LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE 80 AÑOS (y II)

 

 

 

 

Los tres arcos, mítica tienda de ultramarinos desaparecida  (Archivo Joaquín Alcalde)

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El Collado era el verdadero centro comercial, de ahí que la mayor parte de los establecimientos públicos se concentrara en él y en su entorno más próximo. Era el caso de los calzados “La Moda” que ofrecía “siempre modelos nuevos de gran novedad”; la Ferretería “La Llave”, dedicada a la venta de herramientas, baterías de cocina, muebles, materiales de saneamiento y electricidad; la farmacia de Felipe Pérez, que además de “preparar fórmulas inyectables, anestesias, sueros hipertónicos, etc.” se dedicaba también a la actividad de laboratorio, droguería y perfumería; la tienda de calzados de Manuel Caballero, distribuidor asimismo de la tan de moda uralita en la plaza de abastos; la tienda de “ultramarinos finos” La Flor Sevillana; el almacén de coloniales de la Viuda de Sixto Morales, que vendía “al por mayor y detall”, con una amplia tarjeta de presentación subrayando la antigüedad del negocio: “Casa fundada en 1880”, era lo que primero se leía; la sucursal del Banco Hispano Americano, al comienzo de los soportales, en la acera de los casinos, y la juguetería, bisutería y mercería “Del Amo”, con establecimiento dedicado a la venta de “tejidos, confecciones y novedades” en la misma calle.

          En los aledaños del Collado se articulaba una red de establecimientos configurada por la imprenta y lotería Morales, en la calle Aguirre; la tienda de ultramarinos “Los tres arcos”, en el edifico contiguo, que tenía otro establecimiento del mismo nombre en la plaza del Salvador esquina con la calle Campo, o el “acreditado” bar Tolo, el “preferido por los deportistas”, en la plaza de San Blas y el Rosel, conocida como de la tarta. Al final del Collado, en Marqués del Vadillo, la farmacia de Martínez Borque; el comercio de paquetería, confecciones y jabones denominado “Mi tienda”, que ofrecía “un inmenso surtido en artículos de caballero”; el de calefacción, fontanería y vidrios de Alejandro del Amo (“la casa más antigua establecida en Soria”); el comercio de tejidos del Sobrino de Samuel Redondo, cuya casa central la tenía en Sevilla, y así constaba en los anuncios publicitarios; y el café-bar Talibesay con fachada a la plaza del chupete. En la contigua plaza de Herradores, la tradicional óptica Casa Vicén Vila; la droguería Patria –“casa muy conocida”-; las tiendas de ultramarinos de Manuel Ruiz especializada en “quesos, mantecas y embutidos” y de los sucesores de Juan Jiménez Benito (en la época, el Anastasio) y el café-bar Imperial. En tanto que en la contigua calle Numancia el comercio de Adolfo Sainz ofrecía “las calidades más supremas en mantas y pañería, como lo acredita la creciente preferencia del público desde el año 1850”, y algo más arriba “El pedal soriano”, un establecimiento dedicado a la venta de bicicletas, accesorios y reparaciones.

En fin, aunque por obvio y puede que también por repetitivo, acaso no esté de más dejar constancia de que como fácilmente podrá suponerse el que en el lenguaje moderno se conoce como tejido comercial de la ciudad era, sin salirnos del argot, bastante más tupido. Porque las firmas comerciales citadas eran las que con más frecuencia se publicitaban y aparecieron en un momento concreto en una revista determinada, que en su época fue referencia pero que todavía hoy los estudiosos y quienes sienten curiosidad por conocer y profundizar en las cosas de aquella Soria de la posguerra la siguen teniendo como elemento de trabajo, pues no en balde se trata de un documento de indudable valor que contribuye a conocer mejor la realidad actual.

LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE OCHENTA AÑOS (I)

La tienda de tejidos Redondo y Jiménez estaba en el Collado con fachada a la plaza de San Esteban (Archivo Histórico Provincial)

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El embrión del comercio que hemos heredado, o nos ha llegado, tiene su origen en aquel de carácter provinciano de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Sin emisora radio local, que todavía no había llegado a Soria –de la televisión ni se hablaba-, era el periódico el único medio que de manera regular insertaba publicidad, aunque no con la frecuencia y el alarde de ahora, porque de ordinario quedaba reducida, casi en exclusiva, a la sección de anuncios por palabras, en la que cabía absolutamente todo, como en la actualidad aunque lógicamente con los contenidos de lo que se llevaba en la época. Para la publicidad, en el sentido más parecido a como se entiende hoy, las mejores fechas eran las fiestas de la ciudad, especialmente las de San Juan. De ahí que cada año no faltaran a la cita publicaciones ad hoc que con la excusa de las celebraciones festivas y el soporte de informaciones, reportajes y artículos alusivos, en síntesis, venían a ser algo así como una guía comercial completa de la ciudad, porque no en balde en sus páginas se anunciaba la práctica totalidad del comercio soriano y algunas otras actividades.

