YA SE VAN LOS PASTORES

Rebaño de merinas en el cruce de las calles Tejera y Campo en una imagen de los años cincuenta del siglo pasado (Archivo Histórico Provincial)

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Las estampas bucólicas que ofrecían el paso de las merinas por el centro de la ciudad hace tiempo que se perdieron, como otras muchas de las que conferían personalidad a la Soria de antaño.

Las merinas –en torno a 80.000 según contaban los periódicos- solían cruzar el centro urbano dos veces al año. Era una de las referencias de la sociedad de la época. En primavera volvían a la Sierra de Soria para disfrutar de los pastos del verano tras haber pasado el invierno en tierras de Extremadura, y en el otoño hacían el viaje de retorno siguiendo el mismo camino. El ciclo se repetía de manera rutinaria, de tal manera que hacia finales de mayo y primeros de junio las merinas estaban pasando durante unos días procedentes de tierras extremeñas, y era a finales de octubre, en fechas próximas a los Santos, cuando regresaban.

En ocasiones, no obstante, el paso de las merinas dejaba constancia de alguna particularidad que rompía con la monotonía como ocurrió una vez, todavía al comienzo de los años sesenta del siglo pasado, cuando la televisión comenzaba a verse en Soria, y llegó a la ciudad un grupo de técnicos alemanes para filmar diversas escenas de los ganados en trashumancia hacia Andalucía y Extremadura.

El paso de las merinas por la ciudad –lo que se hace ahora cada primavera es un simulacro- comenzó a decaer en el último tercio del siglo pasado para desaparecer mediada la década de los noventa en que las crónicas contaron que un 4 de diciembre (muy tarde para lo que había venido siendo costumbre) de 1995 partió de Soria “el último tren de la trashumancia hacia Extremadura”, aunque lo cierto es que llevaba bastantes años abocada a la desaparición.

¿Pero por dónde atravesaban la ciudad las merinas? Al casco urbano llegaban por la Florida, bajaban por la calle Tejera, entonces sin más tráfico que el de los carros que transportaban madera y algún que otro coche o camión de pequeño tonelaje, para seguir por la calle del Campo hasta las traseras de Correos, entonces sin urbanizar, donde en el itinerario de regreso en el otoño a las dehesas meridionales solían pasar la noche.

A la mañana siguiente se reemprendía el camino por el Ferial, la puerta de la Alameda de Cervantes y la calle Alfonso VIII con destino a la estación de Soria-San Francisco, según la nomenclatura oficial, para ser embarcadas en el corral/embarcadero que existía en la actual calle Linajes –su primera denominación fue precisamente la del Embarcadero- en aquellos viejos vagones de la RENFE que permitían distribuir las reses en las bandejas de las jaulas de manera que pudieran hacer el largo viaje que les aguardaba todo lo más cómodamente posible. Y claro en el muelle de embarque podían presenciarse a diario las más curiosas y pintorescas escenas que puedan imaginarse.

No obstante, a las merinas, les acompañaba un nutrido séquito que conformaban además de los pastores aquellos enormes perros mastines, que oficiaban de guardianes, y la reata de caballerías que cargaban con los hatos llenos hasta arriba de lo preciso para el viaje.

Al regreso, en la primavera, cruzar la ciudad resultaba bastante más sencillo, pues desembarcado el ganado emprendía de inmediato la ruta camino de la sierra sin detenerse para hacer noche como a la ida.