EL JUEVES, MERCADO SEMANAL

La calle Ferial, una de las más frecuentadas cada jueves de mercado (archivo Joaquín Alcalde)

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En Soria capital los jueves es día de mercado aunque este como tal hace ya décadas que desapareció. Lo que sí ha quedado es una mayor afluencia que de ordinario de vendedores de fuera a la Plaza de Abastos. El mercadillo en su deambular por diversas zonas de la ciudad hasta su actual acomodo pero, sobre todo, la nutrida concurrencia a media mañana en el entorno de la Plaza de Herradores, de las gentes de nuestros pueblos que han venido a la capital siguiendo la vieja costumbre que en la mayoría de los casos han heredado, dan a la mañana de los jueves una nota de color especial.

En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX sí había mercado y estaba muy concurrido. Entonces, además del de verduras en la Plaza de Abastos, funcionaba también el mercado de cochinos, que se colocaba en las traseras de Correos y del Museo Numantino, cuando el entorno estaba todavía sin urbanizar, para trasladarse más tarde a Las Pedrizas, obligado por las necesidades que planteaba el ensanche de la zona. Era el verdadero mercado. Más tarde, aunque por poco tiempo, se quiso recuperar el antiguo de cereales en la plaza Mayor y de hecho vino celebrándose durante algún tiempo, también los jueves, en las inmediaciones del actual Centro Cultural Palacio de la Audiencia, entonces todavía sede de las tétricas y destartaladas dependencias judiciales y la no menos cochambrosa cárcel, pero apenas tuvo vida y terminó extinguiéndose por sí mismo.

Los jueves, también el de La Saca que entonces todavía no era fiesta local y por lo tanto a efectos comerciales se tratabas de uno más, o los miércoles en el supuesto de que fuera festivo, la ciudad rompía con la rutina diaria y adquiría un colorido especial. La Plaza de Abastos y la calle Estudios, en la que también se colocaban puestos de venta huevos, gallinas, conejos…, eran un hervidero. Los comercios, que durante la semana abrían a las nueve de la mañana y terminaban a las siete de la tarde –incluso los sábados-, no cerraban al mediodía como a diario, hora en la que por cierto registraban una concurrencia importante de quienes acudían a comprar lo que necesitaban, desde abarcas, una gorra, un traje de pana y mantas para el invierno hasta bacalao seco, tocino bien gordo y salado –de aquel que venía en grandes cajas de madera- o jabón, arenques en los ultramarinos, y pintura que hacían a la carta en la misma droguería. El horario continuado que se dice hoy permitía atender las necesidades de las gentes desplazadas desde muchos puntos de la provincia y especialmente de los pueblos cercanos, de manera que podían regresar a una hora razonable a sus localidades de origen bien en los coches de línea o en el tren y naturalmente quienes por la proximidad preferían hacer el desplazamiento en caballería y algunos andando, que también los solía haber. Eso sí, antes habían comido a base de bien en La Oficina, La Apolonia o Casa Félix y la clase más selecta en el Hotel Comercio.

La evolución de la sociedad acabó como con otras tantas cosas con el día de mercado semanal. El que sigue denominándose así y continúa celebrándose cada jueves –a veces miércoles, según lo dicho- tiene que ver muy poco, más bien nada, con el de aquella época.