LOS NOMBRES DE TRES CALLES DE LA CIUDAD

La avenida Duques de Soria, anteriormente de la Victoria, por donde circulaban los trenes, fue primero Tirso de Molina.

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Lo del callejero y los nombres de las calles de Soria daría, cuando menos, para una tesis doctoral desde cualquiera de los ángulos que se quisiera abordar. Un asunto que considerado desde una perspectiva global no deja de ser un galimatías que nadie se atreve a desenredar, con el foco puesto en el Consistorio, que debería ser el primer interesado en aclararlo. A mayor abundamiento, la bibliografía existente es escasa y farragosa en la que, sobre todo, se advierte la falta de rigor y, si se quiere, omisiones intencionadas. Es, por sintetizar, lo más parecido a una especie de bla-bla-bla con carencias más que evidentes a poco que se conozca la historia de la ciudad.

Con el único propósito de hacer una pequeña aportación, más testimonial que otra cosa, pero sí necesaria, parece oportuno dejar constancia de que, por ejemplo, la céntrica calle Alfonso VIII tomó esta denominación por así haberlo acordado el ayuntamiento de la ciudad en el pleno celebrado el miércoles 16 de junio de 1909. “Una vía de 14 metros de anchura que desde la Plaza del Campo conduce a la Estación” [obviamente de San Francisco], según la referencia de El Avisador Numantino.

En aquella misma sesión plenaria se acordó denominar Avenida de San Francisco “a la que ha de resultar contigua a la Alameda de Cervantes”, o sea, la calle de Nicolás Rabal que conocemos, dijo el mismo medio.

Y “Tirso de Molina a la que parte de la carretera de Madrid y llegará hasta las tapias del Hospital”, contó asimismo El Avisador, que pasó a denominarse avenida de la Victoria cuando se demolió la estación de tren Soria-San Francisco y se urbanizó el que se dio en llamar Polígono de la Estación Vieja, en la actualidad de los Duques de Soria.

Otro día nos ocuparemos de la avenida de Navarra, de la que la bibliografía moderna tampoco ha dejado constancia de por qué se le dio la denominación que tiene y no se conservó el de Ruiz Zorrilla.

LA URBANIZACIÓN DEL CAMPO DEL FERIAL (y II)

El triángulo de la calle Campo todavía sin edificar (Archivo Histórico Provincial)

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El ayuntamiento llevaba ya unos cuantos años trabajando en el empeño y, por qué no, recibiendo quejas como la que formuló el máximo responsable de la administración postal en Soria “solicitando el traslado del mercado que tiene lugar los jueves en la parte posterior del edificio de Correos por los trastornos que ocasionan los tratantes que ocupan las aceras y puertas del citado edificio”, al tiempo que la Hermandad Sindical Provincial de Labradores y Ganaderos proponía la adquisición de unos terrenos comprendidos entre Santa Bárbara y el Paseo de la Florida para la instalación del mercado semanal, el ferial y el descansadero de ganado, que no llegó a materializarse. Como tampoco el anunciado hasta la saciedad proyecto de abrir una nueva calle que sirviera de conexión entre la recién urbanizada del Campo y la de Rota de Calatañazor atravesando la de la Tejera. De la calle Campo hacía ya tiempo que se había retirado la fuente y el abrevadero y trasladado a la parte baja del riscal de Las Pedrizas, donde está ubicado ahora el colegio y comienza la zona de discobares. La iniciativa, de la que nada más se supo y eso que el enorme panel explicativo de la actuación, con croquis incluido de cómo se contemplaba el resultado, estuvo la tira de años colgado en la fachada del inmueble afectado, se ejecutaría sólo a medias algunas décadas después cuando las necesidades del céntrico y emergente barrio poco o nada tenían que ver con las que en su día habían aconsejado abordar tan ambiciosa actuación. Pues, en efecto, derivó en el conocido pasaje particular, en una de las construcciones de la calle Tejera, que además de no responder ni de largo a las previsiones iniciales ni siquiera sirvió para paliar una problemática que los munícipes intuyeron en los años cuarenta o acaso antes. Sí es que no la “nueva vía de 18 metros”, de que se habló entonces, entre la calle Mesta –en la parte más próxima a la plaza de toros- y la Plaza del Vergel, que tampoco consiguió salir adelante, al menos según la idea que se presentó a los sorianos.