Por eso, en una de las habituales guías comerciales de mediados de la década de los cuarenta aparecían reclamos como el del almacén de coloniales de Pablo del Barrio, en Marqués del Vadillo, número 20; la tienda de Casa Pastora (relojería, bisutería, óptica y radio electricidad), en la calle del General Mola, 60 (el Collado); el comercio de paquetería de Justo Ortega (sucesor de Gregorio Jiménez) que ofrecía productos de “mercería, quincalla, géneros de punto, confecciones, perfumería y bisutería” y tenía el establecimiento en el número 18 de la misma calle; la pescadería de Víctor Lafuente (hijo y sucesor de M. Lafuente), en el 67 también del Collado –“diariamente se reciben los más finos pescados y mariscos”, se destacaba en el promocional-; los “grandes Almacenes Redondo y Jiménez” dedicados a la venta de tejidos, confecciones, mercería, perfumería, muebles, artículos de viaje y piel, y objetos de regalo, con dos despachos igualmente en la arteria principal de la ciudad, si es que no la clínica dental de Víctor Higes (el conocido médico y reputado historiador), en el estrecho del Collado, casi en la plaza Mayor (oficialmente del General Franco), en la que se anunciaba la “hojalatería vidriera” de Pedro Sanz, especialista en radiadores; el bar Julián, que promocionaba sus vinos y licores, su esmerado servicio de mostrador, la cerveza siempre fresca y estaba acreditado por el buen café que sirve siempre, y el taller de electricidad  “Las tres fases”, con otra dependencia en la calle Real.

LOS COMIENZOS DEL FÚTBOL FEMENINO EN SORIA

Vista general del Campo de San Andrés durante el partido de fútbol femenino Sizam-Cibeles (Archivo Radio Nacional de España)

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Como en otros muchos lugares de España, el fútbol femenino era hasta no hace tanto una de las asignaturas pendientes del deporte soriano pues las referencias que existían sobre el ejercicio de la actividad incluso sin otra pretensión que la de práctica social –cuanto ni más de competición, algo muy diferente- no sólo no abundaban sino que más bien, y siendo generosos, escaseaban.

En la etapa pudiera decirse moderna, uno de los antecedentes que se recuerda hay que situarlo en el último tramo de los noventa cuando surgió, dio la impresión que sin posibilidad de retorno, el proyecto de uno de los colegios privados de la capital de haber constituido el primer equipo femenino de fútbol en Soria del que por cierto nada más se supo o, al menos, no se tiene constancia.

Aun en el supuesto de que la iniciativa hubiera salido adela nte la realidad es que fútbol de mujeres ya se había visto en Soria con anterioridad al menos un par de ocasiones antes, bien es cierto que rodeado de un aura de espectáculo más por lo que tenía de novedoso que como actividad deportiva. Así podrá entenderse mejor que el domingo 9 de mayo de 1971 el viejo campo de San Andrés registrara “un llenazo como en los mejores tiempos del Numancia”, escribió en Campo Soriano el querido y recordado compañero Marciano Sanz Mozas, para presenciar el encuentro entre los equipos madrileños del Sizam y el Cibeles Cultural, referencias del incipiente fútbol femenino en aquel momento, que terminó con victoria del primero (4-0). El partido lo organizó el Radio Club Juventud de la emisora local Radio Juventud de Soria (hoy Radio Nacional) a beneficio de su obra cultural y recreativa. Aquella tarde el histórico recinto contó con la asistencia de “muchas más féminas que de costumbre comprendidas en todas las edades; chicos jóvenes, señores mayores, los aficionados de siempre…”, de tal manera, que el campo presentó “el aspecto de un día de fiesta grande” dijo Soria-Hogar y Pueblo en la crónica que firmó J. Alcalde Rodríguez, yo mismo. Es cierto que la convocatoria –en realidad, un partido de exhibición- no dio para mucho más pero qué duda cabe que algún poso debió quedar porque coincidencia o no dos años después volvía a repetirse la experiencia, en esta ocasión en favor de una causa diferente como lo fue el Campeonato de España de Ciclismo juvenil que la Real Federación Española de Ciclismo había confiado al Club Ciclista Soriano. Habida cuenta la importancia del presupuesto y los apoyos recibidos había que sacar dinero de donde se pudiera y qué mejor, a la vista de lo acontecido, que anunciar un nuevo partido de fútbol femenino que, aunque no con la celeridad que se presumía, iba cubriendo etapas en su práctica y difusión. Con las mismas, el jueves 31 de mayo de 1973, festividad religiosa de la Ascensión, que aún no había sido traslada al domingo, se enfrentaron en San Andrés, unos meses antes de su cierre el 1 de noviembre en que se disputó el último partido oficial, los equipos del Aragón y Río de Zaragoza capital en un encuentro para el que se fijaron precios populares: veinticinco pesetas costaron las localidades de general, quince las de señoras y diez pesetas las de los niños. El compromiso, para que no falte ningún dato, finalizó con empate a uno y el público asistente, que no respondió como en  la ocasión anterior, se divirtió y pudo advertir el notable avance experimentado por el fútbol femenino en tan corto periodo de tiempo.

