ADIÓS, ADIÓS SAN JUAN

Procesión del Lunes de Bailas en una imagen tomada el 3 de julio de 1950 (Archivo Histórico Provincial. Colección Ángel Romero)

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Por ir directamente al grano y no abundar en consideraciones retóricas en torno a las Fiestas de San Juan, de las que tanto presumimos saber los sorianos, pero que no conducen a ninguna parte, nos vamos a referir en esta ocasión a la celebración del Lunes de Bailas, y a su evolución durante el siglo pasado, cuando el serial sanjuanero está llamando a la puerta.

Pues bien, este último día de las celebraciones festivas, que quizá sea uno de los que más transformaciones ha sufrido en el acontecer de la tradición, atravesó prácticamente hasta el comienzo de los años cuarenta un conjunto de vicisitudes que merecerían, y merecen sin duda, un estudio riguroso y en profundidad que excede de nuestras pretensiones.

Hasta finales del siglo XIX aún tenía lugar una romería a Santa Bárbara el lunes por la mañana. Sin embargo, mientras en 1901 se hablaba de que Las Bailas se celebraban con “muchas meriendas” en la Dehesa en lugar de San Polo, al año siguiente -1902- algún periódico de la época dijo que el Lunes de Bailas ya no existía pero no faltaban como suele suceder en carnaval, quienes todavía enterraban “la sardina”. Esta fue la tónica predominante durante un largo periodo, en la práctica durante casi cuatro décadas que tienen por referencia el final de la Guerra Civil, con intervalos en los que se dieron las más variadas situaciones y vaivenes. Desde que, por ejemplo, a comienzos del siglo pasado Las Bailas se celebraran tanto en la Dehesa como en San Polo, y tan solo un par de años después -en 1909-, se diera la fiesta en la práctica por desaparecida y quien la festejaba lo hiciera únicamente en la Dehesa con una merienda, o que a propuesta del Jurado de La Blanca se restaurara en 1911 la romería en San Polo hasta, como ocurrió en 1916, que tuvo lugar en Santa Bárbara, cuando no, ya al final de los años veinte y primeros treinta, en que “los sorianos recuperan el esplendor del día y bailan a los acordes de la Banda Municipal en San Polo” y comienza asentarse este festejo final hoy masificado en la emblemática y sanjuanera pradera. Sea como fuere, el caso es que el Lunes de Bailas tenía un deambular errante y no acababa de encontrar acomodo. Fue en 1939, cuando a la terminación de la Guerra Civil, vuelven a celebrarse las fiestas de San Juan y el Lunes de Bailas toma la configuración con que lo conocemos en la actualidad, bien es cierto que con adaptaciones que, sin embargo, no han modificado sustancialmente lo que surgió en aquel momento. De tal manera que la mañana del 3 de julio del recién citado 1939 se restablecía una costumbre desaparecida 52 años antes, es decir, la procesión en la que cada cuadrilla sacaba el santo de su advocación y con todos ellos reunidos se procedía al traslado desde El Salvador hasta la ermita de la Soledad a la virgen de La Blanca, donde instalado un altar en el atrio se oficiaba una misa ante ella con asistencia de las autoridades, jurados y numeroso público. Por la tarde, en la pradera de San Polo se celebraron “con gran solemnidad” las tradicionales bailas “al compás de la Banda Municipal y dulzaineros, y las familias pasaron una buena tarde de campo”, regresando al anochecer a la ciudad. No muchos años después la vuelta ya masificada estuvo realizándose con antorchas hasta que por razones de seguridad hace ya tiempo que dejaron de utilizarse.

EL PALACIO DE LOS CONDES DE GÓMARA, UN EDIFICIO MULTIUSOS (I)

El Palacio de los Condes de Gómara, una de las referencias arquitectónicas de la ciudad (Archivo Histórico Provincial)

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Del Palacio de los Condes de Gómara –no vamos a entrar en su verdadera denominación, que daría para un trabajo que no es el que se pretende abordar aquí- se ha escrito lo suyo, y no solo en las últimas décadas, casi siempre con asuntos relacionados acerca de las ocupaciones que ha tenido, que han sido muchas y de muy diversa índole, antes y después de la Guerra Civil. Algunas de ellas son sobradamente conocidas, en las que obviamente no es nuestro propósito insistir. De modo que vamos a ir un poco más allá.

Si se toma como punto de partida los comienzos del pasado siglo XX y se sigue un orden cronológico, se encuentra uno con que en el mes de febrero de1902 se instaló en la planta alta el Colegio de la Presentación, el que en su larga última etapa conocieron, conocimos los sorianos como de doña Carmen; o dicho de otro modo, el que estuvo funcionando en la plaza de Abastos (Bernardo Robles en el callejero), junto a la iglesia y convento de los Franciscanos, donde tras la remodelación del edificio –el antiguo Palacio del Marqués de la Pica- acoge ahora las Aulas de  la Tercera Edad.