En todo caso, la reconversión de la zona era irreversible y, como consecuencia, el desarrollo de las aledañas, que no muchos años después ofrecían un aspecto difícilmente imaginable a la luz de las necesidades y de la realidad de una época complicada y difícil. No obstante en el conocido como triángulo de la calle Campo, que no era otro sino la parcela que actualmente ocupa el edificio de Cultura de la Junta de Castilla y León, aún estuvieron instalándose durante algunos años los circos y teatros ambulantes que llegaban a la ciudad hasta que el jueves 18 de enero de 1973 se firmó ante notario la escritura de cesión del solar para construir en él la Casa del Movimiento, con el propósito de reunir todas las dependencias del partido único dispersas por la ciudad, que no llegó a estrenarse como tal.

 

 

LA URBANIZACIÓN DEL CAMPO DEL FERIAL (I)

El Campo del Ferial recién urbanizado, con la calle Vicente Tutor en primer término (Archivo Histórico Provincial)

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Sin apenas repercusión informativa, por decirlo de alguna manera, redactado casi en clave y prácticamente perdido entre el fárrago de los asuntos abordados por el pleno de la corporación municipal, que, por cierto, no revestían ni de largo semejante importancia, se supo tres días después que en la sesión del 15 de enero de 1947 el ayuntamiento de la capital, presidido por el alcalde Mariano Íñiguez García, había tomado un acuerdo que, sin necesidad de que transcurrieran muchos años, iba a resultar clave para el desarrollo de una de las zonas céntricas de la ciudad. Pues, en efecto, sacaba a pública subasta las parcelas edificables, hasta un total de 12, del que se conocía como Campo del Ferial, con tipos que, según la superficie del solar, oscilaban entre las 29.970 y las 61.177 pesetas de entonces, o sea, 371,29 y 179,80 euros respectivamente en la moneda actual, con una serie de prescripciones como la referida a la altura máxima de los edificios que “será de 15,50 metros, medidos en su punto medio de fachada [con un] máximo de cinco plantas, no permitiéndose ninguna construcción inferior a cuatro”, se destacaba en el anuncio de licitación. No obstante, se precisaba más: “Esta manzana lleva un patio central que no podrá cubrirse nada más que hasta la primera planta y la fachada a este patio no podrá tener salientes ni entrantes”. Se trataba, en fin, de una buena parte del espacio multiusos, dicho sea en versión moderna, que había detrás de Correos y llegaba hasta la Tejera, concretamente el comprendido entre las actuales calles de Manuel Vicente Tutor y Mesta, y se utilizaba para todo. De manera que lo mismo servía para mercado de los cochinos de los jueves que estacionalmente de descansadero de las merinas tanto en su viaje a tierras extremeñas como a la vuelta, si es que no de ferial de ganados en las citas tradicionales de marzo y septiembre y del mercadillo de trastos viejos, a modo de rastro, que se instalaba para la ocasión. Porque en la parte más alejada del centro todavía se mantenía en pie el refugio antiaéreo construido durante la Guerra Civil, en evidente estado de deterioro además de ser un foco de suciedad. La zona la cruzaba el vial que describiendo una gran curva conectaba la plaza de Mariano de Granados con la que era y durante muchos años después continuó siendo carretera general, o sea la calle de la Tejera, a través de la del Ferial.

LA FACHADA DE LA CÁRCEL VIEJA

 

Fachada de la cárcel vieja en una imagen de finales del mes de mayo de 2023 (Joaquín Alcalde)

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De la reversión a la ciudad de los terrenos que ocupa la vieja prisión en la calle Las Casas se ha viene hablando desde el momento que se conoció la decisión de construir la nueva, la ubicada en el paraje de La Laguna, cerca del barrio de Las Casas, o lo que es lo mismo, en 2007, nada más celebrarse las elecciones municipales. Fue una filtración interesada en plena negociación política para constituir el nuevo Ayuntamiento que no consiguió el propósito por el que se dio a conocer