EL CUARTEL DE SANTA CLARA (y II)

Tropa formada en el Cuartel de Santa Clara en los años ochenta (Alberto Arribas)

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En aquel Cuartel de Santa Clara que, se insiste, conoció uno en avanzado e irreversible estado de deterioro, hacía ya tiempo que no había guarnición como tal. Pues una vez que se marchó el Batallón de Minadores y las instalaciones se quedaron vacías, el recinto pasó a acoger en exclusiva los órganos ya citados administrativos de la Administración Militar y excepcionalmente –entre mediados del mes de marzo, por San José, y finales de junio, San Pedro- una sección de la Parada de Sementales del Ejército, con sede en Burgos, establecida esta en un pabellón que tampoco existe ya en la zona sur del recinto, en la calle Santa Clara, junto a la muralla. Porque tropa, como tal, no existía, a no ser que pueda considerarse como tal la veintena –no más- de soldados de reemplazo que cumplían el servicio militar, y obviamente los correspondientes jefes militares destinados en las dependencias dedicados a las tareas administrativas de gestión a que se ha hecho referencia.

De la veintena de soldados, la mayoría de la capital, únicamente no más de media docena eran los que tenían fijada la residencia permanente en el cuartel. Los demás vivían en sus domicilios particulares desde los que acudían cada mañana a las oficinas en las que estaban destinados. Al mediodía, terminada la jornada de trabajo, volvían a su casa y salvo que tuvieran que cumplir con el turno de vigilancia de atención telefónica no se recuerda ninguna otra obligación.

Los soldados residentes en el cuartel pernoctaban en el dormitorio habilitado en la planta baja del edificio del Gobierno Militar (la mal llamada ahora “La Casona”). La cocina –y comedor anejo- se encontraba ubicada en un pabellón que ya no existe paralelo a la calle Antolín de Soria desde la que cada mediodía, una vez estaba la comida a punto y antes de servirla a los soldados se la llevaban, en lo que se conocía como “la prueba”, al Coronel y Gobernador Militar. En el piso superior del inmueble estaban las oficinas del Gobierno Militar atendidas, en cuanto a efectivos, de manera semejante a las de la Zona y la Caja.

Por lo demás, en la etapa a la que nos estamos refiriendo, en el Cuartel de Santa Clara no se recuerda que se celebraran actos castrenses propiamente dichos como pudieran ser el izado y arriado de la bandera, sin duda los más socorridos, pues la enseña ondeaba de manera permanente. Aunque si se quiere ser preciso acaso cabría señalar como acto castrense la visita oficial del Capitán General de la V Región Militar, con sede en Zaragoza, a la que pertenecía la provincia de Soria, en cuya ocasión sí formó delante del edificio del entonces Gobierno Militar una escuadra que le rindió honores para la que, por cierto, hubo que recabar y poner a punto el armamento. Y un par de ellos más: uno, cuando siguiendo la costumbre un piquete de soldados dio escolta al Santo Sepulcro durante la procesión de la tarde/noche del Viernes Santo; el otro, el día del Corpus para cumplir con idéntico cometido, esta vez con el Santísimo.

EL CUARTEL DE SANTA CLARA (I)

 

 

Edificio del Gobierno Militar, que ahora llaman «La casona» (Joaquín Alcalde)

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Estos últimos días se ha hablado lo suyo sobre la rehabilitación de la antigua iglesia de Santa Clara y de su puesta a punto para destinar las nuevas instalaciones a usos culturales. Sin solución de continuidad se he producido también la inauguración de la nueva sede de la Subdelegación de Defensa, en la avenida Duques de Soria (U-25), que asimismo ha tenido su eco en la calle.

Hay que agradecer al ayuntamiento el trabajo de unos cuantos (bastantes) años para recuperar un espacio que llevaba mucho tiempo infrautilizado y, si se quiere, un estorbo sin utilidad alguna, no lejos del centro urbano. Se está hablando del que se ha dado en llamar en esta nueva etapa Espacio Santa Clara, que con el edificio de al lado, el del antiguo Gobierno Militar –últimamente Subdelegación de Defensa-, y el pabellón en el que se ubica el Instituto de Ciencias de la Salud, remodelado hace años, son los únicos edificios que quedan en pie del antiguo cuartel que conocieron/conocimos los sorianos.

Llamar Espacio Santa Clara al que fue antiguo convento de las clarisas ha quedado más o menos claro, pues desde siempre se ha sabido que el edificio lo ocuparon las Hermanas Pobres de Santa Clara. No así la denominación del inmueble contiguo, al que no se sabe por qué ni quién ha tenido la mala ocurrencia de “bautizarlo” como “La Casona” (¿estamos ante otra como la del Fielato que nunca fue fielato?), cuando la realidad es que allí estuvo durante años y años la sede el Gobierno Militar, que es por el nombre que se le conocía y, sin duda, se le seguirá conociendo por mucho empeño que se ponga en llamarlo de otra manera. La realidad es que a todo ello, en conjunto, se le ha conocido siempre por el de Cuartel a secas, término que, por cierto, todavía sigue utilizando un amplio sector de la población cuando habla de él sin posibilidad de inducir a equívoco al interlocutor.