Unos meses después –en abril de aquel 1902- comenzaron a funcionar en el Palacio de los Condes de Gómara las oficinas de Telégrafos, y en octubre se inauguraba el Círculo Mercantil e Industrial “en los amplios locales de la planta baja interior” de la monumental arquitectura,  informó el periódico local Noticiero de Soria, en cuyo mismo número daba cuenta de que en el mismo edificio “han comenzado con mayor actividad las obras que se propone llevar a cabo en la parte más alta [del inmueble] nuestro estimado paisano don Santiago Ruiz Lería, hoy dueño de tan monumental edificio, en cuya parte baja instalará su oficina de Farmacia y elevará dos magníficos pisos en línea con la casa que ha construido don Bernardino Ridruejo” [en el ala oeste del Palacio].

Al año siguiente, o sea 1903, se ubicaron en la planta baja del Palacio las Oficinas del Gobierno Militar y Zona de Reclutamiento y en el piso principal las del Regimiento de Infantería Reserva de Clavijo número 70. Ocurría el día primero de abril, en tanto que a finales del mayo siguiente se conocía el traslado de las Oficinas de Correos a la planta baja, que se haría efectivo en el ecuador del mes de julio.

TARDE DE TOROS

La Banda de Música en la confluencia de las calles Ferial y Campo subiendo a los toros (Archivo Histórico Provincial)

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Estando como estamos como quien dice en vísperas de las fiestas de san Juan pocos serán los que refugiándose en el abrigo del recuerdo las celebraciones actuales no les transporten a otros tiempos en los que las conmemoraciones sanjuaneras se vivían de manera muy diferente. Un clasicismo –diríase- que en buena parte se ha perdido. Otras siguen a trancas y barrancas si bien con un más que notable grado de deterioro.

Uno de estos casos –podrían tomarse bastantes más- lo representa a la perfección el antaño festejo taurino (entonces novillada) con picadores del Domingo de Calderas. Sí, novillada. Porque como muy bien saben sobre todo los buenos aficionados, y en especial los que van siendo veteranos, era en san Saturio, y no en san Juan, cuando el ayuntamiento tiraba la casa por la ventana y programaba una corrida de toros.

Entonces la tradición de ir a los toros, tanto en san Juan como en san Saturio, era un hábito que llevaba emparejada una costumbre añeja que no dejaba de proporcionar un ambiente especial a los prolegómenos por más que no tuviera la consideración de oficial y por consiguiente ni siquiera apareciera en el programa. Nos estamos refiriendo al desfile que poco antes de comenzar el festejo –alrededor de media hora- se organizaba en la Plaza Mayor con destino a la plaza de toros, donde se deshacía. Resultaba una escena francamente castiza, no exenta de un punto de emoción si se quiere, presenciar cada tarde de toros el desfile de la Banda de Música Collado arriba con dirección a Marqués del Vadillo y la calle del Ferial hasta llegar al coso precedida del jinete a caballo que luego hacía el paseíllo y pedía la llave; cerraba la comitiva el tiro de mulillas del tío Julián Borque enjaezadas con los atalajes del Rufino Aparicio, un tipo singular que no pasaba desapercibido. El viaje de tan singular cortejo lejos de hacerlo solo solía contar con el acompañamiento de un nutrido grupo de incondicionales que marchaba al final. Ya en la plaza, las mulillas eran conducidas a su lugar de espera habitual en tanto que la Banda Municipal de Música irrumpía en el redondel por la puerta grande como queriendo dejar constancia expresa de su presencia en el coso para a continuación dar la vuelta al ruedo y una vez completada esta dirigirse a su palco, que por cierto no es el que ocupa ahora por más que lleve la tira de años utilizándolo; porque quizá no convenga dejar en el olvido que su asistencia se anunciaba de forma expresa en los carteles ya que su contribución al desarrollo del espectáculo formaba parte de la liturgia de la celebración si es que no una obligación legal.

Semejante parafernalia estuvo desarrollándose durante años y años cada tarde que había toros, tanto da que se tratara de las fechas clásicas de san Juan y san Saturio que de espectáculos puntuales montados por la empresa arrendataria de la plaza, en todos los casos con independencia de la categoría que tuvieran. Hace ya tiempo que se perdió la costumbre en cuanto a los festejos pudiera decirse extraordinarios. Otro tanto ocurrió cuando por conveniencia de unos y otros comenzó el baile de fechas propiciado por la falta de interés y expectación que suscitaban los carteles que se ofrecían en san Saturio para derivar en la realidad irreversible a la que se ha llegado. De tal manera que en la actualidad los desfiles de antaño de la Banda Municipal de Música han quedado reducidos únicamente a los días de corrida de las fiestas de san Juan: Miércoles del Pregón, Sábado Agés y Domingo de Calderas; eso sí, sin el acompañamiento del caballista encargado de simular el despeje del ruedo como tampoco del tiro de mulillas. No falta, en cualquier caso, el calor de los seguidores habituales, que siguen escoltando a la hoy venida a menos comitiva. En las demás citas taurinas, los músicos acuden directamente al palco.