Entonces, el ambiente estaba enrarecido a consecuencia de la ubicación de un nuevo centro penitenciario, aunque el debate, con algún que otro pico de efervescencia, finalmente no fuera más allá de lo testimonial, pues desde el primer momento el alcalde de la ciudad –que lo sigue siendo- salió a la palestra para apoyar las bondades del proyecto y, sobre todo, afirmar el propósito del municipio de recuperar los terrenos cedidos en su día a la Administración de Justicia y dedicarlos a uso de equipamiento social. Esta idea ha sido la más escuchada desde entonces por más que en los últimos tiempos, con el inmueble ya desocupado, se haya precisado más y manejado la posibilidad de construir en el solar un recinto ferial, por cierto, la asignatura pendiente de la ciudad desde hace un montón de años tras el proyecto fallido del Polígono de Las Casas, del que se desistió, con los pabellones ya construidos, considerando que en aquel momento había que dar prioridad a necesidades de índole industrial que no cabía posponer.

Sea como fuere, si la reversión al municipio de los terrenos de la vieja prisión parece estar clara, y habida cuenta de la inevitable demolición de las instalaciones, quizá sea el momento de reclamar más que plantear la conservación de la fachada principal, de la que por cierto no se ha dicho, o al menos no ha trascendido, absolutamente nada acerca de su destino, y ensamblarla en el entorno.

La fachada del edificio fue y sigue siendo una de las referencias arquitectónicas de un barrio, y por lo tanto de la ciudad, que se configuró y desarrolló a raíz de instalarse allí a finales de los cincuenta y primeros de los sesenta el centro penitenciario, la cárcel, como se decía entonces. Sería un error grave hacerla desaparecer y el mejor momento de evitar lo que ha sucedido con otros elementos representativos de la arquitectura urbana como, por ejemplo, la fachada principal del viejo Campo de Deportes de San Andrés, que fue uno de los grandes errores cometidos por el gobierno municipal que ya entonces presidía el actual alcalde, con independencia de la significación histórica y lo que representaba, como anteriormente, cierto que en una etapa políticamente muy diferente, ocurrió con el emblemático edificio de Magisterio en el Espolón. Es solo la punta del iceberg de una serie continuada de desatinos.

EL PRIMER LAVADERO DE LA CIUDAD

El lavadero del Soto Playa, anegado (Archivo Histórico Provincial)

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No hace  muchos días se ha conocido la noticia de que el ayuntamiento ha colocado la escultura de una lavandera en el Soto Playa, donde en tiempo funcionó uno de los lavaderos de la ciudad, el último que se recuerde, rehabilitado tampoco hace demasiado tiempo no tanto para darle el uso que tuvo como elemento de la cultura popular.

También hace apenas unas semanas nos ocupábamos en este sitio web de las lavanderas y muy de pasada de los lavaderos por lo que aprovechando la reciente iniciativa del consistorio capitalino queremos hacer una breve aportación acerca del origen de los lavaderos de la ciudad y señalar de entrada que el del Soto Playa, es decir, en el que acaba de colocarse la obra del escultor soriano Ricardo González, no fue el primero. Pues, en efecto, en sesión de la corporación municipal celebrada del 23 de agosto de 1873 el pleno del ayuntamiento acordó “construir un lavadero al descubierto en el río Duero y orilla del Este, inmediato al molino que existe junto al Puente [es decir, en el que conocemos ahora como molinete], encargando a la Comisión municipal de obras que, de acuerdo con el Sr. Arquitecto, se haga cargo de los materiales al efecto necesario”, según el Boletín Oficial de la Provincia de la época.

La construcción de este primer lavadero no dejó de ser una buena solución, pero no la definitiva porque sin tardar las lavanderas y la opinión pública comenzaron a revindicar uno cubierto, habida cuenta los rigores de los inviernos sorianos. Y aunque tuvieron que transcurrir algunos años, más o menos como ocurre ahora ante cualquier iniciativa que se plantea, el municipio decidió construir el demandado lavadero cubierto aprovechando las obras acometidas en el Molino del Medio. Era el mes de septiembre de 1901.

La obra, no obstante, estuvo sometida a vaivenes e incluso a la suspensión, hasta que por fin, cinco años después, o sea 1906, fue una realidad. Puede que fuera una casualidad pero el hecho cierto es que el día de San Saturio, de especial significación para las lavanderas profesionales, se supo que “unido a la Casa de Máquinas [la elevadora, para que se enrienda] en el molino de “En medio” se ha construido un lavadero público a cubierto y capaz para más de ochenta mujeres, que pueden con ello verse libres de los rigores del clima durante el invierno”.

