EL PRÓLOGO DE LA SEMANA SANTA SORIANA

El Cristo de la Soledad sale en la Procesión del Silencio la noche del Jueves Santo (Archivo Histórico Provincial. Fondo Vives)

_____

Con el Domingo de Ramos, que es mañana, comienza la Semana Santa. Unas tradiciones que han experimentado cambios importantes en no tantas décadas.

En la Semana Santa soriana habría distinguir cuando menos dos etapas. Una, hasta prácticamente el final de los cuarenta del siglo pasado y buena parte del arranque de los años cincuenta, que es cuando comienzan a aparecer las cofradías penitenciales, y otra más reciente que cabría situar a partir de la fundación de la mayoría de estas asociaciones pararreligiosas que fueron las que propiciaron el cambio. Y, por supuesto, el empujón definitivo que representó la implantación el año 1956 del nuevo orden litúrgico.

Hasta la aparición, o mejor dicho, proliferación de las cofradías, todo quedaba reducido básicamente a las celebraciones del Jueves y Viernes Santos aunque el Domingo de Ramos no dejaba de tener su peculiaridad, no tanto por la celebración religiosa en sí, que tampoco difería sustancialmente de la que tiene lugar en la actualidad, como por la costumbre tradicional que ante su proximidad suponía la presencia el jueves anterior –día del mercado semanal, como ahora- de vendedores procedentes de los pueblos próximos a la ciudad con sus borriquillos cargados de ramos de romero para la bendición el Domingo de Ramos, que se ubicaban en las inmediaciones del Ferial y más tarde en las proximidades de la Plaza de Abastos, sobre todo en el primer tramo de la calle Estudios. Era el llamado “Jueves del Romero”, antesala del Domingo de Ramos, día este en que se cubrían para el resto de las celebraciones las imágenes que se veneraban en los altares de las iglesias.

Todavía antes, el sábado anterior al “Jueves del Romero” comenzaba el ”Septenario en honor de la Santísima Virgen de la Soledad” a cuyo fin el viernes de la semana que precedía a la del Viernes de Dolores la imagen era trasladada en procesión desde su ermita en la Dehesa hasta la iglesia del Espino, donde a lo largo de los siete días siguientes tenía lugar esta particular y además de entrañable seguida celebración. Solía ser a las seis de la tarde, siempre con el mismo itinerario: paseo de Fray Luis de León -dentro del parque, el más próximo al cerramiento por el lado del Espolón-, plaza de Mariano Granados, Marqués del Vadillo, Plaza de San Esteban y las calles Diputación y Caballeros. Al día siguiente –sábado- se iniciaba a las cuatro y media de la tarde el Septenario. Así hasta el viernes de la semana siguiente, o sea, el de Dolores, en el que una vez terminado el oficio religioso la imagen de la Virgen era devuelta a su lugar de origen, asimismo procesionalmente y por idéntico itinerario.

Por lo demás, la señal inequívoca de la proximidad de la Semana Santa quedaba reflejada en los artísticos escaparates que montaban los comercios del centro de la ciudad y, desde luego, en la circular del Gobernador Civil que publicaba en el Boletín Oficial de la Provincia siempre con idéntico contenido recordando que desde la tarde del miércoles y durante el Jueves y Viernes Santos, hasta las doce horas del sábado se suspendían todos los espectáculos públicos sin más excepciones que algún concierto sacro u otros de índole análoga. Traducido a lo coloquial: los cines cerraban; no había emisora de radio en la ciudad y las contadas cadenas nacionales que se podían escuchar estaban obligadas a emitir música sacra. De la televisión no se tenían noticias.