EL ENTORNO DE LA PLAZA DE TOROS

La calle Venerable Palafox en obras (Archivo Histórico Provincial)

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Era a finales de los años cuarenta y comienzo de los cincuenta cuando el ayuntamiento de la ciudad, siendo alcalde el ingeniero de Obras Públicas Mariano Íñiguez García, una de las figuras clave de la sociedad soriana de la época, acordó sacar a subasta los solares del campo del Ferial que a corto plazo iba a suponer la ordenación de la zona y sus inmediaciones. Hasta ese momento, el mercado de cochinos de los jueves se ubicaba en la parte baja, detrás de Correos, aunque entre las previsiones de desarrollo se buscaba un nuevo emplazamiento en Las Pedrizas mediante la construcción de una instalación fija que no llegó a convertirse en realidad por más de los intentos desplegados a través de varios ámbitos y de que durante algún tiempo estuviera funcionando junto al emblemático monumento a los Héroes de la Independencia, la picota para los sorianos, a la entrada de las eras de Santa Bárbara, algo más arriba de donde se encuentra ahora. Los numerosos e interminables rebaños de merinas tanto en la primavera cuando subían a la sierra como a su regreso a los pastos de invierno en fechas próximas a los Santos hacían noche en la que en el callejero es la plaza del Rey Sabio, para situarnos, en la plazoleta de las traseras de Correos, cuando la calle Sagunto no existía como tal, pues se encontraba todavía en proyecto e incluso sin nombre, que tomó algunos años después. En el entorno, algo más arriba, ya en las proximidades de la calle Tejera, donde está el edificio de Cultura, inicialmente pensado para Casa del Movimiento, se establecía además del ferial de ganados propiamente dicho una especie de rastrillo en el que se vendía de todo: desde aperos para el ganado hasta fruta de temporada y trastos viejos, sin que faltaran los inolvidables e irrepetibles charlatanes, una figura que no faltaba en cualquier feria que se preciara.

En el parcelado y ordenado urbanísticamente Campo del Ferial, la ciudad comenzó a desarrollarse en torno a él y a ensancharse hacia el norte, en una amplia franja, incluida las eras de Santa Bárbara, en las que algunos agricultores todavía trillaban y llevaban a cabo las tareas de la recolección, y en el invierno se utilizaban como improvisadas canchas para jugar al fútbol. Se habían sacado del paraje más próximo a la plaza de toros las serrerías que habían dado más de un susto gordo, bien recordados todavía por los más mayores. Acababa de edificarse junto al antiguo convento de Las Concepciones el parque de bomberos y de construirse las conocidas como Casas de los Maestros en la calle de san Benito, frente a la puerta grande del coso taurino, además de haber sufrido todo él una profunda remodelación. La circulación de vehículos seguía produciéndose por la antigua carretera nacional Zaragoza-Soria-Valladolid. En cualquier caso, la ciudad estaba necesitada de nuevos espacios urbanos y, en fin, planeaban sobre la zona aires de modernidad.

Fue entonces cuando desde la plaza de toros hacia arriba, es decir, hasta las afueras, comenzaron a construirse nuevas edificaciones que en el transcurso de un relativamente corto periodo de tiempo dieron a la ciudad una nueva imagen. Como sucedió con el grupo de viviendas conocido como las Casas de los Guardias (todavía se conserva alguna), entonces aisladas, en la calle Santo Ángel de la Guarda –antaño patrón de los cuerpos de policía, de ahí el nombre, sin duda-, construidas para funcionarios de la Policía Armada (ahora Policía Nacional), en la parte izquierda subiendo hacia Santa Bárbara, al que se unieron otras edificaciones que fueron surgiendo hasta conseguir cambiar de arriba abajo la zona. De tal manera que en el caso del espacio que ocupa el Conservatorio de Música se encontraba en aquel momento el basurero de la ciudad. En fin, el barrio que nació junto a la plaza de toros y aledaños no tardó en consolidarse y adquirir la configuración que tiene ahora. El de Santa Bárbara es otra historia.

EL PRIMER PREGÓN DE FIESTAS

La Plaza Mayor un Miércoles del Pregón de los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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Resulta obvio decir que con la lectura del Pregón, dan comienzo las fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, como las siguen llamando los de cierta edad.

