La fábrica de «El asperón», en lo que hoy es el Colegio Infantes de Lara, en la U-25 (Amancio Arancón)
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Hoy se habla a diario de tejido industrial y de industrialización, mucho más en una provincia como la de Soria. Son conceptos sobradamente manidos por los agentes sociales y económicos y por los políticos en general que, en esta tierra en concreto, resultan utópicos.
Del entramado industrial de la Soria de entonces al de hoy va un abismo. De manera que habría que hacer un verdadero ejercicio de memoria para recordar no todas sino alguna de las industrias de antaño que han pervivido y siguen funcionando en la actualidad y a buen seguro que no saldrían demasiadas. Sería algo así como las actuales marcas con “denominación de origen” que tanto molan en estos tiempos.
Sin seguir un orden o método predeterminado no estará de más comenzar por una de las empresas de siempre, la conocida en Soria como fábrica de velas, en realidad Ceras del Álamo, que se publicitaba con el mensaje “Su suelo como un espejo con cera plástica”, ubicada en el conocido en la época como Barrio Iglesias, en la calle de Venerable Carabantes, dedicada en sus inicios a la producción de velas litúrgicas, velones y ceras para pisos y muebles (velas y bujías y encáusticos para el suelo puede leerse en alguno de los anuncios de la época) para continuar con otra, como fue la conocida comúnmente como “El asperón” –“todo lo limpia sin jabón”, resaltaba en los reclamos publicitarios-, que no era sino un producto de limpieza aplicable a los suelos de madera muy utilizado en su tiempo y comercializado bajo la firma Hijos (hoy nietos) de Casto Hernández, que extendía su actividad a otras ramas, alguna relacionada con la construcción.
Y aunque, sin pretenderlo, en el sector de la limpieza hemos desembocado, bueno será dejar constancia de las fábricas de jabones de Francisco Beltrán López, Simón Sainz y Clemente Valladares, cuando se tenía por costumbre que las propias amas de casa hicieran esta pasta para el consumo propio, y las Industrias Químicas Sainz cuyos productos emblemáticos eran la “lejía concentrada El Blanquito, más tarde también La Soriana, [y] las bolas Milagrosas Sainz para el lavado de toda clase de ropa”, los tres muy acreditados, que competían en el mercado con otras marcas de fuera.
Si de materiales y prefabricados para la construcción se habla, hay que hacer referencia necesariamente a la fábrica de baldosas y azulejos de Indalecio del Río en la plaza del Carmen (Ramón Ayllón en el callejero) y calle Sanz Oliveros, y volver a citar de nuevo a los Hijos de Casto Hernández, una firma que se dedicaba a la “fabricación de mosaico, piedra artificial y tubos vibrados”. Aunque, claro, no hay que olvidarse de las tejeras y particularmente de la llamada popularmente del Resti, al final de la venida de Valladolid, frente a la gasolinera del Caballo Blanco, que fue la última en desaparecer, dedicada a la elaboración de ladrillos y tejas.
En el ramo del hierro, acero y metal, era bien conocida la herrería de la Viuda de Claudio Alcalde, en la plaza de Ramón y Cajal, en el local que más tarde ocupó un conocido comercio del ramo de la alimentación, que tenía como actividad la “cerrajería, forja y fontanería”, y alguna otra instalada al final de la Tejera, cerca de la plaza de toros, donde en aquellos tiempos se agrupaba el mayor número de empresas hasta el punto de que muy bien podría considerarse la zona industrial de la ciudad, es un decir, para una mejor comprensión. También en la calle del Campo, sin duda por la proximidad del ferial de ganados, existía algún que otro taller de dedicado a trabajos propios del ramo y en el caso de este último citado a la reparación de aperos de labranza. Fábrica de hierro y metal propiamente dicha -al menos en ese grupo estaba clasificada- era la de Feliciano Sanz Aceña, en la avenida de Valladolid, poco antes de los Cocherones de Obras Públicas, dedicada a la fundición de metal.