Jura de Bandera de los soldados del Batallón de Minadores con la casa del jardinero y del santero al fondo, junto a la ermita de la Soledad (Archivo Histórico Provincial)
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La Casa del Guarda, en Alto de la Dehesa, fue remodelada hace unos años. Hoy es un establecimiento de hostelería. Conviene no confundirla con otro inmueble desaparecido hace ya muchos años –bastante más de medio siglo- desaparecido. Se encontraba al principio de la Dehesa, a pocos metros de una de las puertas principales de acceso entrando por Mariano Granados. Era la casa del jardinero y del santero adosada a la ermita de la Soledad.
Fue una época en la que el jardinero mayor del ayuntamiento tenía vivienda en el parque y el oratorio contaba con una persona no solo encargada de cuidar del santuario sino que además tenía la obligación, entre otras, de salir periódicamente a la calle a pedir limosna para el culto provisto de una de aquellas huchas tan peculiares que llevaban en el frontal una reproducción de la fotografía del santo o imagen de que se tratara.
Pues bien, la aludida casa tenía doble fachada: por uno de los lados, el de entrada al pequeño y modesto edificio, daba a uno de los paseos centrales, el denominado del Cardenal Pimentel, en recuerdo del que fue obispo de Osma entre 1630 y 1633, en el reinado de Felipe IV; por el otro, con orientación al poniente, al espacio en que se encuentra el monumento a los autores de las canciones sanjuaneras. El inmueble constaba de planta baja y dos pisos y si bien podía resultar funcional no dejaba de ser un pegote que restaba vistosidad al templo y, por supuesto, al entorno.
En cualquier caso, en el mes de abril de 1930, el arquitecto municipal Ramón Martiarena redactaba un proyecto para la reforma y elevación del inmueble con la creación de locales para Observatorio Meteorológico, con un presupuesto de 32.840,25 pesetas. No hay constancia, o al menos no se recuerda, de que el plan se realizara en sus propios términos. Lo que sí es cierto que en aquella época el parque, y en particular la zona aledaña, fue objeto de actuaciones importantes, pues, entre otras, no en balde se había procedido la sustitución de la antigua estructura de madera del árbol de la música por otra de fábrica; se construía el primer invernadero en las proximidades del hoy Centro Cultural Alameda; acababa de configurarse el Alto de la Dehesa al tiempo que nacía la Rosaleda; se trabajaba en la construcción del palomar en las inmediaciones de la fuente de los tres caños, y no mucho después se ubicaría el pequeño zoo, de vida efímera, además de llevarse a cabo una importante plantación de árboles y de que dejara de utilizarse como zona de pastoreo de ganados.
Pero la casa del jardinero y del santero tenía la suerte echada aunque hubiera que esperar a la segunda mitad de los cuarenta para que el consistorio se planteara de manera decidida terminar con ella. En el pleno ordinario celebrado por el ayuntamiento el 15 de enero de 1947, el alcalde, Mariano Íñiguez García, indicaba a la corporación “que por razones de estética convendría desapareciera la casa del santero y jardinero que existe en la Alameda de Cervantes”, al tiempo que se acordaba solicitar oficialmente dicha petición al abad Gómez Santa Cruz, como Arcipreste de la Colegiata, se recogió en el acta de la sesión.
El derribo, en cualquier caso, no se produjo con la aparente inmediatez que se pretendía pero sí se procuró atenuar en la medida de lo posible el impacto que producía lo que no dejaba de ser un estorbo. Fue en el verano de 1949, en pleno mes de agosto, cuando se embellecía parte de los alrededores con la confección de una auténtica obra de arte como sin duda fue el escudo de la ciudad hecho a base de plantas y flores en uno de los jardines que setenta y tantos años después podemos seguir contemplando aunque quizá no ofrezca la belleza de entonces ni llame la atención como ocurrió antaño.
Pero la demolición de la tan traída y llevada casa tardaría todavía nueve años en hacerse efectiva. En 1958, coincidiendo con la colocación de la verja de hierro en el cierre de piedra hasta la ermita de la Soledad, llegaba por fin el derribo y se recuperaba un espacio que durante décadas había condicionado uno de los espacios más transitados del tan céntrico como querido y frecuentado parque.