El topónimo de Cuartel de Santa Clara está lo suficientemente arraigado en la ciudadanía soriana hasta el punto que resulta harto difícil olvidarse de él de un día para otro. Pues, a mayor abundamiento, no conviene perder la perspectiva de que el cuartel, en su globalidad, era bastante más que los dos edificios que han pervivido y el remozado en su día que alberga las instalaciones del Instituto de Ciencias de la Salud y eso, no cabe la menor duda, tardará en borrarse de la memoria de quienes lo han conocido y transmitido a las sucesivas generaciones.

Dicho lo que antecede, quede constancia de que no es nuestro propósito entrar en denominaciones y mucho menos en particularidades de lo que fue el recinto en su conjunto, que daría con más que probable seguridad para una tesis doctoral, y sí ofrecer algunos detalles de los edificios a los que nos estamos refiriendo fruto de las vivencias personales por haber permanecido algún tiempo en él.

El que acoge ahora el novedoso Espacio Santa Clara y el del vecino Gobierno Militar los conoció uno de primera mano pues en el ahora rehabilitado estuvo durante un año bien cumplido prestando el Servicio Militar obligatorio como soldado de remplazo, precisamente en una de las pendencias habilitadas próxima al ábside del antiguo templo.   En efecto, en la antigua iglesia, el actual Espacio Santa Clara, estuvieron ubicadas en la parte más alta del inmueble la Caja de Recluta y la Zona de Reclutamiento y Movilización, “La Caja” y “La Zona” en la jerga militar de la época, dos dependencias dotadas de competencias de índole exclusivamente administrativa de la Administración Militar de la época.

De modo que situados en los primeros años sesenta del pasado siglo XX, en la planta baja de aquel infrautilizado y entonces destartalado edificio, al que se accedía desde el patio central del recinto cuartelario, se encontraba nada más entrar, a la izquierda, una pequeña sala que se utilizaba esporádicamente para celebrar las sesiones de la Junta de Clasificación y de manera habitual cada año el Sorteo de Reclutas, el que fijaba el orden y el destino adjudicado para incorporación de los mozos al Servicio Militar, a prestar filas.

Una ancha escalera central de madera conducía a la primera planta, con suelo de tarima, desocupada aquellos años, por más que habilitada eventualmente para cualquier necesidad que pudiera plantearse, como de hecho lo fue en ocasiones para dormitorio de los soldados castigados por cualquier “chorrada”, permítase la expresión, fácilmente imaginable. Y en la planta superior, y última, estaban las oficinas, acondicionadas ad hoc para que se pudiera ejercer en ellas las funciones propias del cometido gestionado por militares profesionales, asistidos por soldados de reemplazo. A la izquierda, en la parte más próxima al ábside, funcionaba la Caja de Recluta, con una sección que tenía a su cargo el reclutamiento de los soldados y de organizar el sorteo de los quintos de aquella «mili», que queda ya tan lejana en el tiempo, y otra llamada Junta de Clasificación y Revisión, cuya tarea era, en síntesis, la de resolver las cuestiones que tuvieran que ver con las incidencias que pudieran plantearse a consecuencia de las alegaciones de los mozos ya “en Caja” antes de que se hiciera un efectiva su incorporación a filas.

En el lado derecho de aquella enorme planta, junto al que fue coro de la iglesia, funcionaba la Zona de Reclutamiento y Movilización, o sea, por decirlo de manera sencilla y que pueda entenderse, donde se llevaba el control del censo de los reservistas una vez cumplido el tiempo de Servicio Militar. Militares profesionales, como en “la Caja”, ayudados por soldados, ocupaban cada mañana las dependencias. Se trataba, en su conjunto, de un espacio con aires de acusada dejadez,  destartalado, interiormente nada llamativo para trabajar a diario y mucho menos funcional que se diría hoy, sobre el que acaso convenga dejar algún otro apunte

LA CÁTEDRA AMBULANTE DE LA SECCIÓN FEMENINA

Autoridades sorianas y la Delegada Nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera, en la fachada principal del Palacio de los Condes de Gómara (Archivo Histórico Provincial)

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La iniciativa nació con el Movimiento y se acabó con su desaparición. Se habla de las Cátedras Ambulantes, un organismo dependiente de la Sección Femenina que tenía como finalidad desplazarse a los pueblos pequeños para impartir una serie de enseñanzas como por ejemplo corte y confección, labores, puericultura, formación política y otras del más variado contenido, no faltando las charlas de índole religiosa; paralelamente se realizaban tareas sanitarias y asistenciales del mismo modo que otras de cariz político. El objetivo era trasladar el mensaje de la ciudad al campo y ofrecer un conjunto integral de conocimientos a sus moradores. Las Cátedras Ambulantes estuvieron  destinadas, en principio, esencialmente a las mujeres aunque bien es cierto que con el transcurrir del tiempo terminaron las enseñanzas acabaron extendiéndose a la totalidad del vecindario, incluidos los niños.

