INDUSTRIAS SORIANAS TRADICIONALES (I)

 

La fábrica de «El asperón», en lo que hoy es el Colegio Infantes de Lara, en la U-25 (Amancio Arancón)

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Hoy se habla a diario de tejido industrial y de industrialización, mucho más en una provincia como la de Soria. Son conceptos sobradamente manidos por los agentes sociales y económicos y por los políticos en general que, en esta tierra en concreto, resultan utópicos.

Del entramado industrial de la Soria de entonces al de hoy va un abismo. De manera que habría que hacer un verdadero ejercicio de memoria para recordar  no todas sino alguna de las industrias de antaño que han pervivido y siguen funcionando en la actualidad y a buen seguro que no saldrían demasiadas. Sería algo así como las actuales marcas con “denominación de origen” que tanto molan en estos tiempos.

Sin seguir un orden o método predeterminado no estará de más comenzar por una de las empresas de siempre, la conocida en Soria como fábrica de velas, en realidad Ceras del Álamo, que se publicitaba con el mensaje “Su suelo como un espejo con cera plástica”, ubicada en el conocido en la época como Barrio Iglesias, en la calle de Venerable Carabantes, dedicada en sus inicios a la producción de velas litúrgicas, velones y ceras para pisos y muebles (velas y bujías y encáusticos para el suelo puede leerse en alguno de los anuncios de la época) para continuar con otra, como fue la conocida comúnmente como “El asperón” –“todo lo limpia sin jabón”, resaltaba en los reclamos publicitarios-, que no era sino un producto de limpieza aplicable a los suelos de madera muy utilizado en su tiempo y comercializado bajo la firma Hijos (hoy nietos) de Casto Hernández, que extendía su actividad a otras ramas, alguna relacionada con la construcción.

Y aunque, sin pretenderlo, en el sector de la limpieza hemos desembocado, bueno será dejar constancia de las fábricas de jabones de Francisco Beltrán López, Simón Sainz y Clemente Valladares, cuando se tenía por costumbre que las propias amas de casa hicieran esta pasta para el consumo propio, y las Industrias Químicas Sainz cuyos productos emblemáticos eran la “lejía concentrada El Blanquito, más tarde también La Soriana, [y] las bolas Milagrosas Sainz para el lavado de toda clase de ropa”, los tres muy acreditados, que competían en el mercado con otras marcas de fuera.

Si de materiales y prefabricados para la construcción se habla, hay que hacer referencia necesariamente a la fábrica de baldosas y azulejos de Indalecio del Río en la plaza del Carmen (Ramón Ayllón en el callejero) y calle Sanz Oliveros, y volver a citar de nuevo a los Hijos de Casto Hernández, una firma que se dedicaba a la “fabricación de mosaico, piedra artificial y tubos vibrados”. Aunque, claro, no hay que olvidarse de las tejeras y particularmente de la llamada popularmente del Resti, al final de la venida de Valladolid, frente a la gasolinera del Caballo Blanco, que fue la última en desaparecer, dedicada a la elaboración de ladrillos y tejas.

En el ramo del hierro, acero y metal, era bien conocida la herrería de la Viuda de Claudio Alcalde, en la plaza de Ramón y Cajal, en el local que más tarde ocupó un conocido comercio del ramo de la alimentación, que tenía como actividad la “cerrajería, forja y fontanería”, y alguna otra instalada al final de la Tejera, cerca de la plaza de toros, donde en aquellos tiempos se agrupaba el mayor número de empresas hasta el punto de que muy bien podría considerarse la zona industrial de la ciudad, es un decir, para una mejor comprensión. También en la calle del Campo, sin duda por la proximidad del ferial de ganados, existía algún que otro taller de dedicado a trabajos propios del ramo y en el caso de este último citado a la reparación de aperos de labranza. Fábrica de hierro y metal propiamente dicha -al menos en ese grupo estaba clasificada- era la de Feliciano Sanz Aceña, en la avenida de Valladolid, poco antes de los Cocherones de Obras Públicas, dedicada a la fundición de metal.

