichosa prueba de la autoridad –ahora le llaman “de Calderas”-, que continúa celebrándose con idéntico ritual o, cuando menos, muy parecido al de antaño. Por razones obvias del discurrir de la vida, no están algunos de los de entonces. Otros, los más jóvenes de la época, eso sí reconvertidos a la causa actual en un ejercicio de asombroso travestismo, continúan arrimándose al séquito, amén de algún que otro redentor de nuevo cuño que, como entonces, no se sabe qué coño pinta en la ceremonia. De modo que siguen los habituales, los de siempre, que en cierto modo y con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, en la práctica vienen a representar exactamente lo mismo.

Pues bien, semejante comitiva recorría y probaba todas y cada una de las calderas, que eran trece pues a las de las doce cuadrillas había que añadir la conocida como “caldera de los pobres” que costeaba el ayuntamiento, en la que el séquito se detenía especialmente, y cuyo verdadero sentido no era otro que el de hacer partícipes de la fiesta a quienes no tenían medios económicos suficientes para celebrarla, es decir, a los que el consistorio consideraba legalmente pobres. Pero de ella hablaremos en otra ocasión.

EL HOMENAJE DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL A LOS JURADOS

Mujeres Juradas en uno de los primeros homenajes de la Diputación Provincial (Revista de Soria, 1ª época)

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Este miércoles -24 de junio, La Natividad de San Juan Bautista en el calendario religioso- deberían comenzar las fiestas de San Juan. Por primera vez desde la Guerra (in)civil no será así. Es por ello por lo que se trae a colación de uno de los primeros actos festivos del serial continuado al que deberíamos asistir estos días, o dicho de otro modo, el primero en no celebrarse este 2020.

Por más que tenga la consideración popular y sanjuanera de parafestivo y por consiguiente quede al margen del programa oficial, en el que por cierto nunca ha figurado, el hecho cierto es que el homenaje de la Diputación Provincial en principio a las Juradas es un acto consolidado por más que su antigüedad sea relativamente reciente y su celebración apenas trascienda a la población hasta el punto que si no fuera por la referencia de los medios de comunicación pasaría de hecho inadvertida y para una mayoría significativa es prácticamente desconocida acaso por su más bien escasa –o nula- aportación al conjunto de la fiesta.

No hay constancia oficial escrita, o cuando menos se desconoce, del nacimiento de esta moderna tradición. Lo que sí se sabe es que la idea partió del que fuera presidente de la Diputación, Santiago Aparicio Alcalde, que la propuso al pleno de la Corporación tras su toma de posesión el 26 de febrero de 1973, y que la primera vez que se celebró fue la mañana del Lunes de Bailas -2 de julio- de aquel mismo año terminadas las procesiones de los santos titulares de las cuadrillas por los barrios de la ciudad.

Que el Homenaje del Ayuntamiento a las Juradas la tarde/noche del Miércoles del Pregón tuviera que celebrarse aquellos años en el Salón Blanco del Palacio Provincial al encontrarse en obras la Casa Consistorial quizá fuera uno de los motivos del invento. Pero de lo que no cabe duda es que fue el propio Santiago Aparicio el autor de la iniciativa, curiosamente el hombre al que el Gobernador Luis López Pando veintitrés años antes se vio “en la precisión de suspender” en sus funciones de Diputado Provincial e imponerle una multa de diez mil pesetas por haber “dado un desdichado ejemplo, al olvidar que el cargo que ostenta y la posición social que tiene le obligan a extremar la corrección de su conducta en sus relaciones ciudadanas y en el respeto que a la Autoridad debe”, según la nota oficial del 12 de mayo de mayo de 1954 publicada por el periódico local Campo Soriano en la primera página, recuadrada y en negrita, es decir, para que destacara, en su edición del día siguiente, jueves.

Al respecto del nuevo acto de Homenaje de la Diputación a las Juradas Santiago Aparicio Alcalde declaró en el año 1977 al otro periódico local, Soria-Hogar y Pueblo, cuando llevaba “cuatro años y unos meses” ejerciendo el cargo, que tenía la satisfacción y el honor de decir públicamente que como un solo hombre todos los componentes de la Diputación aceptaron la propuesta que les hizo al comienzo del mandato para que también la provincia rindiera un homenaje a los Jurados.

El acto comenzó desarrollándose en el Salón Blanco de la Diputación Provincial aunque sin tardar mucho se decidió el cambio de escenario y el día. Se determinó que fuera en la moderna y novedosa Aula Magna Tirso de Molina y el Sábado Agés a mediodía, en lugar del Lunes de Bailas, en atención a los compromisos de los jurados. Desde el año 1983 allí viene celebrándose, si bien es cierto que en 2001 volvió a cambiarse el día, ahora es el Miércoles del Pregón con el fin de que los alcaldes de barrio puedan compatibilizar sin agobios las responsabilidades y compromisos que lleva consigo el cargo.