En la provincia de Soria estuvo funcionando una de estas Cátedras Ambulantes. El estreno tuvo lugar en el mes de octubre de 1955 en Arcos de Jalón. Casi una década después de que se pusiera en funcionamiento se materializó la entrega del “remolque-vivienda” que la Diputación Provincial donó a la Delegación Provincial de la Sección Femenina “como agradecimiento a la eficaz labor cultural que la misma desarrolla en los pueblos sorianos por medio de sus Cátedras Ambulantes”, señaló el trisemanario local Campo Soriano en la información acerca del desarrollo del acto que ofreció en primera página. La celebración que estuvo revestida de la pompa propia del momento pues no en balde iba a suponer además una de las primeras apariciones públicas del nuevo Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, Antonio Fernández-Pacheco, que acababa de tomar posesión del cargo. Pues, efectivamente, la entrega del vehículo tenía lugar el miércoles 18 de septiembre de 1963 y el poncio se había incorporado al despacho en los primeros días del mes de marzo. Por ello, la entrega del novedoso carruaje no era cuestión de despacharla de cualquier manera. De manera que se habilitó la fachada principal del Palacio de los Condes de Gómara como escenario en el que el vicepresidente de la Diputación Provincial, Agustín Pérez Tomás, se encargó de oficializar la donación de lo que en realidad era lo más parecido a una de las actuales caravanas campistas. Con este motivo se desplazó a Soria la delegada nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera. En el Gobierno Civil fue cumplimentada por la primera autoridad provincial, el Gobernador Fernández-Pacheco. Poco después, la delegada nacional, acompañada de las autoridades, se trasladó al palacio de los Condes de Gómara, donde se hallaba aparcado el remolque-vivienda. Allí la esperaban el representante de la Diputación, mandos de la Sección Femenina, el abad de la concatedral y miembros del Ayuntamiento de la ciudad, de la Diputación Provincial, del Consejo Provincial de la Falange y de otras entidades y corporaciones. Tras la presentación de la delegada nacional a las autoridades, el sacerdote Miguel Abad Jorge, bendijo el “magnífico vehículo”. Finalizado el acto litúrgico llegó el turno de las intervenciones. Pérez Tomás, en nombre de la Diputación, subrayó la “excepcional labor docente y humana que realiza la Sección Femenina, labor –añadió-  que como prueba de agradecimiento tiene bien merecido el obsequio de la Corporación Provincial”. Pilar Primo de Rivera “manifestó [por boca del Gobernador] la emocionada gratitud de la Sección Femenina por la delicadeza de la Diputación Provincial, destacando al propio tiempo la meritísima labor que las Cátedras Ambulantes. Una celebración breve, por más que cargada de simbolismo, que se dio por terminada con la entrega de la caravana, que, curiosamente, al cabo de los años, cuando había dejado de cumplir la función para la que había sido acondicionada y corrían otros tiempos, políticamente hablando, pudo verse abandonada, o al menos sin uso alguno que se sepa, en medio de un paraje agrícola, en las afueras de la ciudad, muy cerca de la Barriada, en la que por cierto estuvo una temporada funcionando, hasta que un buen día desapareció de allí.

… LA NOCHEBUENA SE VA

Belén gigante instalado en la fachada de la Diputación Provincial tomada el 5 de enero de 1963 (Julián de la Llana)

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La última noche del año, la de San Silvestre, es posiblemente la que más se ha visto afectada por los nuevos hábitos adquiridos por la sociedad. En los años cuarenta y cincuenta la Nochevieja ya se celebraba en la calle pero no de manera tan multitudinaria como ahora, aunque la costumbre de tomar las uvas en la Plaza Mayor nunca estuvo arraigada en la sociedad soriana. El hábito era, como en Nochebuena, cenar en familia, y luego a la misa de gallo los menos- o al baile en cualquiera de los casinos, a los que en alguna ocasión hubo que añadir el propio del Club Deportivo Numancia, que también tuvo el suyo, y el que programaba la empresa del Teatro Cine Avenida para despedir el año. El día de Año Nuevo era uno más de fiesta, sin ninguna celebración especial, a no ser que hubiera partido del Numancia en el viejo San Andrés. Se comía también en casa. Pero vamos, las navidades excepto para los más pequeños podían darse por concluidas, a falta del baile de la noche de Reyes.

De modo que la cabalgata de Reyes era el único acto popular propiamente dicho. Pero no todos los años había. La organización y su desarrollo respondían básicamente a criterios muy semejantes sino idénticos a los de hoy. La montaba el Frente de Juventudes y eran sus jefecillos y afiliados los que encarnaban las figuras de los Magos, aunque la realidad era tozuda y hasta los más niños terminaban sabiendo aquella misma tarde quiénes eran los que encarnaban  a los Reyes y, por supuesto, toda su corte.

El desfile de la cabalgata arrancaba en los Cocherones de Obras Públicas, aquella vieja y cochambrosa edificación que había en el solar en que se encuentra la Estación de Autobuses, en el punto más alejado del centro urbano, lugar ciertamente aparente por lo espacioso para esta finalidad, que por unas horas se convertía en residencia “Real”.