El 20 diciembre de 1909, con motivo de la crecida del río, cuyo caudal subió casi tres metros, se derrumbó la techumbre y cuatro columnas del andén de la derecha del lavadero, sin que hubiera que lamentar desgracias personales porque el suceso “debió suceder de las tres de la noche a las seis de la madrugada”.

 

SETENTA AÑOS DE LOS GRAVES INCIDENTES DEL LUNES DE BAILAS (y III)

La pradera de Las Bailas en una imagen tomada en 1989

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Pero quien tenía tomar nota, la debió tomar. Porque, en efecto, al año siguiente -1954- se edulcoró ligeramente el aludido Bando del Alcalde, sobre todo respecto de las normas para el Viernes de Toros, acaso porque la plaza había sufrido una pequeña reforma para darle más aforo y dotarla, en la medida de lo posible, de una mayor seguridad, la gran obsesión del Gobernador que tuvo el buen cuidado de que trascendiera a la población. Y las fiestas transcurrieron esta vez sin incidentes, o sea, como siempre.

Sin embargo estaba aún latente la asonada de un año antes y aquello, al menos desde los círculos de poder, no podía despacharse sin más. O lo que es lo mismo, la primera autoridad tenía que ser desagraviada. Y claro que lo fue. No faltó quien se ocupara de ello.

Esta vez sí, el periódico denominado ya Campo Soriano fue diligente, y en el primer número que salió a la calle tras el Lunes de Bailas, dio en  su primera página cumplida referencia del acto que había tenido lugar la tarde del Domingo de Calderas –curiosa y puede que también intencionadamente 29 de junio-, que tituló: “Popular demostración de afecto al Excmo. Sr. Gobernador civil”. Y subtituló: “Los jurados, cuatros de Cuadrilla y numeroso público, vitorearon a nuestra primera autoridad”.

El texto de la información, a dos columnas y en cursiva, decía así: “En la tarde del domingo pasado, Domingo de Calderas, en cuyo día culminan las Fiestas de San Juan, tuvo el pueblo de Soria un rasgo que es de justicia poner de relieve.

Decimos pueblo de Soria porque estas fiestas son populares, eminentemente populares, el Jurado en ellas, parece es la personificación del sentir del pueblo el cual siguiendo a los Jurados, vitoreó entusiásticamente, con afecto entrañable, con sentida emoción, a nuestra primera autoridad civil que, recogiendo y valorando esta demostración de cariñosa simpatía, acompañado de su distinguida esposa Dª Consuelo Espinosa de López Pando, saludó emocionado a los Sres. Jurados y a cuantos les acompañaban, saliendo a los balcones del Gobierno Civil, donde los Jurados, con los atributos de su autoridad fiestera vitorearon con inenarrable entusiasmo a nuestro gobernador excelentísimo señor don Luís López Pando.

Nos congratula este rasgo de nobleza del pueblo de Soria hacia la persona de nuestra primera autoridad, que desea igual que su propio bien, el progreso de Soria y su provincia, como, con hechos incontrovertibles, lo viene constantemente demostrando”.

Esta vez no hubo desórdenes no tampoco fue necesario que la Policía Armada formara delante del edificio.

 

SETENTA AÑOS DE LOS GRAVES INCIDENTES DEL LUNES DE BAILAS (II)

El Gobernador y otras autoridades de la época probando la caldera de los pobres (Archivo Histórico Provincial)

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Sin embargo, lo verdaderamente fuerte iba a venir al año siguiente. El 8 de junio de 1953 el ayuntamiento de Soria publicó un Bando firmado por el Alcalde Eusebio Fernández de Velasco en el que daba normas estrictas para cada uno de los días de las fiestas, especialmente para el festejo de la Compra del Toro y las corridas del Viernes de Toros, acompañadas de la correspondiente advertencia sancionadora en caso de incumplimiento, aunque no faltaran otras de índole pudiera decirse menor, aunque eso sí, encaminadas a ordenar en la más amplia acepción de la palabra el protocolo a seguir, como era el caso del orden que debía tener el desfile el día de La Saca y, por ejemplo, el número de veces que los vehículos, cualesquiera que fueran, podían pasar por El Collado, pero que en definitiva no tenían otra finalidad que la de ejercer el mayor control posible sobre cualquier movimiento de la población por intranscendente que pareciera.