EL ROSARIO DE LA AURORA

Iglesia de La Mayor, de donde comenzó a salir el «rosario de la aurora» (Archivo Histórico Provincial)

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El rosario de la aurora es una práctica de piedad popular en que, en el amanecer de algunos días señalados, se recorren en procesión las calles del pueblo rezando o cantando el rosario. Esta práctica fue tomando forma a partir de los últimos años del siglo XVII en muchas zonas de España,

Hablar aquí, en Soria, en la ciudad, del rosario de la aurora nos traslada de inmediato a la  celebración que tiene lugar al amanecer cada 16 de julio, festividad de la virgen del Carmen, el Carmen, a secas, para entendernos, fuertemente arraigada y seguida de manera importante no solo por los devotos del Carmelo sino por los creyentes en general. Y poco más.

Sin embargo, si se tiene la curiosidad de bucear en la prensa histórica puede encontrarse uno con el testimonio/recuerdo que dejó escrito Lorenzo Aguirre en la revista Recuerda de Soria a finales del siglo XIX, que resulta lo suficientemente ilustrativo. Según él, “los días festivos, antes de amanecer, era agradable el despertar al cadencioso cantar del rosario por las calles. Gran número de voces, armonizando de modo sorprendente, a pesar de la árida monotonía con que tenían que luchar, daban al acto aquel algo solemne, que atrae deleitando, aun en los entonces por fortuna pocos increyentes. Salía de la iglesia de Nuestra Señora La Mayor, y sin que la historia registre caso alguno de la proverbial conclusión a farolazos, tan frecuente en otras poblaciones, regresaba a la parroquia donde a continuación se celebraba la misa de alba”.

En todo caso, algún autor refiere que el rezo de un rosario de madrugada acabó en tal trifulca en el siglo XVIII y que desde entonces parece ser que corre el dicho popular de que «esto va a acabar como el Rosario de la Aurora». El hecho, según fuentes consultadas, pasó en varios pueblos, pero el sitio donde primero ocurrió fue en la localidad gaditana de Espera». Los espereños, gentilicio de las gentes de Espera, ironías de la historia, no esperaron a resolver pacíficamente sus diferencias y aquella sonada madrugada perdieron la paciencia y los estribos.

La bronca, según las mismas fuentes consultadas, surgió por la fuerte rivalidad que existía entre las dos hermandades importantes del pueblo de Espera, la de la Vera Cruz y la de las Ánimas. «Espera era un pueblo muy religioso y había mucha competencia entre las dos hermandades. La localidad, que tendría entonces entre 1.500 y 2.000 habitantes, estaba dividida», señala un cronista experto en historia local que añade cómo «ya había antecedentes de broncas entre hermandades desde antes de 1773».

EL POLIDEPORTIVO DE LOS PAJARITOS YA NACIÓ CON CARENCIAS

Polideportivo de Los Pajaritos (Joaquín Alcalde)

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El ayuntamiento acaba de anunciar el proyecto de modernización del Polideportivo Los Pajaritos con una inversión de 1,7 millones de euros. El proyecto, según se ha dicho, comprende ejecutar la eficiencia energética, la accesibilidad, las nuevas instalaciones y dotarlo de una grada supletoria.

La noticia se produce apenas tres días después de haberse jugado en la instalación un partido de voleibol de competición europea en el que al margen del desenlace –derrota del equipo local, que no se esperaba- una de las notas destacadas de la noche fue el apagón que obligó a parar el partido durante casi media hora. Es la historia más que resumida de este último episodio, que a más de uno le trasladó de inmediato a etapas pretéritas, o sea, a los inicios de la actividad del Pabellón, que no deja de tener su historia, pues ya entonces se dijo –primeros años noventa- y se tuvo conciencia de que el entonces moderno recinto no reunía las condiciones mínimas exigidas para acoger competiciones del máximo nivel.