Hace ya sesenta y ocho años que el arranque del serial sanjuanero tiene lugar la noche anterior al día de La Saca con la lectura del Pregón aunque la realidad sea otra pues ya por la tarde la corrida de toros y el pegote de la posterior cena de gala que ofrece el ayuntamiento a los jurados marcan el comienzo real, cortesía esta que, dicho sea de paso, no suele aparecer en el programa oficial.

El Pregón fue una de las innovaciones que mediados los años cincuenta se propuso introducir el tristemente célebre y recordado gobernador, Luis López Pando, uno de cuyos objetivos prioritarios al llegar a Soria fue el de meter mano a las Fiestas. Y a fe que lo consiguió, porque hace ya tiempo que el pregón terminó siendo una de las contadas incorporaciones que ha sobrevivido hasta el punto de que en la actualidad lejos de ser cuestionado se admite como uno más en el conjunto de los tan traídos y llevados usos y costumbres.

El caso es que la noche –a las once, como ahora- del miércoles 27 de junio de 1956 se dio lectura al primer Pregón en un marco notablemente diferente al de hoy no tanto por lo que se refiere al entorno, que sigue siendo el mismo, o sea la Plaza Mayor (en aquella época del Generalísimo), como a los detalles que lo rodearon, de tal manera que en la actualidad lo harían poco menos que irreconocible. Pues, en efecto, en aquella ocasión, previo disparo de tres cohetes de aviso y desde el balcón principal de la Casa Ayuntamiento de la Ciudad de Soria, cuya fachada se encontraba adornada con reposteros y plenamente iluminada, uno de los locutores de la querida Radio Soria, Roberto García del Río, dio lectura al Pregón de Fiestas de San Juan que había escrito el ilustre investigador y estudioso soriano, Víctor Higes Cuevas, miembro del entonces influyente en la sociedad soriana Centro de Estudios Sorianos. El oficialismo imperante tuvo el buen cuidado de filtrar a través del trisemanario Campo Soriano, el de cabecera, la idea de que el novedoso acto había sido establecido a petición de los Jurados de Cuadrilla aunque con posterioridad se hayan manejado otras hipótesis que no han podido verificarse.

Para adornar el momento se dispuso un escrupuloso protocolo explicando con detalle el ceremonial que iba a desarrollarse. De tal modo que, según se recogía en la información ampliamente difundida por el ayuntamiento, a continuación de la lectura del pregón la Banda Municipal interpretaría la canción sanjuanera estrenada aquel año, “El Cachirulo”, para a continuación iniciar el recorrido la comitiva con un piquete de la Guardia Municipal encargado de abrir la marcha; luego, el pregonero a caballo, flanqueado por timbaleros o trompeteros vestidos a la usanza medieval y conducidos a caballo por pajes; a continuación la Banda Municipal formada (sic), interpretando pasacalles típicos de las fiestas; más tarde las cuadrillas de mozos y mozas, “ataviadas [estas] con traje apropiado” ¡!, y por delante los caballistas inscritos para participar en los concursos de premios de las fiestas de ese año; finalmente, los jurados, con bastón como insignia del cargo, acompañados de una representación de la Corporación y escoltados por otro piquete de la Guardia Municipal, que cerraba el séquito.

Pues bien, como estaba previsto y escrupulosamente planificado, el cortejo enfiló el Collado hasta la plaza de San Esteban para dirigirse a la Diputación Provincial, donde volvió a leerse el pregón. De vuelta al Collado se tomó la dirección de la calle Marqués del Vadillo y una vez en la plaza de Mariano Granados la comitiva desfiló por la avenida de Navarra para tras tomar la calle Medinaceli continuar al Gobierno Civil y hacer una nueva parada frente al edificio, desde cuyo balcón central se leyó por tercera vez al texto. Reiniciada la marcha se siguió por Nicolás Rabal hasta la entrada a la Dehesa existente frente al Hotel Florida (la actual Comisaría de Policía); una vez atravesado el parque, el desfile salió por la puerta más próxima a la (desaparecida) casa del jardinero, junto a la Soledad, llegando al Espolón, encaminándose hacia la plaza de Mariano Granados, donde volvió a leerse el pregón, ya por última vez, y se disolvió la comitiva; allí mismo, se celebró a continuación “una gran verbena en honor de los Jurados de Cuadrilla”.

CUANDO LA CIUDAD CAMBIÓ DE IMAGEN (1947-1962)

La plaza del Olivo antes de la remodelación de los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

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Hubo una etapa que se extendió durante veinte años –en la década de los cuarenta y cincuenta-, que resultó decisiva para cambiar buena parte de la fisonomía de aquella pequeña capital con aire y costumbres provincianos que tenía en el Collado el eje de su actividad diaria por más que la vida se hiciera fundamentalmente en los barrios.