No llamaron tanto la atención las instrucciones dictadas para La Compra, que, en síntesis, venían a regular la condición de vehículo legalmente autorizado el determinado por la Jefatura de Obras Públicas y el transporte de personas al Monte Valonsadero, como las acordadas para el Viernes de Toros que, salvo alguna razonable, no tenían desperdicio: “1º Se exigirán rigurosamente los billetes de entrada a la plaza. 2º Los palcos (se ponían a la venta entre los accionistas de la plaza y quienes estuvieran interesados) se reservarán a los usuarios, advirtiendo que en ningún caso se permitirá en ellos mayor número de espectadores que los marcados en el aforo correspondiente. 3º Queda prohibido terminantemente entrar en la plaza con palos, bastones, etc., así como arrojarse al ruedo mientras no haya terminado el espectáculo. 4º Finalizadas las corridas, los espectadores saldrán por las puertas de costumbre, quedando prohibido que los espectadores de los tendidos salgan por los palcos para buscar los accesos de salida. 5º Las puertas de la plaza de toros se abrirán dos horas antes de iniciarse el espectáculo”.

En cualquier caso, en el ayuntamiento no las debían tener todas consigo, porque unos días antes de las fiestas del año 1953, la Corporación en pleno conocía “una moción suscrita por varios concejales (no se sabe ni se sabrá a instancias de quién) en la que proponen para salir al paso de determinados bulos propalados, [que] todos [los sorianos] colaboren con las autoridades para que reine el mayor esplendor durante los festejos”.

Las fiestas, al menos de cara al exterior, discurrieron con normalidad, incluido el partido de fútbol contra el equipo alemán Freiburger, a la misma hora que la novillada de la tarde del Viernes de Toros, hasta el estallido de la noche del Lunes de Bailas, en que se montó una buena hasta el punto de que una compañía de la Policía Armada llegó a estar formada delante del edificio del Gobierno Civil en previsión de las derivaciones que pudiera tomar el conflicto, y de la que setenta años después no hay una versión oficial (ni se conocerá) de los graves incidentes acontecidos.

 

 

SETENTA AÑOS DE LOS GRAVES INCIDENTES DEL LUNES DE BAILAS (I)

El Gobernador Luis López Pando, con traje blanco, acompañado del alcalde Eusebio Fernández de Velasco, a la izquierda de la foto, en la prueba del Domingo de Calderas.

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Existe un pacto, algo así como el pecado original de los sorianos, según el cual es el propio pueblo de Soria el único y verdadero depositario de los valores de unas tradiciones de origen antiquísimo que terminan por perderse en el tiempo. Nos referimos a las que ahora conocemos como Fiestas de San Juan.

Por eso cuando a mitad de la década de los cincuenta del siglo pasado uno de los Gobernadores que pasó por aquí, el tristemente famoso Luís López Pando, pretendió meterles mano, se encontró con lo que se encontró. No fue sino aquella famosa y multitudinaria protesta popular del 29 de junio de 1953, Lunes de Bailas, al regreso de la pradera de San Polo, de la que se cumplen setenta años.

Del levantamiento popular contra la autoridad la noche de la festividad de San Pedro y San Pablo, en los años más duros del Régimen de Franco, apenas se han ocupado y lamentablemente cada vez menos, los estudiosos y tratadistas de nuestras Fiestas. De ahí que incluso los más versados en estas cosas de los sanjuanes desconozcan, por una cuestión meramente generacional, el grave incidente que se produjo, con intervención de la Policía Armada y el saldo de sorianos y sanjuaneros lesionados tras las correrías desenfrenadas por el centro de la ciudad.

Son escasas las aportaciones contrastadas y fiables que se han publicado para tener siquiera una idea completa de lo que aconteció aquella noche. De manera que quien quiera aproximarse a lo que pasó no tenga más remedio que recurrir al testimonio oral de los pocos sorianos que van quedando de aquellos años para conocer lo sucedido y su alcance, que  también hay que decirlo, porque nos consta, cuando se ha intentado conseguir alguna información la respuesta siempre ha sido la de pasar página. Pues por extraño que pueda parecer, y visto desde la perspectiva actual, el único periódico que se publicaba entonces, Campo,  no ofreció la más mínima referencia acerca de lo sucedido, que, repetimos, fue grave.