Desde allí, enfilaba la avenida de Valladolid abajo hasta la plaza de Mariano Granados, continuaba por Marqués del Vadillo y el Collado para llegar al Palacio de la Diputación Provincial donde Sus Majestades recibían a los niños de Soria, en tiempos en que la casa consistorial no reunía condiciones. En todo caso, la verdadera recepción tenía lugar la mañana del día de Reyes, en la que cada crío que recibían los Magos salía de allí más contento que unas pascuas con el juguete que le entregaban personalmente los enviados reales, pues solía darse el caso, desgraciadamente frecuente, de que por su casa hubieran pasado de largo. Aunque para asistir a la recepción y tener derecho al juguete había que proveerse previamente del vale o tarjeta que se facilitaba gratuitamente en las oficinas de la Falange o de algún otro organismo del Movimiento, acaso Auxilio Social, que estaban casi al final de la calle Numancia, en la parte más alta junto a la plazuela de La Blanca, que es lo que había que presentar para recibir el obsequio. En años de penurias y escasez, las colas que se formaban para retirar el regalo –se repartían más de dos mil, “regalados por el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento”, según el oficialismo de la época- eran enormes, llegando a alcanzar varios centenares de metros. De ahí, que la recepción llegara a celebrarse en alguna ocasión en el desaparecido cine Ideal y la mayoría de las veces en el hogar del Frente de Juventudes de la planta baja del Palacio de los Condes de Gómara, que resultaba más idóneo para evitar que la aglomeración que se producía cada seis de enero no tuviera mayores consecuencias y pudiera derivar en un caos.

La cabalgata, en fin, por qué ocultarlo, no estaba nada mal, o al menos esa es la impresión que quedó, al contrario satisfacía con creces la ilusión de chicos y por qué no también de los grandes en tiempos en que no podía verse por televisión porque no había, y los aparatos de radio escaseaban.

Y aunque quizá pueda resultar paradójico, en tiempos en que todavía funcionaba el ferrocarril, los Reyes pocas veces llegaron a Soria en tren. Y cuando así ocurrió, ya en la recta que condujo a su desaparición, fue cubriendo el trayecto entre la Venta de Valcorba, en las proximidades del matadero municipal a la salida hacia Zaragoza, y la estación del Cañuelo. La costumbre más reciente era hacerlo a caballo, que no dejaba de ser un lujo. Algo, por otra parte, relativamente de lo más natural cuando coincidió con la época en que hubo guarnición aquí.

OCURRIÓ EN SORIA HACE SESENTA AÑOS

 

Fachada principal de la desaparecida estación de tren Soria-San Francisco (Archivo Histórico Provincial)

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El año está dando las últimas bocanadas. Fecha que antaño, y ahora, se suelen aprovechar para hacer balance, sobre todo los medios de comunicación que tienen por costumbre pasar la secuencia resumida de lo acontecido en los últimos doce meses.

Nosotros, aquí, en este sitio de temas sorianos, también nos instalamos cada año por estas fechas en la rutina de sumarnos a la compulsión de hacer recuento aunque lógicamente referido no a lo actual sino a etapas pretéritas, que son  de las que nos ocupamos.

De modo que situados por ejemplo en 1964, o lo que es lo mismo echamos la vista sesenta años atrás, podrá encontrarse uno con que en los últimos días del mes de enero tomaba posesión como alcalde de la ciudad el abogado Amador Almajano, iniciándose de este modo una nueva etapa en el consistorio capitalino que, como gran reto, tenía por delante dar un paso más en la supresión de la estación del ferrocarril Soria-San Francisco, la Estación Vieja, materializado en la adjudicación de los trabajos para su demolición. A finales de aquel verano se inauguraba el pantano de Los Rábanos que trajo como consecuencia el anegamiento de las huertas de La Rumba y de un buen tramo de las riberas del Duero a su paso por la ciudad, en la práctica desde la presa del Perejinal hasta donde se le junta el río Golmayo, desapareciendo por tanto algunas de las tradicionales zonas de baño y espacios de ocio de los sorianos durante el verano.

Aquel año arrancaban las obras de construcción del Parador de Turismo en el parque del Castillo y se habló al cabo de varias décadas de la reconversión en Hospital General del que se pensó fuera Sanatorio Antituberculoso, que así comenzó a construirse en la primera mitad de los cuarenta, en las proximidades de la ermita del Mirón.

Después de una larguísima gestación comenzaba a funcionar el lavadero de lanas en la calle Francisco de Ágreda en el moderno y emergente barrio del alto de San Francisco, entre la Escuela de Formación Profesional y la recién inaugurada Escuela de Magisterio.

En el estricto ámbito de la actividad municipal, uno de los asuntos que estuvo en candelero y centró durante algún tiempo la atención de los ciudadanos fue la propuesta –una más- del Ayuntamiento de trasladar los actos profanos de las fiestas de San Saturio al mes de agosto, de la que nos hemos ocupado en este blog. No obstante, la actuación estrella fue, sin duda, la nueva ordenación del tráfico de la ciudad, un proyecto progresista que había dejado listo el anterior inquilino de la alcaldía, Alberto Heras Hercilla.