Pero vayamos por partes. Por aquel entonces, el voleibol era el deporte que privaba en la ciudad, por encima del Numancia, y eso que el equipo de fútbol había abandonado no solo las categorías regionales y la Tercera División sino que había conseguido, después de décadas, jugar en la Segunda División B y a partir de esta en el ascenso meteórico y más brillante y exitoso que conocemos.

Resulta, que el combinado de voleibol, con el nombre de San José, jugaba sus partidos en el Polideportivo de la Juventud, que había sido el escenario obligado porque no había otro. Y llegó un momento en el que la formación, integrada en el club de los selectos, ganaba títulos de Liga y Copa, destacaba en Europa y, en suma, necesitaba otra cosa. De tal manera que se montó una campaña de protesta de tal magnitud, a la que no fueron ajenos algunos medios de comunicación, que terminó por “convencer” –dicho sea con la mayor suavidad- a la corporación municipal presidida entonces por Virgilio Velasco (PP) acerca de la necesidad de disponer de una nueva pista cubierta en la que el equipo de voleibol pudiera jugar la competición oficial.

Llegados a este punto, el ayuntamiento, “contra viento y marea”, no tuvo más remedio que claudicar. Se iniciaba de esta manera un largo recorrido en cuyo transcurso se pudo leer y escuchar de todo.

Así fue, porque desde 14 de septiembre de 1995 en que se firmó el acta de replanteo y comenzaron las obras, transcurrieron tres años bien cumplidos hasta que por fin pudo estrenarse, que no inaugurarse, por emplear el término que desde las instancias oficiales competentes se tuvo el buen cuidado de destacar, el Pabellón Polideportivo Municipal de “Los Pajaritos”. La instalación se veía claramente que estaba sin terminar.

Ocurrió  el miércoles 20 de enero de 1999. En aquel momento, el Numancia-Caja Duero tenía que recibir a los italianos del Alpitour Cuneo -del español Rafa Pascual, el mejor jugador del mundo en aquel momento-, en partido de la Recopa de Europa. El mejor escenario era el nuevo Pabellón, que estaba inacabado.

En todo caso, las casi tres mil personas que se dieron cita en el recinto pudieron comprobar de primera mano que la instalación presentaba, de manera especial en el exterior, carencias notables, que se hacían más evidentes en los accesos.

Lo cierto es que algunos años después se reforzaba el criterio de que la presión popular había ganado la partida. Y pese a que desde el ayuntamiento se hubiera insistido en el carácter de estreno y no de inauguración, la nómina de autoridades locales que se dio cita (la foto es la foto) en el que sin duda fue un acontecimiento estuvo al completo, con el alcalde Javier Jiménez Vivar (PP) oficiando de anfitrión.

MISA A LAS CINCO DE LA MAÑANA

La iglesia de La Mayor, ya con la portada actual

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Sí, es rigurosamente cierto y más teniendo en cuenta la fuente: el entrañable Hogar y Pueblo (antecedente, tras varios cambios de nombres y de propiedad de la cabecera del actual Heraldo-Diario de Soria),  cuando el obispado tenía todavía si no la propiedad del medio sí al menos su influencia en la línea editorial de aquel periódico que vino a enriquecer la oferta informativa de la capital que llevaba años en manos del oficialista Campo (luego Campo Soriano) en solitario.

Fueron aquellos primeros años sesenta del pasado siglo XX los mejores del equipo de fútbol del Numancia, entonces en Tercera División (la estructura de las categorías no era la de ahora) tras las penurias de todo tipo, sobre todo económico, derivadas de su paso por la Segunda División, en la que jugó las temporadas 1949-1950 y 1950-1951. Era presidente el médico Juan Sala de Pablo, que lo era también de la Diputación Provincial.