Metidos de lleno en la década de los cuarenta se construyó e inauguró el edificio del Instituto Provincial de Higiene, en la calle de Nicolás Rabal, junto a la dehesa, y el de la Delegación de Hacienda que abandonaba, por arcaicas y nada funcionales, las dependencias que había venido utilizando en el Palacio de los Condes de Gómara; inmuebles, estos dos que acaban de citarse, que ponían en la arquitectura urbana una nota de progreso y modernidad que contrastaba con la precariedad de la época. Casi simultáneamente la plaza de San Esteban sufría una profunda remodelación para dejarla básicamente en el estado en que se encuentra hoy, una vez superado felizmente, bastantes años después, aquel lamentable episodio –que terminó con alguno de los que encabezaron el movimiento opositor en el banquillo- a costa del empeño de uno de los alcaldes de cargarse a toda costa los árboles con la excusa de construir un aparcamiento subterráneo.

Por aquel entonces también –el año en que el General Franco visitó oficialmente la capital y se aprobaba el proyecto de abastecimiento de aguas- se llevó a cabo la ordenación de la zona de Santa Clara y de Las Pedrizas, en el otro extremo de la ciudad, que en este segundo caso –de indudable repercusión en el futuro de Soria- iba a acarrear, entre otros, el desplazamiento del tradicional mercado porcino de los jueves desde las traseras de Correos hasta una zona que no tardó en presentar el aspecto de abigarramiento que ofrece hoy, bien es cierto que coincidiendo con la ordenación del polígono que configuraron las calles Campo, Tejera y las proximidades de la plaza de toros todavía sin urbanizar. El entusiasmo de las autoridades locales por la nueva ubicación del mercado de cochinos llegó a tal punto que con las efusiones del momento llegó a plantearse seriamente la posibilidad de construir algo más arriba de la actual zona de los discobares unas instalaciones, modernas y funcionales, en las que pudieran desarrollarse de manera decorosa las operaciones de esta cita semanal, tan arraigada –si bien hace años perdida- en las costumbres de la ciudad.

Fue asimismo en la misma época cuando en el conjunto de un ambicioso plan de actuaciones en el parque de la Alameda de Cervantes se procedió a la sustitución de la portada que tenía por la actual, y partiendo de ésta se cerraba una buena parte del recinto, que por la derecha se prolongaba hasta la acera de enfrente de la casa de Nicanor Manrique –la de “El blusas”-, algo más arriba del actual Espacio Alameda, mientras que por el lado opuesto llegaba hasta el conocido como árbol gordo, muy cerca del edificio de Sanidad (frente al antiguo hotel Florida, actual Comisaría de Policía); además se llevaban a cabo tareas de acondicionamiento de los paseos y el estanque y desaparecían las casas del santero y del jardinero adosadas a la ermita de la Soledad, con lo que este pequeño entorno iba a ofrecer a partir de entonces un aspecto novedoso, por otra parte muy semejante al que tiene ahora, excepción hecha, como no puede ser de otra forma, del Árbol de la Música. La fuente de Los Leones tampoco duraría mucho tiempo en el Alto de la Dehesa para erigir en su lugar el monumento a los Caídos. No demasiado tiempo después se instaló y bendijo el monumento del Sagrado Corazón en el parque del castillo; se comenzó a trabajar en los proyectos de construcción de la Barriada de Yagüe y de remodelación de la calle Real mientras que se convertía en realidad la Escuela de Formación Profesional –otra de las iniciativas innovadoras y de mayor impacto de aquellos años- en la emergente zona colindante con la huerta de San Francisco.

Mediada la década de los cincuenta se reordenó la plaza de Ramón y Cajal -para los sorianos más viejos, de “La leña”-, y se construyó la Oficina de Turismo, aquel cuchitril llamado pomposamente Oficina de Turismo, donde el actual equipo de gobierno municipal ha colocado la maqueta de la ciudad; del mismo modo que la plaza de San Clemente, que se llevó por delante la entrañable, aunque en estado de ruina, iglesia del mismo nombre en cuyo solar se edificó el edificio de Telefónica. Asimismo, la comúnmente conocida como plaza del Chupete –Mariano Granados- fue sometida a un profundo cambio de imagen más aprovechando –si es que no por ordeno y mando- la construcción del monumento al General Yagüe. Y se le puso iluminación al emblemático y añorado Árbol de la Música, al que los integrantes de la banda se subían cada domingo –también los jueves del verano a la caída de la tarde- para ofrecer el acostumbrado concierto del mediodía tan pronto como llegaba el buen tiempo. Del mismo modo que se acometían importantes obras de reforma en la iglesia de La Mayor, que en el exterior afectaron a la fachada con la sustitución de la vieja puerta de acceso al templo, a las que siguieron, prácticamente sin solución de continuidad, las del entorno de San Juan de Rabanera, a la conclusión de las de reordenación del área que comenzaba en Ramón y Cajal con prolongación hasta las traseras de la plaza Mayor, lo que implicó el derribo de algunos edificios de la calle Claustrilla en su confluencia con la de Caballeros, y otros de la de las Fuentes con la de Rabanera (hoy, San Juan de Rabanera), colindantes con el viejo y destartalado caserón de Obras Públicas, en una de las operaciones urbanísticas de mayor alcance que se recuerdan en la historia reciente de la ciudad.