Por lo demás, 1964 fue el año en que se fundó la SAAS (Sociedad de Artistas Actuales Sorianos), aquel movimiento cultural irrepetible que se sigue recordando al cabo de sesenta años. Se puso en funcionamiento la Escuela de Enfermeras con sede en el viejo Hospital Provincial de la calle de Nicolás Rabal, y en la faceta política tuvo una enorme repercusión la multitudinaria concentración de excombatientes con motivo de los XXV Años de Paz y el aderezo de un conjunto de actividades preparatorias desarrolladas para caldear el ambiente que llenaron el calendario de los sorianos las semanas anteriores a las fiestas de San Juan.

Pero, por encima de todo, la gran noticia del año fue el arranque del rodaje de la película Doctor Zhivago, solapado con otro film de notable éxito en la época como sin duda lo fue “Campanadas a Medianoche”, algunas de cuyas escenas fueron tomadas frente a la iglesia de Santo Domingo. Y si del celuloide se trata resulta obligado hacer referencia al estreno en el cine Roma de la película “Franco, ese hombre”, una de las referencias del año en el que la Cámara de Comercio e Industria de la Provincia nombró presidente de honor de la misma al embajador en España de los Estados Unidos de América Robert Forbes Woodward, al que se le entregó el nombramiento en el Salón Blanco de la Diputación Provincial el Miércoles del Pregón en una recepción semiprivada no exenta de glamour que se hubiera dicho hoy.

EL DÍA DE LOS INOCENTES

 

El Parador de Turismo antes de la última remodelación (Archivo Histórico Provincial)

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Antaño, el día de los Santos Inocentes -28 de diciembre- se producía un paréntesis, pudiera decirse menor, en las celebraciones navideñas. Una fecha señalada en el calendario en la que en la calle abundaban las inocentadas. No así en los medios de comunicación, cuyo eco era desigual

En la ciudad solo se publicaba un periódico, “Campo”, a secas, todavía sin el añadido posterior de “Soriano”, y lo hacía únicamente tres días en semana; y claro, ocurría a veces que el veintiocho de diciembre no era día de periódico, con lo que la cosa se complicaba, y es más, hacía tiempo que había decidido, y lo dijo de manera categórica, no llevar inocentada alguna en sus páginas en el supuesto de que su salida a la calle coincidiera con el 28 de diciembre, al tiempo que aportaba su punto de moralina abogando por la desaparición de la vieja y festiva costumbre.

Por el contrario, si era el Soria-Hogar y Pueblo –también trisemanal- el que estaba en los kioscos el día de los Inocentes, el recuerdo de la jornada, con inocentada incluida, no solía faltar aunque ciertamente se está hablando de una etapa más moderna. Fue el tercer medio informativo con que contaba la ciudad, la emisora Radio Soria, de la Cadena del Movimiento, que emitía desde sus estudios en la Torre de los Ríos (Palacio de los Condes de Gómara), cumplía otros fines y no acostumbraba a salirse del guion.

En definitiva, puede decirse que las inocentadas no figuraban en el manual de las fiestas navideñas quedando limitadas, en el mejor de los casos, al ámbito de la gente de la calle. Es más, algunos sectores ciudadanos se felicitaban por la desaparición de la costumbre siguiendo la línea de los medios informativos.

De todos modos, algún 28 de diciembre no faltó quien espoleado por la información que publicaba el periódico que fuera acudió al edificio del Banco de España a saludar a un deportista famoso del momento, cuya visita a la ciudad se había anunciado, como ocurrió con el boxeador Paulino Uzcudun; o bajara al Soto Playa para tener información de primera mano, sin necesidad de preguntar, de cómo había quedado el puente de hierro del que en cierta ocasión se dijo que le había fallado uno de los estribos, si es que no otro veintiocho de diciembre hubiera quien salió corriendo despavorido hacia la Dehesa para asegurarse de si, como se había anunciado, un fuerte ventarrón había derribado el árbol de la música. O, en fin, que la actriz Sofía Loren, en plenitud de su fama, revelara que quería tener un hijo soriano y había decidido pasar unos días de descanso en la ciudad –en el Parador de Turismo, al que llegó la víspera de los Inocentes-, de la que quedó prendada cuando se rodó la película ”El Cid”, como anunció Soria-Hogar y Pueblo, que para mayor veracidad de la información llegó a simular una entrevista con la en aquel momento estrella mundial del celuloide.

En otra ocasión se dijo a los cuatro vientos que un conocido personaje de la farándula pararía a su paso por Soria y firmaría autógrafos en el bar aledaño a la gasolinera del San Andrés, entonces fuera del casco urbano de la ciudad, pero lugar de encuentro obligado de quienes no tenían más remedio que cruzarlo si hacían el viaje por carretera, en la dirección que fuera, lo que provocó un continuo peregrinaje desde el centro hasta el anunciado punto de encuentro por más que no faltó quien ya se había encargado de divulgar que se trataba de la inocentada del día.