En ese trienio (1961-1963) Sala de Pablo hizo lo posible y lo imposible por conseguir que el Numancia no solo jugara la fase de ascenso, que era trámite de obligado cumplimiento, sino que consiguiera regresar a la Segunda División del fútbol español para lo que sucesivamente confeccionó equipos de absoluta garantía. Pero no consiguió su propósito.

Los rivales directos del Numancia eran entonces el Arenas de Zaragoza y el Amistad, también de la capital aragonesa, los que llevaban la referencia del fútbol aragonés de Tercera División, en el que militaba el conjunto soriano. Pero hubo un momento en que de aquella posición de dominio se descolgó el Arenas, empeñado en ampliar su base social y que no quedara circunscrita solo al fútbol, de manera que la competencia quedó reducida al Amistad y al Numancia.

En estas se estaba cuando para jugar un partido de liga de la máxima rivalidad, como se dice ahora, con el Amistad en Zaragoza fue la tal la expectación suscitada que la Junta Directiva del Numancia y la RENFE acordaron poner un tren especial para facilitar el desplazamiento de los aficionados sorianos. La iniciativa fue un éxito sin precedentes, pues en seguida se agotaron los billetes –mil cien- que fueron los que se pusieron a la venta para aquel partido jugado el 19 de marzo de 1961 en el estadio municipal de La Romareda.

El caso es que el tren salió muy temprano de la desaparecida estación Soria-San Francisco, la Estación Vieja, para entendernos, y “con el fin de que puedan salir con el cumplimiento del precepto dominical cuantos así lo deseen de los expedicionarios que han de hacer uso del tren especial a Zaragoza, se celebrará una misa a las cinco de la mañana en la parroquia de Santa María la Mayor. Esto, sin embargo, queremos recordar que en Zaragoza se celebran misas vespertinas hasta las siete de la tarde”, anunció Hogar y Pueblo en una noticia breve dos días antes del viaje, el viernes 17 de marzo del citado 1961.

Yo hice aquel viaje enviado por el periódico, y escribí un reportaje que se publicó en el primer número que salió a la calle después del partido, pero no fui a la misa de las cinco de la mañana y, como consecuencia, desconozco la posible afluencia, de la que, por cierto, nunca se habló ni llegó a hacerse la menor mención en la ciudad.

GOYO, GREGORIO SANZ GONZALO

Goyo, Gregorio Sanz Gonzalo, en la segunda fila, cuarto por la derecha, en el Puerto de Piqueras (Archivo Joaquín Alcalde)

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Se ha escrito mucho estos días de Goyo, Gregorio Sanz Gonzalo, al conocer su fallecimiento. Goyo era la última referencia de la primera Soria Ya, la de verdad. Y se ha destacado obviamente, como no podía ser de otra manera, su etapa de activismo, la más reciente, por la que trascendió su imagen, junto a alguna otra de índole más doméstico como la del paso de peatones a la salida del parquin del Espolón por la parte de arriba.

Sin embargo, Goyo, Gregorio Sanz Gonzalo, fue algo más que un activista en favor de una Soria que siempre llegó dentro de sí. Ha muerto con las botas puestas, permítaseme expresión tan coloquial para que todo el mundo pueda entender lo que fue y lo que peleó.

Pero Goyo, Gregorio Sanz Gonzalo, también fue un deportista en el más amplio sentido de la expresión cuando en la ciudad –y por qué no, en la provincia- el deporte que privaba era el fútbol. y particular el Numancia de aquellos primeros años tras su refundación en 1945, vamos el Numancia que conocemos, y si se nos apura los deportes que promovía el Frente de Juventudes, que iban por otro lado.

Goyo, no era de los unos ni de los otros. Fue toda su vida un apasionado del excursionismo y de la montaña, cuyas aficiones estuvo cultivando hasta que el inexorable transcurrir del paso del tiempo le fueron alejando de su práctica.