EL «TUBO ANCHO»

El Campo del Ferial, con la calle Vicente Tutor en primer término, recién urbanizado (Archivo Histórico Provincial)

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Ya hemos dicho en alguna ocasión que al final de la década de los cuarenta y comienzos de los cincuenta la corporación municipal que regía los destinos del consistorio capitalino abordó uno de los grandes y más ambiciosos proyectos de la época al sacar a pública subasta todas y cada una de las parcelas en que había sido dividido el Campo del Ferial. De manera que en no muchos años se procedía a la ordenación de la zona. Nacieron nuevas calles como la de Vicente Tutor y Mesta -algo más tarde la de Sagunto-, que constituyeron el eje del desarrollo, al menos en los primeros momentos; se reordenaron y ampliaron otras como las del Campo y Tejera, y, en general, el entorno pasó de ofrecer una imagen que se asemejaba más a lo rural a convertirse en un nuevo, moderno y emergente espacio urbano que comenzó a subir como a espuma y tuvo en la Casa Sindical (actual sede de la Patronal y los Sindicatos) un empujón importante. Enseguida surgieron las primeras edificaciones y a articularse a su alrededor un tejido comercial y de servicios que se dice hoy en el que comenzaron a proliferar locales del ramo de la hostelería –bares- hasta el punto de constituir en su conjunto una alternativa respecto de los que habían venido funcionando en la plaza de san Clemente y aledaños. En este contexto fueron abriendo, acaso no por el orden en que se van a citar el bar Madrid, luego Palafox, en el bajo del edificio –el primero en construirse en la zona- conocido como de la Termo Sanitaria, pues ciertamente en él se ubicó uno de los primeros establecimientos de la ciudad dedicado a la venta de material y mobiliario higiénico-sanitario, en el que con anterioridad funcionó primero un salón de juegos de billar y futbolines y luego un concesionario de automóviles. Por entonces también abrieron, cuando el alternar más que una costumbre era un rito del que raramente se prescindía, el Dorado, contiguo al que acaba mencionarse, y en la misma calle de Manuel Vicente Tutor el Cisne (luego Parrita), el Montico, algo más tarde el Argentina, el Bodegón Riojano, muy cerca el Mónaco, y al final de la calle el Pelayo; completaba el circuito el Garrido, en el que cada jueves poco después del mediodía tenía lugar una tertulia de lo más plural y abierta que pueda imaginarse, tanto por su composición como por los contenidos que debatían los contertulios, en la que tomaba parte un grupo variopinto donde lo hubiera formado por personajes de la más diversa procedencia que se movían en el mundo de la cultura, la intelectualidad, la política, la poesía, la erudición, el periodismo, la literatura, los sindicatos y, para no extendernos, de la sociedad en general, de muy desigual ideología. Fueron, sin duda, los mejores años del Tubo Ancho que lejos de limitar su ámbito geográfico a la calle que lleva por nombre el del insigne abogado agredeño Manuel Vicente Tutor extendía su área de influencia al Kansas, en la trasera, la de Sagunto; a la del Campo, donde el David y el Pérez eran el complemento lo mismo que el Alcázar en la plaza de El Salvador, y saliéndose de la zona propiamente dicha el Negresco junto a las tabernas del Rangil y el Morcilla, los tres en la calle Ferial, porque el Diana, el Sol y el del Abdón Morales hacía tiempo que habían cerrado.

 

SESENTA Y TRES AÑOS DE LA CASA DIOCESANA

Obras en la calle San Juan con la Casa Diocesana recién terminada (Archivo Histórico Provincial)

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El exterior del edificio de la Casa Diocesana, nombre por el que se le conoce comúnmente, está siendo objeto de una “ambiciosa obra de rehabilitación”, se ha dicho. No estará demás hacer un poco de historia del inmueble sito en la céntrica calle San Juan.

Un 2 de octubre –el de 1960- se inauguraba la oficialmente denominada Casa Diocesana de Obras Apostólicas y Sociales Pío XII –la Casa Diocesana a secas para mejor entenderse-, que fue uno de los acontecimientos más destacados del año en el ámbito local junto a la ordenación del tramo de la calle Real más próximo a la concatedral; el inicio de las obras de la alineación urbana de la zona comprendida entre la plaza de Mariano Granados (entonces del General Yagüe) y la del Generalísimo,  que no era otra sino la Plaza Mayor, a través de la plaza del Olivo y las calles Caballeros, Rabanera –más tarde San Juan de Rabanera- y Fuentes, y por qué no, la llegada por primera vez a Soria de la Vuelta Ciclista a España, por citar tan sólo unas efemérides.