Contrasta el silencio del medio oficialista con la atención que prestó por el contrario a las “declaraciones hechas por el Sr. Gobernador Civil a un redactor de Radio Soria”, que publicó en la primera página del número correspondiente al martes 12 de mayo de 1953, en las que en síntesis Luís López Pando abogaba por la supresión del desfile por las calles de la población el día de La Compra al regreso de Valonsadero, la subida normal y correcta de Las Bailas, y, en general, anunciaba el refuerzo de los festejos con partidos de fútbol de categoría, teatro y guiñol al aire libre, y el día de La Saca con desfile de carrozas, cuadrillas a pie, cabalgaduras enjaezadas para lo cual se convocará –dijo- “un concurso de premios, con importantes cantidades, lo que indudablemente dará auténtico color y valor a las fiestas acercándonos con ello a lo verdaderamente tradicional”. Pero sobre todo, la ordenación de “la asistencia al festival taurino (entiéndase, Viernes de Toros) como consecuencia del estado de la plaza –el Gobierno Civil pidió informe, que emitieron, los arquitectos [Luis] Jiménez [Fernández] y [Guillermo] Cabrerizo- y aumento de población, medidas impuestas por la más elemental prudencia, en beneficio de todos”.

Todo ello, al decir del Gobernador, “de común acuerdo y por absoluta unanimidad tanto por el ayuntamiento de la Ciudad como por los jurados de cuadrilla, a quienes he consultado”. Y aun reconociendo que “la unidad de opiniones es difícil conseguir”, abundaba en que “me secunda no solo el ayuntamiento en pleno sino también todos los sorianos amantes de su pueblo”.

Acaso convenga señalar aquí, antes de seguir, que un año antes se había producido un cambio político de especial relevancia en las instituciones políticas de la provincia y de la propia capital. Porque, en efecto, a finales del invierno del año 1952 Jesús Posada Cacho cesaba como Gobernador Civil de Soria y era destinado a Burgos. Le sustituyó Luís López Pando, un militar con fama de duro, lo que acarreó, entre otros movimientos, el relevo de Mariano Íñiguez García de la Alcaldía de Soria en favor de Eusebio Fernández de Velasco. En todo caso, Jesús Posada Cacho y Mariano Íñiguez García han pasado a la historia de las fiestas de San Juan, entre otras cosas, por haber intentado democratizar los sanjuanes, pues al menos recuperaron durante su mandato el festejo del Toro Enmaromado, aunque sólo fuera de manera simbólica y por dos años, que había sido suprimido por la autoridad gubernativa a comienzos del siglo veinte. Aquí puede que estuviera la clave.

No obstante, la realidad es que el nuevo poncio debió traer la lección bien aprendida y aquel mismo año -1952- ya se encargó de que el ayuntamiento programara la mañana de La Saca, en la pradera existente frente a la tribuna de autoridades del monte de Valonsadero pruebas de caballistas a base de carrera de cintas, y jimkana con los correspondientes premios.

 

EL ESCUDO DEL CLUB DEPORTIVO NUMANCIA, REPRODUCCIÓN DEL DE LA CIUDAD

Escudo del Club Deportivo Numancia antes que se le añadiera «de Soria»

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Tiene la Ciudad de Soria por armas un Castillo con un medio Cuerpo de un Rey coronado sobre la Torre del Homenaje, y la inscripción de «Soria Pura Cabeza de Estremadura». El Castillo es de plata significadora de su lealtad, y el Campo es de Sangre, por la que derramaron sus hijos en servicio de su Rey y de su Patria. El Rey significa a Don Alfonso Octavo el de las Navas, criado en Soria por espacio de cuatro años, en la que se defendió y amparó, contra la persecución del Rey de León, su Tío.

La letra tiene dos partes; la primera es «Soria Pura», que significa la noble, sin mezcla de mancha ni mal linaje, sin doblez, firme y constante, depurada y libre de todo vicio, y por la gente que en ella ha habido y hay de sangre limpia y pura. La segunda parte contiene «Cabeza de Estremadura», que significa ser cabeza de las Tierras y lugares convecinos a los extremos o nacimientos del Río Duero, a que se llamaron antiguamente Estremaduras.