Fue, por sintetizar, uno de los fundadores del Centro Excursionista Soriano al inicio de los años cincuenta, o lo que es lo mismo una sociedad nacida al margen del oficialismo, promotor de las inolvidables primeras excursiones al Puerto de Piqueras durante la temporada invernal de esquí (fue uno de los que reivindicó e impulsó la construcción del Albergue que construyó la Diputación en el alto, en El Cabezo) y de los creadores de la travesía a nado de la Laguna Negra además de ser, por ejemplo, participante activo de la primera subida del belén a Urbión el domingo inmediato anterior a la Nochebuena.

De modo que con la muerte de Goyo, Gregorio Sanz Gonzalo, no solo ha ido un activista sino también y, por encima de todo, un deportista integral, de los que cada vez van quedando menos. Parece de justicia señalarlo en estos tiempos de la globalidad en los que priman otro tipo de intereses, que más bien poco o nada tienen que ver con los de antaño.

 

LA CAMPANA DE LA QUEDA

La muralla de la ciudad, en la margen derecha del río Duero (Joaquín Alcalde)

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Con motivo de la rehabilitación de la muralla de la ciudad los sorianos nos hemos llegado a familiarizar con términos hasta ahora desconocidos para una mayoría significativa que se encontraban, a mayor abundamiento, fuera de los registros de la conversación coloquial. De manera que todos hemos aprendido algo.

Sin embargo, una de las cosas de las que en el mejor de los casos apenas se ha hablado, y si así ha sido se ha tratado de una manera se nos antoja que ligera y de pasada, es de “La campana de la queda”. Resulta ilustrativo en este sentido traer a colación lo publicado con la firma de Lorenzo Aguirre en Recuerdo de Soria en los años ochenta del siglo XIX, a modo de recuerdo del autor. El texto es el siguiente: “LA CAMPANA DE LA QUEDA, recuerdo característico de las costumbres sorianas. En aquellos tiempos, en que la vida parecía estar metódicamente reglamentada; cuando al oír las doce del día, ricos y pobres se apresuraban a realizar en el hogar doméstico la principal la principal función de la familia, las horas de la noche merecían especial atención. Todavía el alumbrado público era completamente desconocido en la ciudad, como en la mayoría de las de España. A las ocho en invierno y a las nueve en verano, al oírse el toque de queda, se disolvían las tertulias, y era cosa de ver el farolillo la linterna con que cada prógimo [sic], interrumpiendo la silenciosa obscuridad de la noche, se alumbraba hasta llegar a su casa, dando lugar a graciosos incidentes producidos por el inquieto y juguetón discurso de la gente moza. He de recordar entre otros –decía Lorenzo Aguirre-, el caso de un anciano a quien varias personas eligieron como blanco de sus bromas. Era de tan diminuta estatura que tuvo que hacer colocar bastante bajo el aldabón llamador de la puerta de su casa. Los bromistas alzaban el llamador de modo que el pobre señor no alcanzaba a él, y dejando en el suelo el farolillo tomaba carrera para saltar a alcanzarlo, apagándolo entre tanto los jóvenes aquella luz microscópica, teniendo que transigir el paciente con los que así le molestaban. Esto en aquellos tiempos solo tenía el carácter de una muchachada”.

El Aviso, como se le llamaba comúnmente a la Campana de la queda, estaba colocado en el sitio que nos ha llegado con el nombre de Puerta de Valobos, en tiempos de Ugalobos, frente al Cerro de los Moros –tan de actualidad ahora-, cuyo nombre parece ser de origen histórico, según alguna de las teorías que tienen vigencia y se siguen manejando. El cuidado de aquella campana y el cumplimiento de su destino, corrían día y noche a cargo de los vigías.

Y alguna aportación más de Lorenzo Aguirre. “Fuera de murallas, próxima a aquella puerta, estaba la iglesia de Nuestra Señora de las Viñas, así designada como patrona y protectora de las numerosas plantaciones que en sus cercanías, como en otros campos inmediatos a la población existían, de cuya importante producción son prueba los datos que suministran los libros de algunas parroquias”.

