LOS FIELATOS, ADUANAS DE LA CIUDAD

¿Ediciones?, postal, archivo Fe Hernández quien ofrece la fecha de 1965

A la derecha del puente de piedra, al fondo de la fotografía, estaba el fielato de consumos y no en el edificio rehabilitado de enfrente, que nunca fue fielato (Colección Joaquín Alcalde)

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En Soria, como en las ciudades más importantes de España, estuvieron aplicándose durante gran parte del gobierno de Franco –aunque venían de bastante más antiguo- unas contribuciones que gravaban los productos alimenticios y bebidas que entraban a las ciudades para el consumo de la población. Se pagaban en los llamados fielatos, una especie de aduanas domésticas, que no eran sino unos pequeños recintos habilitados para dar acogida al funcionario de servicio y poco más –en algún caso una simple garita-, ubicados estratégicamente a la entrada de las poblaciones.

Aquí, en la capital, hubo varios fielatos. En realidad, tantos como accesos naturales a la ciudad, formando una especie de cerco, de manera que el núcleo urbano quedaba cerrado. Vamos a intentar hacer un breve recorrido por todos ellos.

Si se comienza por el Norte, en la actual calle de Las Casas, algo más abajo de la Prisión, hubo uno, y otro, muy cerca de él, en la carretera de Logroño, frente a la muralla del Mirón. Uno más en el Postiguillo, en la margen derecha del Duero, al final de la calle Nuestra Señora de Calatañazor. Si se gira en el sentido de las agujas del reloj se encontraría uno con el que hubo en el paseo de Valobos, junto al cementerio. Al Sur, en las inmediaciones del edificio de la Estación Vieja, el que controlaba el acceso a la ciudad por la carretera de Madrid. Y por el Oeste, uno al final del Paseo del Espolón –en la esquina de la calle de San Benito-, denominado “Fielato de Valladolid” que obligado por el ensanche de la ciudad no hubo más remedio que demoler al final de los años cuarenta para levantar otro de nueva planta a las afueras de la ciudad, en las proximidades de la Estación de Autobuses (enfrente, en parte del solar que ocupan las casas de los camineros).

Y se ha dejado intencionadamente para el final el fielato más mediático, que por cierto jamás lo fue, convertido en un centro de interpretación más, de los muchos que proliferan.

Puede que fuera en la legislatura del tripartito, con Eloísa Álvarez en la alcaldía, cuando un buen día se anunció a bombo y platillo la rehabilitación de determinados edificios de la ciudad de valor arquitectónico o histórico. Entre ellos, uno pasado el puente de piedra, a la izquierda, saliendo de la ciudad, contiguo a los jardines de San Juan de Duero, del que con el mayor de los desparpajos, falta de rigor y desconocimiento de la ciudad y de su historia, alguien no tuvo la mejor ocurrencia que decir que se trataba del edificio del antiguo Fielato. Y la hizo buena, pues de Fielato aquello no tenía nada, pero es la denominación que ha perdurado.

Pues, en efecto, el rehabilitado edificio junto al monasterio de San Juan de Duero, no es el antiguo fielato y sí en su día una dependencia de la fábrica de harinas cercana, en una de cuyas fachadas laterales, la que linda con la carretera de Almajano, pudo leerse de manera inequívoca hasta su remodelación: “almacén de grano de la fábrica de harinas”. Es más, durante mucho tiempo la empresa de la fábrica de harinas cedió el edificio al antiguo Servicio Nacional del Trigo, más tarde SENPA (Servicio Nacional de Productos Agrarios), que lo estuvo utilizando como granero junto a otros inmuebles próximos, hasta que al final de los sesenta –1967 en concreto- se construyó el silo que todavía está en pie.

Es cierto, no obstante, que en esa zona hubo en tiempos un fielato, cuya dependencia en tiempos pretéritos llegó a ser utilizada como colegio electoral en día de elecciones.

En cualquier caso. A las generaciones más mayores hablarles de fielato en esa zona de la ciudad les lleva, sin dudarlo un instante, al antiguo convento de San Agustín, antes de Mercenarios y originariamente hospital de niños expósitos, es decir, a un viejo edificio del XVI, cuyo último uso, bien avanzado ya el siglo pasado, fue el de viviendas particulares, en el que todavía puede verse el pequeño frontón de la fachada y la ventana en la planta baja desde la que el consumero vigilaba. El inmueble, de propiedad particular, desde hace años también deshabitado y en precario estado de conservación, se encuentra a este lado del puente, a la izquierda, si se sale de la ciudad, entre lo que fueron el bar del Augusto y la taberna La Alegría del Puente, en el que el aún joven pero ya famoso agustino y poeta, Fray Luís de León, fue lector de Gramática en el curso 1555-1556.

Los fielatos desaparecieron al final de los años cincuenta o comienzo de los sesenta del siglo pasado al quedar abolida la obligación ineludible –si es que no funcionaba la picaresca- de satisfacer aquellas contribuciones o derechos de consumo. Los funcionarios, conocidos consumeros, pasaron a ocupar otros destinos dentro del organigrama municipal.