Pues bien, aquel lluvioso, por cierto, día de San Saturio de hace 63  años el Nuncio apostólico en España de Su Santidad Juan XXIII, monseñor Hildebrando Antoniutti, bendijo la Casa Diocesana, en la no mucho después profundamente renovada zona del centro urbano, luego de haber oficiado el solemne pontifical en el primer templo soriano en honor del santo anacoreta y de haber asistido a la posterior recepción ofrecida por el ayuntamiento en la Casa Consistorial según la costumbre. El Nuncio había llegado a Soria la víspera por la tarde a la Plaza Mayor para inaugurar al día siguiente el edificio que había comenzado a construirse casi cinco años antes, la mañana gris del 9 de abril de 1956.

Las obras comenzaron por expresa voluntad del prelado sin ningún tipo de celebración especial, entendida ésta como la colocación de la primera piedra, acto siempre tan socorrido. De tal manera que según contó en su día con tono desenfadado y detalle el canónigo Carmelo Jiménez se encontraban en la antigua residencia episcopal -en la conocida como Casa del Obispo en la calle Las Fuentes- el reverendo Alejandro Moreno, los arquitectos Luis y Pablo Jiménez, el constructor Francisco Soto y él mismo, cuando conjuntamente comenzaron a derribar con la mano unos trozos de ladrillo de una vieja tapia mientras decían bromeando al primero de los citados (Alejandro Moreno) que mandase preparar una copa de vino para celebrar el comienzo de las obras, que lógicamente no llegó.

Anécdotas al margen, la realidad es que el 2 de octubre de 1960 el flamante edificio estaba listo para ser inaugurado tras un rápido proceso de construcción. Luego de la bendición de las dependencias fue el salón de actos el marco elegido para la celebración principal y dar oficialidad a la singular efeméride. “Desbordado el recinto de público, encendido el ánimo de los oradores y el de la espectadora muchedumbre”, según la crónica publicada por uno de los periódicos locales, fueron pasando por la tribuna los diferentes intervinientes. El presidente de la Junta Diocesana de Acción Católica, Luis Fuentes Amezua, hizo una exposición detallada del inmueble y de las tareas llevadas a cabo para su construcción; el obispo Rubio Montiel, habló de corazón (por el seminario) y de cerebro (en referencia a la que pretendía que fuera la Casa Diocesana), mientras que el Nuncio, que había recibido el título de Hermano Mayor de Honor de la Cofradía de San Saturio subrayó que como con este nombramiento “entiendo que me queréis hacer soriano, lo acepto con singular alegría y desde hoy me obligo a pedir por vosotros. No os faltará nunca mi recuerdo y mi interés”. Por la tarde el Nuncio visitó en Ágreda el convento de la Venerable Sor María de Jesús y la basílica de los Milagros.

SOL, VINO Y TOROS… Y DEPORTES

Solicitud de la Sociedad Deportiva Alto Duero del Frente de Juventudes para celebrar competiciones deportivas en las fiestas de San Juan (Archivo Municipal)

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¿Alguien concebiría hoy unas fiestas de San Juan salpicadas de competiciones deportivas? Con toda sinceridad, no, por más que nadie cuestione la importancia que tiene el deporte y la práctica deportiva en la sociedad moderna. Tendría que suceder algo verdaderamente especial como aconteció cuando al Numancia le iba el ascenso a Segunda o Primera División, en alguna ocasión coincidiendo con día tan especial para los sorianos como es el Domingo de Calderas.

Sin embargo, situados en los años de la Posguerra Civil española, esta particularidad de introducir de matute pruebas deportivas en la programación sanjuanera se convirtió en algo habitual. Porque, en efecto, durante un tiempo se estuvieron celebrando en lugares concurridos del centro de la ciudad competiciones con las que se pretendía distraer a los sorianos de la fiesta central del día del mismo que, a mayor abundamiento, eran el caldo de cultivo para llevar a la conciencia de los sorianos las bondades del Movimiento Nacional.

Una de las primeras iniciativas de este tipo, a la que siguieron bastantes más, fue la que promovió la Sociedad Deportiva Alto Duero del Frente de Juventudes. Constituida en el mes de noviembre de 1950 bajo la presidencia del médico e Inspector de Sanidad, Narciso Fuentes López, cursó una solicitud al ayuntamiento de Soria en el mes de junio del año siguiente en la que señalaba “que ante la proximidad de las Fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, con sus festejos tradicionales, desearía aportar su colaboración técnica para nuevos espectáculos que entran de lleno en la esfera de sus fines específicos, determinados en el Reglamento de su constitución”, por lo que solicitaban del Excelentísimo Ayuntamiento la colaboración para la puesta en marcha de unos “Campeonatos de Natación y Remo”, cuyas categorías se señalaban, a celebrar “en la tarde del Lunes de Bailas en el trozo del río comprendido entre el puente del ferrocarril Soria-Calatayud y la Ermita de San Saturio”.