LA ROMERÍA A SAN SATURIO LA MAÑANA DEL 5 DE OCTUBRE

Miembros de la Corporación Municipal  con el alcalde, esta mañana en San Saturio (Joaquín Alcalde)

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Desde hace muchos años, cuando las fiestas de San Saturio terminaban el día cinco, sin alargue alguno que valiera, como ocurre ahora, que vale para más bien poco, una de las celebraciones clásicas era la romería a la ermita de San Saturio precisamente la mañana de ese día que de hecho venía a ser el final oficial por más que la no menos tradicional suelta de vaquillas por la tarde en la plaza de toros y la quema de la última colección de fuegos artificiales pusieran el broche definitivo.

Cierto que la romería matinal a la ermita, con la asistencia como ahora de la corporación municipal, no era de los actos más seguidos, de manera especial cuando coincidía con día laborable, a lo que contribuía la celebración de la prueba ciclista, que durante tantos años tuvo por escenario lo más céntrico de la ciudad, como sin duda era el circuito de la Alameda de Cervantes, seguida con especial expectación.

Pero queda fuera de toda duda el tipismo de una celebración que como la mayoría ha ido perdiendo seguimiento de manera evidente, bien es verdad que esta del 5 de octubre de 2024 quizá se haya podio ver alimentada por el desajuste producido en el programa que tradicionalmente buzonea el ayuntamiento pues mientras en la relación de los festejos cívicos aparece señalada para las 19 horas, en el editado ad hoc para las celebraciones religiosas figura con el horario de siempre, o sea las 11 de la mañana, lo que acaso haya podido inducir a confusión.

Sea como fuere, la realidad es que momentos antes de la hora indicada de esta apacible mañana de otoño ya aguardaba la Banda Municipal de Música la llegada del alcalde y demás miembros de la Corporación en la plazoleta de acceso al santuario. Un par de interpretaciones dieron la bienvenida a la comitiva oficial para a continuación entrar en la ermita y subir hasta la capilla, donde iba a tener lugar la misa. Una celebración sencilla y breve, con la nave aparentemente llena aunque sin agobios, en la que sin duda la discordante la puso el cura oficiante con un sermón de por sí excesivamente largo además de malamente escuchado por el auditorio a causa de una acústica deficiente en el que no se pudo por menos que echar en falta una referencia del santo anacoreta que resultara más cercana para el público  y especialmente el más mínimo comentario a las recientes obras acometidas en la ermita, de manera muy particular a las pinturas, que la mayoría de los asistentes puede que fuera la primera vez que las contemplaban tras la reciente restauración, que se había dado por terminada oficialmente unos días antes, el martes 1 de octubre, víspera de la festividad de San Saturio. Concluido el oficio religioso se cantó, como es tradicional, el himno a San Saturio, con letra de Ulpiano Vera y música del recordado maestro Oreste Camarca.

De nuevo en la plazoleta de la ermita, la Banda Municipal, dirigida por el maestro José Manuel Aceña, volvió a deleitar al auditorio con un breve concierto tras el cual se dio por terminada la celebración. Una cita que como tantas otras de estos festejos saturianos, merecen una profunda reflexión.

 

CARRERAS DE MOTOS EN SAN SATURIO

Parrilla de salida en la plaza de Mariano Granados de una de las carreras de motos en San Saturio (Archivo Histórico Provincial)

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Hace años, en el programa oficial de las fiestas de San Saturio no aparecían más actividades deportivas que el partido de fútbol del Numancia, las tiradas de pichón y al plato y los partidos de pelota en el frontón del histórico campo de San Andrés.

Fue a raíz de celebrarse la primera carrera de motos, de la que hablaremos a continuación, cuando se despertó la fiebre de programar competiciones deportivas –abrió el melón la prueba ciclista en el lejano1961- hasta derivar en el larguísimo, denso y tedioso, además de rutinario y carente del más mínimo interés en su conjunto programa que el ayuntamiento ofrece en la actualidad sobre el que merecería la pena reflexionar con rigor.