Hasta aquí la descripción del Escudo de la Ciudad.

Pues bien, por si todavía queda alguien que no lo haya advertido acaso porque tampoco ha sido un asunto que en la ya dilatada vida de la Entidad ha suscitado un especial interés, salvo en algún caso puntal que trataremos más adelante, habida cuenta los vaivenes de todo tipo que ha padecido y caracterizado una gran parte de su historia, excepción hecha del tramo más reciente (el momento actual es otra cosa, después de volver la semana pasada a la cuarta categoría del fútbol español), no estará demás señalar que el emblema del Club Deportivo Numancia es una reproducción del escudo de la Ciudad.

El 7 de abril de 1945 fue el día que se refundó el Numancia de la segunda época –el que conocemos- en aquella célebre reunión de “personalidades y aficionados deportistas” que tuvo lugar en el Ayuntamiento. Y dotar a la renacida entidad de un distintivo fue una de las primeras decisiones que tomó la Junta directiva que presidía el médico Eusebio Brieva Bartolomé, de la que formaban parte con él José Carreras Cejudo (vicepresidente), Evaristo de Miguel Alcalde (secretario), Antonio Ridruejo Botija (tesorero) y Emiliano Pagazaurtundua, José Mozas del Campo, Narciso Fuentes López, Juan Sala de Pablo, José María Montejo Rodríguez, Mariano Íñiguez García, Guillermo Cabrerizo Botija y Arsenio Sanz de Velasco (vocales).

El diseño del emblema se le encargó al vocal de la Junta directiva del Club José María Montejo, delineante de profesión y funcionario del Cuerpo de Delineantes de Catastro del Instituto Geográfico y Catastral. Él creó el boceto que el presidente del Club, Eusebio Brieva, presentó al Ayuntamiento solicitando autorización para que el Numancia pudiera utilizar en su emblema el escudo de la Ciudad. El sábado 15 de mayo de 1948 la Corporación Municipal celebró sesión ordinaria presidida por el Teniente de Alcalde Jesús Martínez Borque, en ausencia del Alcalde Mariano Íñiguez García, y el pleno (Julián Ballestero, Eusebio Manrique, Alfredo Hernández, Julio Royo, Leoncio Brieva, Gonzalo Ruiz y Luis Fuentes eran los concejales y Félix Sánchez-Malo, el Secretario) acordó por unanimidad acceder a la solicitud planteada por Eusebio Brieva. Curiosamente, cuando unos días antes, el 11 de mayo, el Club Deportivo Numancia había celebrado Asamblea de Compromisarios en la que Eusebio Brieva fue relevado de la presidencia por el abogado Alberto Heras Hercilla, bajo cuyo mandato, por cierto, el equipo logró por primera vez el ascenso a Segundas División el inolvidable 19 de junio de 1949, domingo de la Compra del Toro.

En este primer escudo de la nueva época con forma a modo de óvalo truncado se hizo figurar la leyenda de Club Deportivo Numancia: Club, en la parte superior; Deportivo, en el lado izquierdo, mirando el emblema, y Numancia, en el derecho. Con esta imagen crecieron sucesivas generaciones de sorianos aficionados al fútbol y seguidores del Numancia en particular y se hizo universal.

Después de muchos años de deambular sin un rumbo definido, y es más con la amenaza de la desaparición en algún momento, el equipo había logrado salir del pozo de la Tercera División para instalarse en Segunda B, en la que tras completado su tercera temporada, la 1991/1992, se encontraba asentado. En cualquier caso, unas semanas antes de que finalizase el Campeonato se producía el relevo en la presidencia del Club cuando a finales del mes de marzo Sebastián Ruiz Mateo anunció su decisión de no continuar la nueva temporada. No tardó en conocerse el nombre de José Manuel García Delso para sustituirle, como en realidad así fue. Se iniciaba por tanto una nueva etapa y una manera diferente de gestionar el Club que se oficializó en la en la asamblea general de socios celebrada el 5 de junio de 1992 en el salón de actos de la entonces denominada Caja Salamanca y Soria. Aquel día, entre los asuntos a debatir  del orden del día, se abordó, y aprobó por una mayoría lo suficientemente representativa, uno de especial relevancia como era la nueva denominación de la entidad, que a partir de aquel día pasaba a llamarse Club Deportivo Numancia de Soria.

