La «nueva» calle Ramón de la Orden que comenzamos a conocer ahora los sorianos (Foto: Joaquín Alcalde)
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A mediados del pasado mes de noviembre se abría un nuevo vial paralelo a la calle Dionisio Ridruejo, en el parque de Los Pajaritos. Es la calle Ramón e la Orden –así se llama- que arranca junto a la que fue casa del guarda (junto al estadio de atletismo y el Parque) y desemboca en la calle Eduardo Saavedra, en la misma curva donde confluye esta con la Carretera de Madrid, es decir, en el túnel del ferrocarril.
Lo de calle Ramón de la Orden no ha dejado de sorprender, incluso a los vecinos del barrio, entre los que me encuentro, pues hasta este momento quien más y quien menos ese tramo se había venido teniendo como calle Bravo de Saravia, donde estuvo la antigua planta de aglomerado asfáltico de la firma comercial Probisa, filial de la empresa constructora Ginés Navarro e Hijos.
Pero, en fin. ¿Quién es o quién fue Ramón de la Orden? Los más profanos pensarán, no sin con un cierto punto de lógica, que tiene o tendrá algo que ver con la familia De la Orden, cuyo entorno es conocido de manera genérica como de Ángel de la Orden, un industrial maderero no hace tanto fallecido que tuvo allí sus instalaciones.
Carso error. Ramón de la Orden no tiene nada que ver con el conocido empresario vinculado en su día también a otros sectores de la sociedad soriana, entre ellos el deporte, como practicante y como directivo.
Ramón de la Orden –el de la recién descubierta calle en el Barrio de Los Pajaritos- fue, según cuenta José Antonio Pérez-Rioja en su libro “Apuntes para un diccionario biográfico de Soria”, un soriano de pro, abogado y político, tío del intelectual José Tudela (tiene dedicada también una calle, la que partiendo de la calle Almazán se dirige al estadio donde juega el Numancia, es decir, muy próxima a la de su tío), que fue elegido alcalde de Soria en 1897 y de nuevo entre 1906 y 1908. Fue, por sintetizar, el alcalde que aplicó la Orden del Ministro de La Cierva de suprimir el festejo de los toros enmaromados en las Fiestas de San Juan de 1908, un asunto este de los toros enmaromados que más de un siglo después sigue saltando a la palestra de cualquier mesa sanjuanera.