SORIA HACE SESENTA AÑOS

La plaza de Ramón y Cajal, conocida antaño, como de «la leña», antes de la remodelación de finales de los años cincuenta del pasado siglo XX (Archivo Histórico Provincial)

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Durante estos días –más bien unos cuantos antes- los medios y la sociedad en general suelen hacer balance de lo acontecido durante el último año.

Así se ha debido entender siempre, porque a poco que se sienta curiosidad por conocer lo acontecido en la ciudad en tiempos pretéritos, sin necesidad de acudir a ninguna efeméride concreta, puede encontrarse uno con alguna que otra primera página en cualquier periódico de la época refrescando la memoria de los sorianos y recordándoles, por ejemplo, que “El Caudillo, hace diez años, estuvo en Soria”, en alusión, sin duda, al viaje que hizo el 23 de agosto de 1948. Y eso que el ejercicio de 1958 había dado bastante más de sí, con la materialización de iniciativas y proyectos de indudable poso que iban a marcar el devenir de los años siguientes. Porque, en efecto, aquel mismo 1958 se habían dado los primeros pasos para acometer las obras de remodelación del eje comprendido entre la plaza del General Yagüe y la del Generalísimo (la Plaza Mayor) a través de la de Ramón y Cajal, con el derribo incluido de algunos de los edificios de la calle Claustrilla en su cruce con la de Caballeros,  y el de las Fuentes en su entronque con  la de Rabanera, es decir las traseras del viejo y destartalado inmueble en el que estaban la Jefatura de Obras Públicas y el servicio de la Policía Urbana.

Además, ese mismo año, el municipio soriano ofrecía “otra gran obra en consonancia con el rango de la capital de Soria” –se recogía de manera triunfalista- como sin duda era el abastecimiento de agua potable, “completamente depurada en la correspondiente estación”, a la que había que añadir la nueva red de distribución con el fin de dotar a los barrios modernos, incluso a la barriada de Yagüe, que recibía la noticia de la construcción de un grupo escolar.

Hubo un tercer aspecto, asimismo relacionado con el urbanismo, que lejos de pasar desapercibido suscitó por el contrario, no sin controversia, un inusitado interés entre los sorianos que veían el proyecto como algo revolucionario. Se trataba de la urbanización de la parte antigua de la ciudad aledaña a la iglesia Colegial de San Pedro o lo que es lo mismo la remodelación de la calle Real. Presentada “como una obra de Soria con el sello tesonero de la España de Franco y con la voluntad de acción del Movimiento Nacional”, no se dejó ningún cabo suelto porque incluso se procuró que tuviera “cumplido eco la Prensa y Radio Nacional”. Pues, en efecto, se aprovecharon todos los resortes para que el mensaje que se pretendía transmitir llegara a todos los rincones de la opinión pública y se creara el caldo de cultivo adecuado, de tal manera que, como se contó, los diarios madrileños Ya y El Alcázar y el catalán La Vanguardia publicaron crónicas especiales y aparecieron “notas informativas en la mayoría de los periódicos de España”, al tiempo que en la prensa local comenzaban a aparecer editoriales del periódico e incluso colaboraciones como la del Abad de la Colegiata (Segundo Jimeno Recacha) defendiendo la bondad de la iniciativa al tiempo que se anunciaba la exposición al público en la plaza de Herradores del que se calificó “histórico proyecto dada [su] trascendencia e importancia”.

En cualquier caso, este mismo año 1958 se había producido el cerramiento de la Alameda de Cervantes, para dejarlo básicamente como lo conocemos en la actualidad tras alguna otra pequeña intervención posterior, ya en la etapa democrática, y la demolición de la casa contigua a la ermita de la Soledad, o sea, la del santero y la del jardinero del parque municipal, con una actuación asimismo destacada en los jardines de la Rosaleda.

Y unos meses se habían celebrado por primera vez en Soria los Festivales de España en la Huerta de San Francisco (donde se encuentran la Biblioteca Pública y el Polideportivo de la Juventud), que acababa de comprar el ayuntamiento con la idea de cederla al Estado y de que este construyera en ella el Parador Nacional de Turismo, que terminó en el Castillo.

Por otra parte, una de las noticias de mayor impacto vino de la mano de la instalación de un “poste receptor-transmisor” en las proximidades de la zona de Arcos de Jalón y Medinaceli, pero en la provincia de Guadalajara, que hacía posible que pudiera verse la televisión en la capital, o al menos en su mayor parte. Como también la llegada por primera vez a Soria de la Vuelta Ciclista a España envuelta en una polémica de las de aúpa en el seno de la corporación municipal, con algún que otro ajuste de cuentas político incluido, que si bien fue suficientemente conocido en los cenáculos de la ciudad próximos al centro de poder no trascendió, sin embargo, a la opinión pública.

Claro que, por entonces, volvía a suscitarse el proyecto de la tan deseada estación de autobuses por más que tuvieran que transcurrir algo así como veinte años para que pudiera ser realidad; desde el Gobierno civil se anunciaba la imposición por el Gobernador de una multa de dos mil pesetas (12 euros de la moneda actual) a la empresa del Cine Avenida después de haber “podido comprobar las faltas de respeto y consideración para con el público, que suponen proyectar una película que no sólo no tenía la duración normal del espectáculo, sino que también carecía de la necesaria ilación de las escenas para su comprensión”, aunque unas semanas después se iba a producir el estreno de “El último cuplé”, una de las películas que marcó una época, que iba a estar en pantalla los tres primeros días del mes de marzo “y los sucesivos que sean necesarios”, se subrayaba en el promocional al tiempo que se habilitaba un horario extraordinario para el despacho de las localidades; se suspendía la feria de marzo a causa de la “epizootia de fiebre aftosa o glosopeda” (enfermedad que acomete a una o varias especies de animales, por una causa general y transitoria); y cual si se tratara de un gran logro de los administrados se anunciaba el horario de despacho al público en las oficinas de la Administración del Estado y sus organismos autónomos, que se fijaba entre las diez de la mañana y la una y media de la tarde.