Sea como fuere, el caso es que en el programa oficial de fiestas de San Saturio de 1955 aparecía el 1 de octubre una carrera de motos de velocidad en circuito urbano, programada para las cuatro y media de la tarde, que fue el acontecimiento no solo de aquel año sino también de los siguientes. La prueba, por lo novedoso de iniciativa semejante, qué duda cabe que rebasaba los límites de lo deportivo para adentrarse en el campo de lo popular pues el hecho de que su celebración por el centro urbano suponía paralizar una buena parte de la tarde la actividad diaria de los sorianos el primer día festivo, no necesitó de ningún tipo de incentivo para que el llamado Primer Circuito Motorista tuviera un calado en la sociedad soriana con el que los organizadores –el recién fundado Moto Club Numancia- ni aun poniéndose en el mejor de los supuestos habían imaginado. El circuito sobre el que se disputó la competición comprendía el siguiente itinerario: salida frente al monumento del General Yagüe -que acababa de construirse- en dirección a General Mola como oficialmente se llamaba entonces el Collado, calle Aguirre para dirigirse después por detrás del Palacio de los Condes de Gómara y el Hospicio hacia las calles de Santo Tomé y la Tejera, continuando por delante de la plaza de toros y en la confluencia de la calle de San Benito y la avenida de Valladolid girar a la izquierda y enfilar el Espolón abajo hasta la línea de salida. Se adoptaron, como no podía ser de otra manera, un conjunto de normas de seguridad que consistieron básicamente en habilitar lugares para el estacionamiento del público mientras que en otros, como la calle del General Mola (el Collado) por su angostura, estaba terminantemente prohibido hacerlo dado el riesgo evidente que se corría. En todo caso, se colocaron altavoces en puntos estratégicos de modo que el desarrollo de la carrera pudiera seguirse al instante. Un amplio y novedoso despliegue para un evento en el que ciertamente no solo se volcaron el club organizador y las autoridades sino también firmas comerciales y entidades relacionadas con el mundo del motor y, en general, la ciudad entera; más aún, alguna organización como la Cámara Oficial de Comercio e Industria de la Provincia publicó una circular informando en una nota oficial que ese día, 1º de Octubre –una de las fechas importantes en el Régimen del General Franco-, el comercio en general de la ciudad debía permanecer abierto hasta las ocho por así haberlo autorizado la Delegación de Trabajo “en vista de la interrupción que en el tránsito y circulación impone la celebración de la Carrera Motorista de Velocidad, en Circuito urbano”. Porque, efectivamente, si bien el arranque de la competición oficial estaba anunciado para las cuatro y media de la tarde, hora y media antes –a las tres- iban a tener lugar, como así fue, las tandas de entrenamientos previos a la carrera.

El desarrollo de aquel Primer Circuito Motorista de Velocidad respondió con creces a las expectativas, de tal manera que con modificaciones fundamentalmente del trazado constituyó durante unos años el plato fuerte de las celebraciones en honor del patrón de la ciudad hasta que el propio devenir aconsejó la conveniencia de no continuar y pasarse al motocross en la ladera del Mirón.

EL SOLAR DEL CIRCO

La avenida de Valladolid con el espacio a la derecha mal llamado Solar del Circo (Alberto Arribas)

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Lo del Solar del Circo, por el espacio que hay en la avenida de Valladolid, en el lado derecho saliendo de la ciudad, cerca de la estación de autobuses, donde ha comenzado a construirse después de alguna que otra controversia con el urbanismo como trasfondo, como será fácil suponer a poco que se conozca la realidad del día a día, no deja de ser una majadería más, por decirlo de una manera suave, de las muchas que se sueltan a diario tanto da que sea en las redes sociales cuando no los propios políticos¡! (lo de políticos entiéndase como un eufemismo), por llamarlos de alguna manera, que esa es otra historia.

