LA GRAN BODA

Reportaje de la boda de la hija del Gobernador Cañizares publicado en Campo Soriano en el número correspondiente al 19 de julio de 1960 (archivo Joaquín Alcalde)

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La crónica social siempre ha tenido un especial seguimiento en la ciudad. Tanto da el asunto de que se trate. Uno que tradicionalmente ha suscitado especial interés es el de las bodas. Pues, en efecto, en estos tiempos modernos en los que a diario se ofrecen datos estadísticos de lo que sea no suelen faltar de vez en cuando datos de las que se han celebrado.

En Soria hubo bodas que traspasaron el umbral de lo habitual o razonable. Una, la más reciente que se recuerda, tuvo lugar en la iglesia de La Mayor un mes de septiembre de finales de los años ochenta. Ana Marichalar (sin el de añadido con posterioridad, que precedió al apellido de las gentes de esta familia de la noche a la mañana) y Sáenz de Tejada y Luis Coronel de Palma y Martínez Agulló se dieron el sí quiero, ante una nutrida representación de la aristocracia, la nobleza y de la alta sociedad, del mundo de la banca y de la empresa y políticos hasta completar una relación interminable, y la indiferencia general de los sorianos.

Bastante antes, al comienzo de la década de los sesenta, la ermita de San Saturio fue el marco, una tarde de verano, del compromiso matrimonial, como se decía entonces en las crónicas de sociedad, de Rodolfo Martín Villa y María del Pilar Peña Medina. Él, entonces Jefe Nacional del Sindicato Español Universitario (SEU) y más tarde Delegado Nacional de Sindicatos, Gobernador civil de Barcelona, ministro del Interior y vicepresidente del Gobierno de la UCD (Unión de Centro Democrático). Ella natural de Almajano.

A diferencia de la boda de la Marichalar, en ésta se dieron cita fundamentalmente destacadas figuras del Movimiento Nacional como Fernando Herrero Tejedor y fray Justo Pérez de Urbel, el abad mitrado del Valle de los Caídos -al que el alcalde, en aquel momento Eusebio Fernández de Velasco, recibió con todos los honores-, que ofició la ceremonia, junto a nombres que nada decían entonces pero que acabaron teniendo una especial relevancia en la actual etapa democrática, llegando ser ministros del Gobierno dela Nación.

Pero para boda, boda por todo lo alto, «gran boda» como tituló el periódico Campo Soriano, la de la hija del Gobernador civil de entonces –María del Carmen Cañizares Valle- y un teniente de Infantería de Marina –Alberto Bendito Martínez de Bujo-, que ofició el obispo Saturnino Rubio Montiel ayudado por el abad Segundo Jimeno y el canónigo Carmelo Jiménez, y en la que por no faltar no faltó el coro de la Sección Femenina ni el célebre don Demetrio [Gómez Aguilar], el cura del correccional o reformatorio, pues por los dos nombres se conocía a la Casa de Observación de Menores de la calle Alberca, que tocó el órgano.

Eduardo Cañizares Navarro, coronel del ejército, había sustituido aún no hacía tres meses al insigne Luis López Pando. Pues bien, el dieciséis de julio -se está hablando del año 1960-, su hija se desposaba en la iglesia de Nuestra Señora del Espino. Y fue invitada, entre otra, la gente distinguida de Soria si por tal se entiende a quienes ostentaban algún tipo de representación oficial, o sea el alcalde de la ciudad, el presidente de la Diputación y el delegado de Hacienda entre otros; los tiralevitas de turno y por supuesto quienes desempeñaban cargos orgánicos en el Movimiento y un sinfín de excelentísimos e ilustrísimos desconocidos aquí, hasta completar una extensa relación sin demasiado interés para el ciudadano de a pie, esa es la verdad.

El hecho cierto es que Juan Ríos Suárez, redactor jefe del periódico del Régimen, Campo Soriano y periodista de moda, firmó una de las crónicas más chabacanas, rancias y pedantes que se recuerdan en Soria.

El exceso del periodista que, todo hay que decirlo, en su etapa en Soria llevó al periódico el toque de modernidad que estaba pidiendo a gritos, alcanzó tal grado de ridiculez y sonrojo que la popular revista de humor de la época, La Codorniz, llegó a hacerse eco de la boda en la llamada Cárcel de Papel, una de las secciones habituales y más leídas de la revista, que no tenía más finalidad que la de dejar en evidencia a los autores de salidas de tono como la que acaba de citarse que poco o nada tenían que ver con la realidad diaria.

Hoy, casi sesenta años después, la lectura de aquel reportaje del periódico Campo Soriano sigue produciendo cuando menos jocundidad y desde luego conduce inexorablemente a una profunda reflexión en torno al caciquismo sin escrúpulos y la adulación descarada de los turiferarios que tanto se prodigaban en una época no tan lejana en la que este tipo de conductas estaba a la orden del día, como hoy, para qué vamos a engañarnos.

 

(De mi libro SORIA, AYER II. Agotado)