Además ofrecía la celebración de “un partido de Baloncesto entre un equipo de esta Sociedad y otro de Guadalajara, a celebrar en la Plaza del Olivo después de la corrida de toros [aquel año fue novillada con picadores y un rejoneador, un festejo mixto en el argot taurino], disputándose un trofeo, que en el futuro podría ser disputado además por algún equipo de Burgos, en forma triangular”.

“Esta Sociedad –se añadía en la solicitud- prestaría el material necesario para dichas competiciones y la colaboración técnica para llevarlas a cabo, solicitando de esa Corporación una subvención de TRES MILPESETAS para gastos de organización más los propios que se estimen pertinentes para los ganadores de las mencionadas pruebas”.

La petición, presentada en el Registro del Ayuntamiento el 15 de junio, tuvo respuesta inmediata. Pues, en efecto, con fecha 22 el Ayuntamiento contestaba con un escrito del siguiente tenor: “Como contestación a su instancia en la que solicita colaboración de este Ayuntamiento para celebrar diversos espectáculos el Lunes de Bailas, la Comisión de Festejos de este Ayuntamiento ha acordado subvencionar con la cantidad que solicitan las competiciones que proponen. Lo que traslado a V. para su conocimiento y satisfacción. Dios guarde a V. muchos años”.

Dicho y hecho, las competiciones se desarrollaron según las previsiones.

EL RINCÓN DE BÉCQUER

 

El Rincón de Bécquer poco después de haber sido recuperado el espacio

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El conocido como Rincón de Bécquer no es otro sino el transitado paraje situado en las traseras de la iglesia del antiguo Hospital Provincial.

El Rincón de Bécquer tomó carta de naturaleza, o más bien surgió, a partir de la demolición de la vieja, pero no por ello menos querida, estación de tren Soria-San Francisco en la jerga ferroviaria, en la segunda mitad de los años sesenta, y sin solución de continuidad el efímero polígono resultante, temporalmente utilizado para ubicar en parte de él las atracciones de feria durante las fiestas, a falta de otros espacios idóneos que quedaran a mano susceptibles de ser usados para este fin, hasta que la Administración Central del Estado levantó en la parcela el edificio anterior al que hoy ocupa la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León. Fue entonces cuando pudieron rehabilitarse para ser contempladas las ruinas -desconocidas para la mayoría de los sorianos- del antiguo convento de San Francisco hasta ese momento en alarmante estado de deterioro, semienterradas y llenas de escombros y de basuras por más de su proximidad al centro urbano. Y eso que en las inmediaciones estaba construida ya la manzana de Pablo del Barrio, aunque con configuración diferente de la que ofrece en la actualidad, y que en la parte más próxima a la Dehesa ya hacía años que se había construido y funcionaba el Hotel Florida (el edificio que ha ocupado hasta hace poco la Comisaría de Policía) y sus aledaños servían de improvisado muelle para los viajeros de los coches que cubrían la línea de El Burgo de Osma y San Esteban de Gormaz –más tarde también la de Madrid- porque la estación de autobuses era todavía una entelequia por más que se llevara décadas hablando de ella.

Pero sin apartarnos del hilo argumental, el hecho cierto es que el paraje era hasta entonces una zona degradada ocupada por algunos de los servicios de la estación del ferrocarril como pudieran ser el embarcadero del ganado en la fachada norte del actual edificio de la Junta, depositario de tantos y tantos entrañables e imborrables recuerdos relacionados especialmente con el transporte de las merinas trashumantes y de los toros de lidia en cajones tirados por mulas hasta el coso de San Benito, además de otras instalaciones auxiliares de las dependencias ferroviarias; pero, por encima de todo, se trataba de una barrera física en toda regla que separaba de hecho el barrio de la Estación Vieja del Alto de San Francisco, donde por aquel entonces también –año más o menos- se construiría la Escuela de Magisterio y muy cerca otros edificios dotacionales como el Polideportivo de la Juventud y los colegios menores, de manera que en la práctica se trataba, como así era, de dos zonas colindantes sin conexión alguna. Luego, sí, una vez desaparecida la estación, el cambio fue radical pues sucesivamente surgió la avenida de la Victoria (ahora Duques de Soria) –por donde antaño iba el tren desde la estación de San Francisco a la del Cañuelo-; se construyó el scalextric (el que conocemos como Ronda de Eloy Sanz Villa), de tal manera que al facilitarse el acceso a la parte de arriba comenzaron a proliferar las nuevas construcciones y, en definitiva, a ensancharse el núcleo urbano.