Y en tono reivindicativo otro veintiocho de diciembre más el periódico Soria-Hogar y Pueblo anunció como noticia del día que las obras para la ampliación del cementerio habían quedado suspendidas, lo que no era cierto, pero que le sirvió para lanzar un duro ataque contra el ayuntamiento de la ciudad para que paralizara el proyecto, lo que evidentemente no hizo. Por no hablar de otras quizá menos impactantes, o que afectaran a un ámbito más reducido, que no por ello dejaban de constituir un elemento de curiosidad, y por qué no de chasco, y hasta de cabreo, una vez advertida la tomadura de pelo dada la fecha de que se trataba.

En la actualidad, las inocentadas se dan a diario con declaraciones vacuas de quienes están día sí y otro también en los medios. No se va a citar a nadie en particular. Cada cual que ponga el nombre que quiera, que, con más que probable seguridad, no se sentirá defraudado.

LA NOCHEBUENA SE VIENE…

 

Celebrando la Nochebuena en bar Galería de la capital

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La Nochebuena está a la vuelta de la esquina. Un día y una fecha que abren un largo paréntesis en la rutina diaria de la sociedad de consumo. Antaño eran tiempos en que con la excusa de felicitar las Pascuas se pedía el aguinaldo, aguilando, allí donde la cultura más básica todavía no había llegado, una propinilla, a veces una buena propina, que venía estupendamente en esas fechas. Pedían el aguinaldo o aguilando las clases trabajadoras sobre todo, o lo que es lo mismo las más necesitadas. Algunas lo hacían de manera organizada. Los más habituales eran los barrenderos, enterradores y otros colectivos de empleados públicos pertenecientes a las escalas inferiores. Era el caso de los carteros y de los que trabajaban en el Juzgado Municipal, sin que faltaran los monaguillos de la parroquia o los repartidores del Boletín Oficial de la Provincia, cuando se imprimía en papel la publicación y se distribuía a los suscriptores a domicilio. En fin, todo aquel que prestaba un servicio público, cualquiera que fuera, se sentía con el legítimo derecho y tenía por costumbre pedir el aguinaldo. Y hubo unos años, cuando todavía había guardias de circulación en el centro de la ciudad, que los conductores tomaron la costumbre de obsequiar a los agentes con regalos la mañana del día de Nochebuena.

Eran tiempos, también, en que durante las navidades se visitaban los numerosos nacimientos que se ponían, belenes se dice ahora. «Vamos a poner el nacimiento», «Hemos puesto el nacimiento», etc., eran frases acuñadas. Los había en todas las iglesias de la ciudad, o al menos en la mayoría. Era habitual el del Frente de Juventudes, y en alguna ocasión incluso en el Gobierno Civil llegó a colocarse uno “monumental”, que mereció los honores de ser inaugurado con la pompa de rigor. Llamaba la atención, sin embargo, el del Hospital (hoy parroquia de San Francisco) con aquella casa que se iluminaba al introducir una perra gorda (moneda de diez céntimos de las antiguas pesetas) por la ranura que tenía abierta en el tejado, pero sobre todo el privado que montaba la familia de Claudio Alcalde en el primer piso de su vivienda de Marqués de Vadillo, esquina a la plaza de Herradores, que podía visitar el público, al menos el de confianza de la casa.

Una contribución novedosa y al mismo tiempo colorista y aceptada por los poderes públicos desde su inicio vino después, como hemos visto en alguna ocasión, de la mano del Centro Excursionista Soriano cuando al inicio de los años sesenta un reducido grupo de miembros y simpatizantes de la sociedad montañera tuvo la buena ocurrencia de subir a Urbión la mañana del domingo anterior al día de Navidad para colocar en el Pico un belén que nadie podía, o no debía, retirar hasta pasado el día de Reyes. En una etapa bastante más reciente, sería un grupo de piragüistas el que la tarde de Nochebuena tomó la iniciativa de colocar un belén en la isleta existente en el Perejinal, junto a la antigua Fábrica de Harinas, frente al Peñón.

Era  aquélla una época en la que la cabalgata de Reyes constituía el mayor y casi único atractivo de las celebraciones navideñas, al menos como manifestación popular externa.

En definitiva, las navidades en su primera parte pudiera decirse se circunscribían a la misa del gallo el día de Nochebuena y muy poco más, o nada más. Aunque la mañana del día de Navidad era casi una obligación acudir a la misa Pastorela, en la antigua iglesia de la Merced, la del Hospicio, reconvertido por la Diputación Provincial hace ya años en la que conocemos como Aula Magna Tirso de Molina. La celebración, conocida popularmente como de Los Pajarillos, era una de las costumbres más entrañables de las navidades sorianas que venía celebrándose desde tiempo inmemorial. Cantaba un coro de voces mujeres jóvenes y no faltaba el acompañamiento de los más variados y originales instrumentos musicales como tampoco las tradicionales panderetas y zambombas, como asimismo unos diminutos botijos de barro llenos de agua con los que al soplarlos se pretendía simular el sonido de los ruiseñores. Desde luego nada parecido a lo de hoy.