CUANDO SORIA TUVO GUARNICIÓN MILITAR

Jura de Bandera de los soldados del Batallón al pie del árbol de la música (Archivo Histórico Provincial)

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El Ayuntamiento de la ciudad lleva tiempo dándole vueltas a la rehabilitación del antiguo Cuartel de Santa Clara con la idea de convertirlo en un Centro Cívico.

El viejo Cuartel de Santa Clara está cargado de historia, de la que vamos a prescindir, porque lo queremos dejar constancia es de su uso militar –no de las dependencias administrativas que tradicionalmente ha estado albergando- y en concreto de cuando al comienzo de los años cincuenta lo ocupó el Batallón de Minadores Zapadores.

Que Soria contara con guarnición era una de las preocupaciones de las autoridades de la época como elemento dinamizador de la ciudad que se dice ahora.

Y efectivamente, lo consiguieron, aunque para ello hubiera que echar mano de las viejas y destartaladas dependencias del cuartel de Santa Clara. En los primeros días del mes de diciembre del año mil novecientos cincuenta llegaba a Soria en tren a la Estación Vieja, el batallón de Zapadores Minadores, en medio de la expectación general. La noche era fría pero la ciudad se echó a la calle.

El Batallón, como se le conocía, no estuvo muchos años y la mayor parte puede que en la fase del desmantelamiento progresivo. Pero en todo caso la ciudad experimentó un cambio notable en el discurrir de la vida cotidiana, lo que no resulta difícil de entender teniendo en cuenta que de la noche a la mañana el raquítico censo de la capital que apenas registraba movimiento se veía incrementado con un número de hombres, dicho en el término militar de la época, que podría estar en torno a los seiscientos o quizá alguno más, con lo que suponía para una población que malamente andaría por los dieciséis mil habitantes, o sea, bastantes menos de la mitad que la estadística oficial que se maneja ahora.

Los militares dejaron naturalmente el sello de lo personal en el ámbito puramente humano estableciendo lazos que trascendieron de lo estrictamente profesional. En el ámbito castrense las manifestaciones externas eran frecuentes. Desde su presencia en las procesiones hasta la participación activa en las cabalgatas de Reyes. Además, en días señalados la guarnición desfilaba por el centro de la ciudad, normalmente desde el Espolón hacia El Collado.

Pero la solemnidad más importante tenía lugar el día de San Fernando, el 30 de mayo. Se celebraba la fiesta del Batallón y solían jurar bandera los reclutas del reemplazo en un acto que tenía lugar en la Dehesa donde se montaba un altar junto al mítico árbol de la música, el de verdad.

Ello con independencia de actos lúdicos entre los que no faltaba un espectáculo taurino en el que los actuantes eran los propios militares pues en sus filas no faltaban desde toreros, o al menos aficionados, alguno de Soria, hasta futbolistas que llegaron a jugar y destacar en el Numancia.

En el ámbito de lo rutinario la asistencia a la misa dominical en la iglesia de Santo Domingo suponía una nota de color en el discurrir monótono de la vida ciudadana. Los soldados llegaban en formación a las inmediaciones del templo, el único de la ciudad que por su capacidad podía albergar a la totalidad de los efectivos

Como siempre solían llegar con antelación, la tropa aguardaba el turno de espera sin romper la formación en el tramo comprendido entre la plaza del Rosario, junto a la iglesia, y la calle de la Tejera en su confluencia con la del Campo ocupando la totalidad de la calzada, sin que el tráfico se viera afectado porque la mañana de domingo la circulación en el centro de la ciudad era escasa y en esa zona inexistente. Finalizada la misa, vuelta al cuartel, también en formación.

Y del paso del Batallón queda asimismo el recuerdo de las maniobras en el cerro de los Moros y en las inmediaciones de San Saturio, cuando el paseo de San Prudencio era intransitable, la construcción de aquel pequeño pero coqueto y funcional puente de madera, arrastrado por una riada, que vino a sustituir a las antiguas pasarelas, anegadas cuando subió el nivel del río y empezó a embalsar la presa de Los Rábanos. Además de tantos y tantos otros cuya impronta permanece grabada en el recuerdo de quienes vivieron aquella inolvidable etapa de la historia de la ciudad.