La decisión, lógicamente, iba a tener repercusión en el emblema diseñado en su día por José María Montejo. No tanto en cuanto a su formato, que no iba a sufrir modificación, ni tenía por qué, sino por la necesidad de acoplarle la nueva denominación. En definitiva, se decidió que en la parte superior figurara C. D.; en el lado izquierdo, Numancia, y en el derecho, de Soria. Es el que ha lucido el equipo en su etapa más brillante y los aficionados en sus solapas, y lo siguen mostrando.

LAVADEROS Y LAVANDERAS

Los lavaderos del Soto Playa cuando todavía tenían actividad (Archivo Histórico Provincial)

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Acabadas, hace ya algunos años, las obras de las márgenes del Duero, una de las propuestas que pudieron escucharse, en medio de la maraña a que se nos somete a diario, fue la que hizo la asociación de vecinos del barrio de San Pedro pidiendo la rehabilitación de los antiguos lavaderos públicos del Soto Playa.

Es posible que por razones generacionales y no otras la iniciativa no dijera demasiado –acaso nada- a un sector cada vez más amplio de la población soriana. No así a los de cierta edad que lejos de mostrarse indiferentes les llevaron a etapas pretéritas. Hacía ya décadas que no se utilizaban pero aún podían verse algunos restos de la instalación, eso sí, en evidente estado de deterioro y por qué no de ruina.

No cabe precisar con exactitud la fecha en que dejó de usarse el lavadero del Soto Playa, ubicado junto a la antigua Elevadora (en lo que hoy es Museo del Agua), pero sí que coincidió con la despoblación del barrio del Puente, a caballo entre el final de los cuarenta y el comienzo de los cincuenta. Está documentada, por el contrario, que su construcción se llevó a cabo en los albores del siglo pasado, en 1903. En realidad se trataba de dos lavaderos, cubiertos ambos, uno de los cuales desapareció enseguida pues apenas seis años después –en 1909- un fuerte temporal ocasionó el hundimiento del que se encontraba en el lado derecho. A tan elemental, pero al mismo tiempo necesaria instalación, pues no todas las viviendas contaban con agua corriente y mucho menos para este menester, tenían por costumbre acudir con regularidad las mujeres que vivían en los alrededores a hacer la colada semanal, con los baldes de ropa sucia a rebosar sobre la cabeza, apoyados en un rodete que aliviaba el peso de la carga, y la inseparable –por necesaria- tabla de lavar bajo el brazo. Lugares también donde se hacía la colada eran las proximidades de San Juan de Duero y en tiempos más modernos el entorno del Molinete, sin duda por estar más guarnecido del viento y el frío que la desprotegida ribera del antiguo monasterio, morada en otro tiempo de los Caballeros y Monjes San Juanistas. Sea como fuere, el caso es que en las frías aguas del río se llevaba a cabo tan doméstica como especialmente dura tarea sobre todo los días más crudos del invierno, que en el buen tiempo no se limitaba al lavado de la ropa sino que comprendía también su secado. Pero no eran solo las amas de casa las usuarias del recinto porque había también lavanderas profesionales que, provistas del correspondiente cajoncito para facilitar el ejercicio del oficio, aguardaban a la clientela a pie de río tanto da que fueran los días de frío como los calurosos de verano. Cobraban por pieza lavada y las prendas las entregaban, por lo general, secas. Las lavanderas estaban constituidas en asociación a la que pertenecían casi todas las mujeres que se dedicaban profesionalmente a esta ocupación además de alguna otra a título particular, cuyos fines consistían en ayudar a las que pudieran necesitarlo, bien en caso de enfermedad o de apuro especial, además de la inexcusable obligación de prestar asistencia a las asociadas en casos determinados. Se trataba de una organización gremial hace tiempo desaparecida que entre otras actividades había una fija –no en la fecha, que solía cambiar- como era la de celebrar cada año su fiesta patronal consistente en una “misa de comunión general”, a las siete y media de la mañana, que tenía lugar en ocasiones en el Mirón, otras en la Colegiata (la Concatedral de ahora) y alguna vez también en la ermita de San Saturio el día de Santiago. Al comienzo de la década de los sesenta la asociación de lavanderas era historia. Ahora, el ayuntamiento va a colocar una escultura recordando la actividad que se ejercía allí.