Resulta curioso, cuando menos, asistir a diario al continuo despropósito de intentar cambiar de arriba abajo la toponimia de la ciudad, desde la más absoluta de las ignorancias, sin ser conscientes del tremendo daño que hacen a la ciudadanía, que de todas estas historias sabe más, bastante más, que todos ellos –emisores y transmisores-, pero de manera especial a las raíces de una historia que, por más empeño que se ponga en conservarla, están cambiando por las buenas y sin sentido  alguno que la avale.

El Solar del Circo, como dicen los que se han empeñado en llamarlo ahora, no deja de ser sino el espacio donde estuvo la antigua fábrica de lejías “El blanquito” –marca, por cierto, soriana- y los cebaderos de Crescencio García –el Crescencio en los años que siguieron a la Guerra Civil-, colindante con la que entonces era conocida, y de hecho lo era, como la carretera de circunvalación de la ciudad, es decir, la calle/avenida de Eduardo Saavedra que conocemos en la actualidad, desde hace años una vía urbana más que dada la infraestructura viaria de la ciudad sigue soportando un tráfico importante, bien que de otro tipo.

Hasta que llegaron a instalarse ahí los circos ambulantes que vienen a la ciudad han pasado décadas y por parajes que no tienen absolutamente nada que ver con la ubicación que se está manejando alegremente ahora, sin meditar las consecuencias que, repetimos, no deja de ser sino una agresión más al largo listado de nombres propios con que cuenta la ciudad de Soria, que lamentablemente están en vías de desaparición no tanto a corto como a medio y largo plazo. ¡Qué pena!

EL CAMPING FUENTE DE LA TEJA

 

El camping Fuente de la Teja, una instalación novedosa de los años sesenta (Revista de Soria. Archivo Histórico Provincial)

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La Diputación Provincial no hace mucho que ha anunciado el concurso para la concesión de explotación del Camping Fuente de la Teja, en las afueras de la ciudad, del que por cierto hacía años que apenas se sabía algo, lo que de entrada no deja cuando menos llamar la atención a quienes siguen- procuramos seguir- el día a día de la ciudad.

El Camping Fuente de la Teja, un servicio más para la capital, que trataba de sumarse a las corrientes de la modernidad de la época, fue una iniciativa novedosa de los primeros años sesenta de la Diputación Provincial que presidía el médico Juan Sala de Pablo. La justificó entonces argumentando que “haciéndose eco del común sentir de la provincia, consciente del interés que podría suponer para sus habitantes y siguiendo las directrices marcadas por el Gobierno, en orden al desarrollo de la actual tendencia a fomentar la actividad turística”. En definitiva, en el año 1963 la administración provincial decidió la construcción del camping, “junto a la carretera nacional N-111 Madrid-Medinaceli-Pamplona, con dos piscinas, que comenzaron a funcionar el día de Santiago, o sea el 25 de julio 1969, antaño una de las fiestas más destacadas del verano.

Sin entrar en mayores detalles, que tampoco vienen al caso, para facilitar el desplazamiento al paraje desde el centro de la ciudad se estableció un servicio de autobuses que tenían como punto de partida la plaza del Olivo, en uno de cuyos inmuebles del rincón funcionada el Despacho Central de RENFE, que atendía asimismo el servicio de viajeros desde el corazón de la ciudad a la estación de ferrocarril del Cañuelo, coincidiendo con la salida y llegada de los trenes, si trenes, en plural, que entonces funcionaban varios, no como ahora que solo circula uno, y alguno, como el AUTOMOTOR/TER/TAF, en sus diferentes versiones, con prestaciones que llevamos años echando de menos e inútilmente reivindicando sin más objetivo que  el de  entretener al personal a pesar de la verborrea vacua de los políticos de turno –asalariados del erario público-, lo mismo de un lado que de otro.